Millones de mujeres no podrán reclamar sus derechos ni el 8 de marzo ni ningún día del año. Millones de mujeres, en pleno siglo XXI, no serán, ni siquiera, conscientes de la existencia de esos derechos que las amparan.
Las mujeres menos formadas tienen muchas más posibilidades de pasar a engrosar las estadísticas de la pobreza y serán más vulnerables ante todo tipo de violencia, por desconocer, incluso, su derecho a denunciar y a pedir ayuda.
El trabajo con las mujeres es un eje transversal en todas las iniciativas que lleva a cabo Manos Unidas en los países en los que está presente En 2018 Manos Unidas apoyó, directamente, a unas 800.000 mujeres.
En Senegal, Manos Unidas apoya a las mujeres rurales con escaso nivel de formación, con programas de desarrollo integral tendentes a favorecer su desempeño tanto en el seno de la familia como en las comunidades.
Manos Unidas
El viernes 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer; una fecha instituida formalmente por Naciones Unidas en 1975 y que “hunde sus raíces en la lucha plurisecular de la mujer por participar en la sociedad en pie de igualdad con el hombre”[1]. Por tercer año consecutivo, las movilizaciones, protestas y reivindicaciones de las mujeres llenarán las calles coparán los titulares de los principales medios de comunicación en un movimiento mundial que ya parece imparable. Pero habrá muchas, millones de mujeres, que no podrán reclamar sus derechos ni el 8 de marzo ni ningún día del año. Millones de mujeres que, en pleno siglo XXI, no serán, ni siquiera, conscientes de la existencia de esos derechos que las amparan y que les deberían garantizar, de manera efectiva, la independencia, la seguridad y la posibilidad de tener un papel relevante en sus familias y comunidades. Manos Unidas, Organización fundada hace 60 años por mujeres y en la que las mujeres tienen un papel ejecutivo y de gestión fundamental, quiere aprovechar esta jornada para denunciar que la pobreza, que afecta a millones de mujeres en todo el mundo, es la mayor causa de vulneración de derechos de la mujer. “Una vulneración que comienza casi desde el momento del nacimiento y que se acrecienta ya desde la escuela”, asegura María José Hernando, del departamento de Estudios y de Manos Unidas. “A partir de ahí, las mujeres comienzan a quedarse atrás en el camino del desarrollo, con las consecuencias de marginación y exclusión que la falta de educación y formación conllevan”, explica Hernando.
Una igualdad aún lejana “Las mujeres menos formadas tienen muchas más posibilidades de pasar a engrosar las estadísticas de la pobreza y serán más vulnerables ante todo tipo de violencia, por desconocer, incluso su derecho a denunciar y a pedir ayuda”, afirma Hernando. “En Manos Unidas somos testigos de la discriminación que las mujeres sufren en todos los órdenes de la vida. Con frecuencia, las leyes y políticas, creadas por hombres y ratificadas por gobiernos mayoritariamente masculinos, les impiden acceder a la educación, a la salud, a las tierras, a la herencia o la vivienda en términos de igualdad con los hombres”, expone Hernando. “Y si a eso sumamos tradiciones ancestrales, como el matrimonio forzado, la dote o el matrimonio infantil, que, aunque legalmente abolidos se siguen practicando en numerosos países y que someten a la mujer ante el hombre, nos encontramos con un panorama que aleja bastante a las mujeres de una igualdad que, en muchos países, ni siquiera se atisba en el horizonte”, lamenta María José Hernando. A lo largo de seis décadas de trabajo, Manos Unidas ha sido testigo de los importantes avances que se han producido en cuestiones de igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres en muchas comunidades y países del mundo en los que trabaja. “Pero, el camino por recorrer todavía es muy largo porque, la desigualdad lleva a las mujeres a ser víctimas del hambre, el analfabetismo, la trata, el desempleo, el trabajo esclavo y la exclusión de la vida pública y del ejercicio del poder”, asegura Hernando. Por ello, “aunque corresponde a los Estados la obligación de desarrollar leyes y políticas que, teniendo en cuenta la vulnerabilidad de las mujeres, garanticen sus derechos, las organizaciones de desarrollo como Manos Unidas, trabajamos para dar a conocer y denunciar estas situaciones y promovemos proyectos e iniciativas que permitan a las mujeres desarrollar su potencial en igualdad con los hombres”, continúa María José Hernando.
Apuesta sin fisuras por la mujer “En Manos Unidas tenemos comprobado que los proyectos en los que hay mujeres involucradas tienen resultados más exitosos porque las mujeres suelen mostrarse más implicadas en las tareas y comprometidas con que el proyecto dé los frutos deseados”, asegura Isabel Vogel, responsable del Área de Proyectos de la ONG. “Posiblemente por todas las responsabilidades que, desde pequeñas, se ven obligadas a asumir”, explica. “Las mujeres son agentes fundamentales del desarrollo, de creación de renta familiar y de beneficios sociales”, asegura Vogel. Por eso, el trabajo con las mujeres es un eje transversal en todas las iniciativas que lleva a cabo Manos Unidas en los países en los que está presente, si bien la vulnerabilidad especial que padecen lleva la ONG a apoyar proyectos e iniciativas destinados específicamente a la promoción y formación en derechos de las mujeres, a la lucha contra la violencia de género, a la puesta en marcha de actividades generadoras de ingresos y al fomento de la participación social y política de las mujeres, entre otros. En 2018 apoyamos, directamente, a más de 800.000 mujeres en los proyectos aprobados.
Desarrollo integral en Senegal: “El proyecto ha hecho milagros con nosotros” Manos Unidas trabaja en la comunidad rural senegalesa de Ndondol desde el año 2009. En esta comunidad, compuesta por 16 pueblos repartidos en un área de 5 kilómetros, la precariedad marca el día a día de las familias de agricultores. La escasez de tierras cultivables, la degradación del terreno y las malas cosechas hacen que la producción de los cultivos, mayoritariamente de maíz y cacahuete, sea insuficiente para poder cubrir las necesidades básicas alimentarias de estas personas. Además, la falta de agua, la deficiente cobertura sanitaria y nutricional y la alta tasa de analfabetismo agravan la situación de las familias que ven en la emigración la única salida. Hace diez años que Manos Unidas empezó su colaboración con las hermanas de Notre Dame de Missions, que trabajan en la zona desde 1984, apoyando proyectos de formación para grupos de mujeres con hijos de hasta 30 meses. Las mujeres reciben formación en asuntos relacionados con el cuidado, alimentación y prevención de enfermedades con el fin de disminuir la mortalidad infantil en la zona. “Estos proyectos no han nacido hoy, sino que son un trabajo de reflexión con las mujeres. Hemos hecho mucho hincapié en la formación de la mujer, (…) Nuestra misión no es hacer el trabajo por ellas, sino impulsarlas y apoyarlas para que sean ellas mismas quienes lo hagan”, explica la hermana Dorothy Noronha, misionera de Notre Dame. Manos Unidas ha apoyado, también, las actividades generadoras de ingresos a través de la financiación de un molino de mijo, un almacén para la puesta en marcha de un banco de cereales y un sistema de microcréditos para las mujeres en tres pueblos de la comunidad. “Con el molino nos cansamos menos. En lugar de perder el tiempo pilando el mijo, vienes aquí, lo mueles y así puedes dedicar ese tiempo a otras tareas”, asegura Ben Dione, beneficiaria del proyecto. En los últimos años, Manos Unidas ha colaborado, también, en la puesta en marcha de dos nuevas campañas en la zona: una de sensibilización en el cuidado del medioambiente y otra destinada a ampliar la cobertura sanitaria de las familias. “El proyecto está ya dando sus frutos”, informa Philomena Dione, beneficiaria de antiguas iniciativas que ahora trabaja como animadora de grupos de mujeres. “Actualmente hay un montón de gripe. Antes los niños morían a causa de esto y ahora no, porque sus madres los llevan a la clínica, aunque esté lejos; en ese sentido el proyecto ha hecho milagros con nosotros”, afirma. Además, se está colaborado en el refuerzo de las actividades generadoras de ingresos con la puesta en marcha de un nuevo banco de cereales en el pueblo de Ndiemane, la ampliación del sistema de microcréditos en Mbelkhaoul y la creación de 60 pequeños huertos familiares. Manos Unidas, con su campaña “Creemos en la igualdad y en la dignidad de las personas” pone el foco en los millones de mujeres para quienes la pobreza es la mayor vulneración de los derechos que las amparan como seres humanos.
https://www.manosunidas.org/noticia/pleno-siglo-xxi-pobreza-causa-mayor-vulneracion-derechos-mujer |
Una fecha fundamental para la historia
Cuando el 10 de diciembre de 1948 se aprobó la Declaración Universal de lo Derechos Humanos, el mundo hacía 3 años que acababa de vivir el fin de la Segunda Guerra Mundial, uno de los mensajes que caló hondo fue el de la promoción y protección de los Derechos en todas las naciones.
Son derechos que han sido inherentes a la totalidad de los seres humanos, sin que haya distinciones de sexo, lugar de residencia, nacionalidad, origen nacional o étnico, religión, color, lengua, edad, partido político o condición social económica o cultural.
Debemos ser conscientes de su importancia
La Declaración Universal de Derechos Humanos ha terminado siendo la luz que guía a nuestro mundo, pero también un espacio donde la esperanza ha reinado en medios donde con frecuencia se vive una oscuridad preocupante.
Los derechos que ella proclama son aplicados a todas las personas, con independencia de la raza que se tenga, creencias, nacionalidad que se tenga u otro tipo de distinciones.
Unos derechos universales y eternos
Además de ser universales y eternos, hay que ser conscientes de que son indivisibles, a pesar de que hay una serie de derechos civiles, políticos, sociales, culturales y económicos , los cuales no pueden ser aplicados unos sí y otros no.
Actualmente se rinde homenaje a todos aquellos que en el pasado, presente y futuro han defendido o defienden los derechos humano y arriesgan la vida con el fin de proteger a otras personas enfrentándose a lacras como el racismo, odio, intolerancia y represión.
Los derechos humanos siempre corren peligro en todo el mundo, lo mismo que los valores universales o el estado derecho, por lo que siempre hay que estar alerta y este día nos lo recuerda.
No hace falta ser experto en energía para darse cuenta de que es imperativo buscar alternativas a los combustibles fósiles, entre otras cosas, porque estamos llegando al principio del fin de la producción de petróleo, pero sobre todo porque los efectos destructivos que provocan –agotamiento permanente de fuentes de agua, deforestación, inundaciones, vertidos tóxicos, incendios, huracanes, subida de los niveles del mar, etc.– son cada vez más palpables para la mayoría de la población mundial.
Una de las soluciones tecnológicas para paliar los deletéreos efectos de la economía del petróleo es la producción de automóviles eléctricos. El estado de California, por ejemplo, planea reducir la emisión de gases en un 40% hasta llegar a niveles inferiores a los de 1990. Para ello, proyecta crear una serie de incentivos financieros y de regulaciones que permitan que en el 2030 haya 4.2 millones de autos eléctricos en su parque automovilístico. En Europa algunos estados como Holanda tienen objetivos incluso más ambiciosos y aspiran a tener un parque automovilístico 100% eléctrico para el 2030.
Con semejantes incentivos estatales, los principales productores de autos mundiales –Ford, Toyota, Nissan, General Motors, BMW, etc.– hace tiempo ya que llevan experimentando con vehículos híbridos y modelos eléctricos, pero ninguna de ellas iguala en ambición ni en grandilocuencia tecno-utópica a la californiana TESLA y a su capitán de industria Elon Musk. Como Steve Jobs en su día, Musk, portada incluso de revistas de entretenimiento como Rolling Stone, es idealizado o vilipendiado como el auténtico gurú de una secta que podría salvarnos del apocalipsis ecológico sin renunciar a la comodidad de nuestros vehículos utilitarios. De las paredes de la gigafactory de Tesla en Nevada cuelga un cartel enorme que reza: “Para acelerar la transición mundial a la energía sustentable”.
TESLA produce automóviles eléctricos de lujo con la promesa de alcanzar niveles de producción masivos y precios al alcance de las clases medias. Pero, como el iphone en su día, los automóviles TESLA son mucho más que un automóvil: son el futuro, “un sueño hecho realidad”, como le escuché decir a una de sus usuarias californianas. Los modelos TESLA poseen, entre otras cosas, reconocimiento facial , capacidad de estacionarse automáticamente y, eventualmente, autonomía para operar sin control humano. Además de sus vehículos eléctricos, Musk ha producido en Australia la batería de litio más grande del mundo con 100 megavatios de potencia para abastecimiento eléctrico doméstico, planea fabricar camiones eléctricos para el transporte de mercancías pesadas e incluso lanzar automóviles que alcancen la luna.
Con estos mimbres resulta casi imposible restarse al optimismo tecnológico que promueve Musk, o, si no se comparte su visión futurista, al menos no reconocer la necesidad de iniciar lo antes posible una transición hacia el uso de energías alternativas al petróleo, a ser posible renovables y más limpias. Sin embargo, antes de aceptar las nuevas soluciones tecnológicas que se nos ofrecen, deberíamos, por una cuestión de ética esencial, preguntarnos de dónde vienen los materiales que hacen posible el uso de estas nuevas energías en la producción de vehículos limpios.
En este caso la pregunta puede ser bastante simple y, a la vez, bastante esquiva. La funcionalidad de los vehículos eléctricos depende de la capacidad de fabricar baterías relativamente livianas. Hoy por hoy esto se consigue fabricando baterías de litio, las mismas que también hacen posible que la batería de nuestros celulares y computadores funcione sin estar conectada a una fuente de red. La pregunta entonces es: ¿De dónde viene el litio y qué efectos tiene su minería en las comunidades donde opera?
El litio está bastante concentrado en ciertas áreas geográficas. Hay litio en roca en Australia, en Carolina del Norte (Estados Unidos) y en algunos lugares de China, pero la forma más barata de extraer litio es mediante evaporación en salares (lagos de sal formados tras un prolongado periodo de erupción volcánica). Hay salares en Tíbet y en Nevada (Estados Unidos), pero la mayoría de las reservas mundiales de litio –entre el 80% y el 85% dependiendo de los expertos—están en una zona transandina que se extiende a través de las fronteras de Argentina, Bolivia y Chile e incluye los salares de Atacama (Chile), Hombre Muerto, Olaroz y Salinas Grandes (Argentina) y Uyuni y Coipasa (Bolivia) entre otros muchos de menor tamaño. Se trata de cuencas endorréicas (cerradas al flujo de los ríos y otros cauces de agua) que oscilan entre los 2,400 y los 4,000 metros de altitud y que presentan índices de precipitación muy bajos y de radiación muy altos. O dicho más prosaicamente: hace mucho calor en el día, mucho frío en la noche y hay muy poco agua para la vida en general.
La revista Forbes, que rebautizó la zona con el nombre de "Arabia Saudí del Litio", describe en estos términos el Salar del Atacama:
"Nada crece en el corazón del Salar de Atacama, esta antigua cuenca lacustre, 700 millas al norte de Santiago, debe ser el lugar más seco del planeta, una tierra baldía, cubierta de una costra de rocas de sal que se parece a una plasta de vaca […]. Si no fuera por la preciosa salmuera que burbujea 130 pies por debajo de la superficie, los humanos se mantendrían alejados del Salar de Atacama".
Se trata de un gesto típicamente colonial: ver el territorio vacío para evitar hacerse cargo de los potenciales impactos ambientales y humanos que pueda causar la actividad emprendida por un agente foráneo como la minería del litio. Sin embargo, si el periodista de Forbes hubiera sido un poco menos bárbaro, se hubiera informado de que en los oasis que bordean el Salar de Atacama viven comunidades indígenas, según el registro arqueológico, al menos desde el 8,000 AD. De hecho, el pueblo atacameño o Lickan Antay –gente de la tierra en kunza, su lengua– fue capaz de levantar toda una civilización en mitad del desierto más árido del mundo, domesticar la llama y otros camélidos para utilizarlos en sus largas caravanas transandinas, emplear el fruto del chañar y del algarrobo (dos de los pocos árboles que crecen en estos parajes) para aportar proteína a su dieta y fabricar “aloha”, un licor utilizado en ceremonias y ritos. En los Oasis del Salar de Atacama se cosecha hoy alfalfa, maíz, papas y habas; en sus huertos sigue habiendo árboles frutales que reciben agua a través de un escrupuloso sistema de uso comunal del agua que convive con el turismo ecológico y otros emprendimientos comunitarios. Y por si todo eso fuera poco además han sobrevivido a las distintas olas de colonialismo desde la llegada de los españoles hasta el presente.
Por eso, las malas noticias para los inversionistas de Forbes y para el optimismo tecnológico del norte es que, lejos de ser una tierra baldía, el Salar de Atacama, como el resto de territorios del llamado triángulo suramericano del litio, sigue habitado por las comunidades ancestrales Aymara, Quechua, Kolla y Lickan Antay que son, según derecho consuetudinario, los legítimos dueños del territorio, los que lo siguen haciendo florecer respetando sus ciclos de regeneración mediante todo un sistema ritual de pagos a la tierra y respeto a la naturaleza.
A diferencia de los occidentales, estos pueblos indígenas, que se consideran los herederos directos de los Incas, no ven la naturaleza como un objeto exterior a ellos del que pueden disponer a capricho o destruir, sino como un ser vivo. Verónica Chávez, de la comunidad de Santuario de Tres Pozos en Salinas Grandes (Argentina), cuenta que el Salar es un ser vivo con sus venas de agua y sus ciclos de regeneración que atraviesan la estación de las lluvias hasta secarse y hacer brotar la sal que se cosecha después, en la estación seca, como una planta más. Por eso cuando llegaron las mineras del litio a explotar el Salar, el efecto en ella fue demoledor: “Por lo que yo vi, era que gente venía sin conocimiento, no les importaba nada el destrozo de nuestra Mamita Pacha, le tiraban ácido, le rompían la venita de agua, ¡hacían todo un desastre! Y para mí es un dolor eso, porque ella es una mamita para mí, a una madre no se le hace eso”.
Conviene, no obstante, no idealizar ni romantizar a los pueblos indígenas de los salares. En la cuenca de Salinas Grandes, Argentina, han logrado parar, de momento, la explotación del litio, pero unos kilómetros más al este, en Olaroz y Laguna Guayatayoc, las comunidades Lickan Antay han firmado un acuerdo con la minera Orocobre (proveedor principal de litio para Toyota). Lo mismo sucede en el Salar de Atacama donde la norteamericana Rockwood Lithium, subsidiaria del gigante minero Abermale, tiene convenio con la mayoría de comunidades indígenas. A veces estos convenios se firman por intereses, porque las comunidades tienen necesidades de infraestructura o fuentes adicionales de ingresos y, otras veces, se hace a regañadientes, porque si van a sacar el mineral de la tierra es mejor que quede algo en las comunidades. Pero en todos los casos, los pueblos indígenas quieren lo mismo: que se aplique el convenio 169 de la OIT, que haya consulta previa, libre e informada; en el caso de la cuenca de Salinas grandes, sus 33 comunidades incluso tienen un protocolo llamado Kachi Yupi, huellas de sal en quechua, que estipula cómo llevar a cabo esta consulta.
La realidad, sin embargo, no parece dispuesta a respetar la voluntad de estos pueblos indígenas. La presión que ya existía sobre el litio se está incrementando exponencialmente porque si para una batería de teléfono móvil hacían falta 3 gramos de litio, para un auto eléctrico hacen falta casi 20 kilos, más de 50 si se trata de uno de los rutilantes modelos de TESLA.
Con el cambio de ciclo político en Argentina y Chile parece que se han abierto las puertas definitivamente para la explotación sin límites del llamado oro blanco de los salares. Mauricio Macri en Argentina está otorgando licencias de explotación sin consultas y sin muchas cortapisas, hay en la actualidad hasta 63 proyectos aprobados en las provincias de Salta, Jujuy, Catamarca y La Rioja. Del mismo modo, en Chile, con la llegada de Sebastián Piñera al poder, la minera SQM –una de las más corruptas de la región, privatizada durante la dictadura de Pinochet y vendida a su yerno Julio Ponce Lerou, envuelto hoy en escándalos de financiación política ilegal– acaba de llegar a un acuerdo con el Estado chileno para retomar y aumentar la explotación de litio en el Salar de Atacama. Paralelamente, Elon Musk visita clandestinamente el país para explorar la posibilidad de abrir una megafábrica de baterías de litio en Chile con gran regocijo de las clases dirigentes.
Estos movimientos entre bambalinas, sin duda, hacen que las comunidades indígenas se sientan amenazadas. Saben que la minería del litio extrae grandes cantidades de salmuera y agua que luego se secan al sol en mega piscinas, son conscientes de que viven en cuencas cerradas cuyas fuentes de agua están interconectadas y pueden llegar a secarse definitivamente haciendo la vida en el salar inviable. Como explica Sandra Flores, de la comunidad de Coyo en Atacama, esta posibilidad se vive como un potencial genocidio cultural. En sus propias palabras:
“[Explotar el litio] es terminar con una parte de la humanidad y lo que es la cultura. Eso creo que sería como…trágico, o sea… como decir tú puedes matar a la otra persona y lo matas y listo. Para mí eso es trágico, para mí sería eso, traer algo grande para que mate a los pequeños, eso sería como lo trágico, lo terrible. Es… extinguir una cultura, matarla. Qué ha costado harto vivir en este desierto, es difícil, no es fácil, y… lo hemos podido conservar muchos años… Pero no tenemos las armas para poderlo seguir cuidando, no tenemos. Si el gobierno prefiere el litio, no tenemos nada más que hacer, porque no podemos luchar con algo tan grande. […] Pero si la luchamos, si la gente se preocupa de poder conservar el agua...”.
Es evidente que necesitamos alternativas al petróleo, pero también pensar en los desafíos que presentan esas nuevas tecnologías y hacernos preguntas incómodas: ¿podemos simplemente sustituir los autos que funcionan con hidrocarburos por autos eléctricos? ¿Qué papel debe cumplir el transporte colectivo y público en la lucha contra el calentamiento global? ¿Existen alternativas al litio como por ejemplo la batería de sodio? ¿Impiden la minería transnacional y los inversores financieros la búsqueda de alternativas al litio? ¿Estamos dispuestos a facilitar con nuestros patrones de consumo la destrucción de ecosistemas de gran complejidad y diversidad como los de los salares? ¿Queremos asumir éticamente la destrucción de culturas milenarias y modos de vida y gestión de lo social alternativos al modo de vida occidental?
Luis Martín-Cabrera es profesor de Estudios Culturales y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de California San Diego. Su proyecto sobre el litio ha sido financiado con una beca de la Fundación Wihting.
La comunidad internacional acuerda en la ONU invertir 15.000 millones al año para terminar con la epidemia en 2030
La tuberculosis es una de las enfermedades más antiguas que se conocen y la infección que más personas mata cada año en el planeta. Pero hasta el 26 de septiembre de 2018, los líderes del mundo no se habían sentado a tratar el problema al más alto nivel. Lo han hecho en la 73ª Asamblea General de la ONU en Nueva York, donde se han comprometido asegurarse de que 40 millones de enfermos reciban tratamiento hasta el final de 2022, además de aportar medicación preventiva a otros 30 millones en riesgo para evitar que la desarrollen.
Terminar con esta terrible epidemia que afecta cada año a más de 10 millones de personas y mata a 1,6 millones es una de las metas incluidas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la agenda que se ha impuesto el mundo hasta 2030. Pero tres años después de que se aprobase, los avances han sido tímidos. Como mostró el último informe de la enfermedad, presentado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) la semana pasada, la tuberculosis remite, la mortalidad también, pero a un ritmo tan lento que tardaríamos más de un siglo y medio en acabar con ella.
Poner el asunto en la reunión del más alto nivel era un reclamo de la OMS para dar un empujón a esta lucha. “Hoy es un hito en la larga guerra contra la enfermedad. Estas son promesas audaces: mantenerlas es vital”, ha dicho Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la organización, que también se ha comprometido a trabajar “con cada socio, con cada país, con cada comunidad” para lograr los objetivos.
Las promesas pasan por una inversión de 13.000 millones de dólares al año para tratar y prevenir la tuberculosis y otros 2.000 millones adicionales para investigación
En el debate de alto nivel de la asamblea, bajo el título Unidos para terminar contra la tuberculosis, una respuesta global urgente para una epidemia mundial, altos representantes de todos los países de la ONU tenían previsto comparecer para poner sobre la mesa las medidas contra la enfermedad, aunque 46 de ellos no tuvieron tiempo de tomar la palabra. Presidentes, ministros de salud, de exteriores o cooperación dibujaron un panorama muy variopinto: desde aquellos lugares en los que es una verdadera epidemia que se cobra miles de vidas cada año hasta otros en los que persiste como una enfermedad marginal al que la población casi no presta atención. La Unión Internacional contra la Tuberculosis y las Enfermedades Pulmonares mostró su decepción ante la ausencia casi total de jefes de estado europeos, que quedaron representados a un nivel inferior.
Las promesas pasan por una inversión de 13.000 millones de dólares al año para tratar y prevenir la tuberculosis y otros 2.000 millones adicionales para investigación
La ministra de Sanidad española, María Luisa Carcedo, aprovechó para sacar pecho de que su Gobierno haya recuperado la sanidad pública universal. La cobertura de salud gratuita y de calidad es fundamental para detectar y tratar los nuevos casos de tuberculosis. “[Lo hemos hecho] tanto por justicia social como para ser más eficaces en lucha contra enfermedades que ya no tienen fronteras”, ha afirmado frente a representantes de todo el mundo.
El caso de España, con 10 nuevos enfermos al año por cada 100.000 habitantes está lejos de los países que más fuertemente padecen la epidemia, que llegan a multiplicar por 100 esta incidencia. Las necesidades también son muy diferentes.
Matamela Cyril Ramaphosa, presidente de Sudáfrica, uno de los países más afectados, con 322.000 casos nuevos el año pasado, ha recordado que la enfermedad ha matado a más personas que la viruela, la malaria, la peste, la influenza, el sida y el ébola juntos. “Estamos ante una oportunidad histórica que todos debemos saludar si queremos responder de forma efectiva a la tuberculosis, que soportan especialmente los más pobres y marginados”, ha afirmado. Su país ha conseguido una importante reducción de la incidencia de la dolencia en los últimos años gracias a nuevos fármacos y métodos de diagnóstico, además de un ambicioso programa antirretroviral, ya que padecer VIH es uno de los grandes factores de riesgo para contagiarse también de tuberculosis.
Médicos sin Fronteras ha aprovechado el encuentro para recordar que el infradiagnóstico y el infraregistro de los casos de tuberculosis siguen siendo “los principales retos”, ya que más de una tercera parte de los enfermos no se diagnostican. “Una de las razones fundamentales es que los gobiernos tardan en aumentar las pruebas de tuberculosis y las herramientas de tratamiento disponibles en la actualidad", lamenta la ONG en un comunicado. Recuerda que en 2013 la OMS recomendó el uso de la bedaquilina, un novedoso fármaco oral para el tratamiento de la variedad resistente a los medicamentos. Sin embargo, la adopción de este y otros medicamentos sigue siendo "muy lenta". En 2017, estaban fuera del alcance para casi el 90% de las personas que podrían haberse beneficiado de ellos.
La presidenta de la Asamblea General, María Fernanda Espinosa Garcés, calificó la reunión de alto nivel de “un éxito”: “Estamos ante un nuevo hito en la lucha contra la tuberculosis. Pero hasta que cumplamos nuestros compromisos, esto solo será una declaración. Sabemos cómo prevenir y cómo tratar la enfermedad. Necesitamos que nuestros líderes y el sector privado inviertan lo necesario y tengan la decisión para acabar con ella. El plan está sobre la mesa. No podemos perder la oportunidad de ser la generación que terminó con la tuberculosis de una vez por todas”.
Los términos más repetidos en los titulares de las noticias internacionales durante este 2017 son refugiado, muro, limpieza étnica, violencia, esclavos, misil y hambruna. Para el resumen de este año que deja 33 conflictos activos que marcarán 2018, sólo hace falta colocar cada una de estas etiquetas en el mapa del mundo.
LIMPIEZA ÉTNICA ROHINGYA.El éxodo de más de 655.000 miembros de la minoría rohingya hacia Bangladesh, forzados por la campaña de limpieza étnica del ejército birmano y grupos de vigilantes aliados que comenzó en agosto, ha conseguido ganarse el triste título de constituir la mayor avalancha de refugiados en el más corto plazo que registra el orbe desde el genocidio de Ruanda. La oleada de seres humanos que se hacina ahora en la región de Cox's Bazar malvive en campos como el de Kutupalong, que podría convertirse en el mayor del mundo si no se frena esta dinámica.
BOMBARDEOS INDISCRIMINADOS EN YEMEN. En los últimos meses de 2017, la coalición militar que lidera Arabia Saudí intensificó sus bombardeos sobre Yemen, ocasionando cientos de víctimas civiles. La coalición intervino en el país más pobre del mundo árabe en marzo de 2015 para respaldar al Gobierno frente al avance de los rebeldes hutíes, que habían conquistado amplias zonas del país incluida la capital Saná, aún en sus manos. El conflicto ha provocado ya casi 10.000 muertos y golpea sobre todo a la población civil, que intenta sobrevivir ante la escasez de alimentos y combustible. Enfermedades de otro tiempo, como el cólera y la difteria, se han reactivado.
ASEDIO A LOS CIVILES EN SIRIA. El régimen de Bashar Asad ha logrado en 2017 sus mayores victorias, con el respaldo de Rusia e Irán, al reconquistar la mayoría de las regiones en manos rebeldes. La expulsión del grupo yihadista Estado Islámico de su bastión de Raqqa y de gran parte de la provincia de Deir Ezzor gracias a una coalición de fuerzas respaldada por EEUU también ha volcado la balanza de la guerra del lado de Asad. En estos últimos días del año, el ejército sirio y militares rusos progresan hacia las puertas de Idlib, la última provincia en manos rebeldes. El año que ahora termina ha sido uno de los peores para la población civil siria, atrapada en el conflicto que se prolonga desde 2011 y que ha acabado con la vida de más de 340.000 personas. Los índices de malnutrición infantil se han disparado en la periferia de Damasco y 13 millones de personas (5,7 millones de ellos menores) necesitan ayuda humanitaria dentro de Siria.
CINCO 'PLAGAS' DE VENEZUELA.Política, económica, social, de seguridad y de salud. En el país latinoamericano conviven cinco crisis en una, la cual ha sido calificada por la Organización Mundial de la Salud como "humanitaria". Este año reaparecieron enfermedades ya erradicadas o controladas como la malaria, la difteria y el sarampión. A pesar de que el Gobierno no ha publicado datos sobre estas epidemias, la Organización Panamericana de la Salud ha arrojado luz sobre la crítica situación que vive Venezuela. En 2017, se registraron 127 muertes por difteria, el país sufrió la mayoría de los casos de sarampión del continente y 10 millones de ciudadanos se encuentran bajo el peligro de contagio de malaria. Según la propia OMS, las cifras de ésta última enfermedad ya es comparable a las de Nigeria, Sudán del Sur y Yemen. Mientras tanto la respuesta de Nicolás Maduro ha sido rechazar la ayuda exterior y son los propios venezolanos los que tienen que organizarse para sobrellevar la escasez de alimentos y de medicinas.
REFUGIADOS DEL TRIÁNGULO NORTE. El Triángulo Norte, formado porHonduras, Guatemala y El Salvador, registra índices de violencia tan altos como los de cualquier conflicto bélico. Esto provoca que miles de personas escapen cada año hacia el Norte, una crisis migratoria que se acentuó por las complicadas situaciones políticas de cada uno de los países y con la llegada de Donald Trump al poder. En 2017, el Gobierno de EEUU se replanteó los Estatus de Protección Temporal por los que se acoge a salvadoreños, hondureños, haitianos y nicaragüenses. Un acuerdo especial que se contrajo con estos países por las circunstancias especiales de guerras y desastres naturales que padecían. Para la Administración Trump esas coyunturas ya no se dan en Centroamérica y hay que revisar esos acuerdos, lo que llevaría al limbo a todos esos inmigrantes.
HAMBRE Y BALAS EN SUDÁN DEL SUR.a guerra civil en el país más joven del mundo se ha extendido por casi todo su territorio en este 2017. Regiones que habían permanecido en paz, como Equatoria, han sufrido una limpieza étnica, violaciones masivas y hambruna inducida como parte de la rebelión que libran las etnias minoritarias contra los dinka, el pueblo del presidente Salva Kiir. Nadie sabe con certeza cuantos muertos está dejando el conflicto, pero en Uganda ya hay más de un millón de sursudaneses refugiados y otro medio en Etiopía. Zonas enteras del país han quedado vacías y destruidas.
FANATISMO EN EL LAGO CHAD. Su rivera, que baña cuatro países -Nigeria, Camerún, Chad y Níger- sufre una de las peores crisis mundiales de desplazadoscomo consecuencia de los ataques de Boko Haram, afectando a 1,7 millones de personas. Esta secta yihadista ha asesinado a más de 20.000 personas desde su creación, ocupa amplias zonas del lago y de tierra firme en el norte de Nigeria y mantiene retenidas a miles de personas, entre ellas, más de 8.000 niñas.