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Decía el Papa en la Navidad de hace dos años: “el nacimiento de Jesús es la novedad que cada año nos permite nacer interiormente de nuevo y encontrar en Él la fuerza para afrontar cada prueba”.
Celebramos es estas fechas que el Padre no nos ha dado algo, sino a su mismo Hijo unigénito, que es toda su alegría. Y, sin embargo, si miramos la ingratitud del hombre hacia Dios y la injusticia hacia tantos de nuestros hermanos, surge una duda: ¿Ha hecho bien el Señor en darnos tanto, hace bien en seguir confiando en nosotros? ¿No nos sobrevalora? Sí, nos sobrevalora, y lo hace porque nos ama hasta el extremo. No es capaz de dejarnos de amar. Él es así, tan diferente a nosotros. Siempre nos ama, más de lo que nosotros mismos seríamos capaces de amarnos. Ese es su secreto para entrar en nuestros corazones. Dios sabe que la única manera de salvarnos, de sanarnos interiormente, es amarnos: no hay otro modo. Sabe que nosotros mejoramos solo aceptando su amor incansable, que no cambia, sino que nos cambia. Solo el amor de Jesús transforma la vida, sana las heridas más profundas y nos libera de los círculos viciosos de la insatisfacción, de la ira y de la lamentación.
¿Por qué nació en la noche, sin alojamiento digno, en la pobreza y el rechazo, cuando merecía nacer como el rey más grande en el más hermoso de los palacios? ¿Por qué? Para hacernos entender hasta qué punto ama nuestra condición humana: hasta el punto de tocar con su amor concreto nuestra peor miseria. El Hijo de Dios nació descartado para decirnos que toda persona descartada es un hijo de Dios. Vino al mundo como un niño viene al mundo, débil y frágil, para que podamos acoger nuestras fragilidades con ternura. Y para descubrir algo importante: como en Belén, también con nosotros Dios quiere hacer grandes cosas a través de nuestra pobreza. Puso toda nuestra salvación en el pesebre de un establo y no tiene miedo a nuestra pobreza. ¡Dejemos que su misericordia transforme nuestras miserias!
En Belén, que significa “Casa del Pan”, Dios está en un pesebre, recordándonos que lo necesitamos para vivir, como el pan para comer. Necesitamos dejarnos atravesar por su amor gratuito, incansable, concreto. Cuántas veces en cambio, hambrientos de entretenimiento, éxito y mundanidad, alimentamos nuestras vidas con comidas que no sacian y dejan un vacío dentro. Ese pesebre, pobre en todo y rico de amor, nos enseña que el alimento de la vida es dejarse amar por Dios y amar a los demás. Jesús nos da el ejemplo: Él, el Verbo de Dios, es un niño; no habla, pero da la vida. Nosotros, en cambio, hablamos mucho, pero a menudo somos analfabetos de bondad.
Un niño nos hace sentir amados, pero también nos enseña a amar. Dios nació niño para alentarnos a cuidar de los demás. Su llanto tierno nos hace comprender lo inútiles que son nuestros muchos caprichos, y de esos tenemos tantos. Su amor indefenso, que nos desarma, nos recuerda que el tiempo que tenemos no es para autocompadecernos, sino para consolar las lágrimas de los que sufren. Dios viene a habitar entre nosotros, pobre y necesitado, para decirnos que sirviendo a los pobres lo amaremos. Desde esta noche, como escribió una poetisa, “la residencia de Dios está junto a mí. La decoración es el amor”.
En Navidad celebramos que Dios Padre salió de sí, para venir al encuentro de todos los hombres. La acción misionera es lo que hace que la Iglesia salga de sí misma para ir al encuentro de todos los pueblos. Y el motor de ambos movimientos no puede ser otro que el amor, un amor desinteresado y universal.
La secularización de la sociedad se va extendiendo día a día en los países que, tradicionalmente, eran de cultura cristiana. Vemos cómo proliferan ideologías, sectas o corrientes espirituales muy diversas, en tanto que se vacían las iglesias.
La disminución de la práctica religiosa y la búsqueda de otras formas de espiritualidad pueden confundirnos y desorientarnos. También la inmigración venida de países que antes considerábamos de misión nos hace reflexionar.
Cada vez es mayor la proporción de inmigrantes venidos de América Latina y de África. Es una de las razones por las que el Papa ha repetido en diversas ocasiones: Europa, hoy, es tierra de misión. Los cristianos occidentales tenemos ante nosotros el reto de impulsar una nueva evangelización.
Muchos se preguntan ¿cómo evangelizar en esta realidad? De la misma forma que lo hizo Jesús. Él es nuestro mejor maestro. Leamos despacio los evangelios y aprenderemos, a través de sus hechos y sus palabras, cómo llevar a cabo una evangelización convincente y totalmente respetuosa hacia la libertad de los demás.
Estos son algunos de los principios de la evangelización, al modo de Jesús: