Las islas del este del Egeo se han convertido en la principal puerta de entrada para los refugiados e inmigrantes que buscan entran en la UE durante los últimos meses.
Los pocos kilómetros que separan las islas griegas de la costa turca vienen siendo desde hace mucho tiempo una de las vías preferidas por los traficantes turcos, a la vez que el volumen de personas tratando de escapar hacia una vida mejor nunca antes había sido mayor.
“¿Sabes cuál es la ironía más devastadora de todo esto? Que nosotros tenemos que pagar mil euros para llegar desde Bodrum a Kos, ¡mientras que a los turistas el viaje de ida y vuelta les cuesta solamente diez euros!” dijo Amir Obada, un sirio de treinta años mientras estaba a mi lado de pie en la sombra proyectada por el abandonado hotel Captain Elias en los alrededores de la ciudad de Kos.
Amir viene de la famosa ciudad cristiana de Malula, donde una amarga lucha entre las fuerzas del gobierno, el Estado Islámico, varias milicias insurgentes y grupos cristianos locales armados viene sucediéndose durante los últimos años.
Cuando estalló la guerra, Amir estaba terminando sus estudios en química. Su padre era profesor en la Universidad de Malula, pero el lugar de aprendizaje fue cerrado a causa del enfrentamiento armado. Como fervoroso pacifista, Amir se negó a coger un rifle. Quedarse en casa, me asegura, no era una opción. Su casa familiar fue destruida por el fuego cruzado. Así que partió hacia Turquía y desde allí a una de las islas orientales del Egeo, donde se ha generado una grave crisis humanitaria en los últimos meses. Las autoridades griegas se han encontrado sin preparación para una llegada tan masiva de personas. Este año, solamente la isla de Kos, ha visto llegar a 7500 inmigrantes y refugiados – seis veces más que durante el mismo periodo del año anterior. La mayoría de ellos han llegado desde Siria y Afganistán. Durante la segunda mitad del mes de mayo y los primeros días de junio, Kos – todavía la isla preferida por los turistas que llegan de todo el mundo – se encontraba en un estado de convulsión. De cien a quinientas personas estaban llegando cada día en barcas hinchables y pequeños barcos pesqueros desde la costa turca.
Uno de ellos fue Amir Obada, que comenzó su viaje desde Siria acompañado de cinco de sus amigos y familiares. En el momento de nuestra entrevista, compartía una pequeña habitación con ellos en el hotel abandonado, insalubre, falto de electricidad así como de cuartos de baño funcionales.
Caminando hacia Europa occidental
“Estoy tan contento de estar a salvo. No sé qué más decir. En estos dos últimos años he visto cosas que, bueno… ¡aún no alcanzo a creer que consiguiera escapar de la guerra! Pero no puedo evitar pensar en mis padres y mis familiares que aún están en Siria – pienso en ellos constantemente. A diferencia de la mayoría de mis compañeros de viaje yo no estoy casado ni tengo hijos. ¡En tiempos de guerra eso es una ventaja enorme!” Amir se fue orgulloso y sacó su billete para el ferry hacia Atenas de esa tarde. Las autoridades griegas – al menos en parte porque se acerca el pico de la temporada turística – han lanzado recientemente la llamada vía rápida para los refugiados sirios. Esto significa que a la gente que llega a diario no se les presentan muchas trabas. Después de que llegan a Atenas, les dan un permiso para quedarse durante seis meses, que puede ser renovado después sin mucha dificultad.
Ni uno solo de los muchos refugiados con los que hablé deseaba quedarse en Grecia. Todos entendían demasiado bien que el país está en un estado de profunda crisis y que las cosas solamente pueden ir a peor. “Tuve que dejar atrás a mi mujer y a mis cuatro hijos – están esperándome en el campo cerca de Damasco. Les prometí que, una vez llegara a Europa, haría todo lo que estuviera en mi mano para ayudarles a reunirse conmigo. Sí, sé que va a ser muy difícil. Pero sencillamente no les podía traer conmigo en un viaje tan peligroso. Era demasiado arriesgado. Y los niños eran demasiado pequeños.” me contó Muhammad Issa, de 45 años, en una estrecha habitación llena de colchones viejos, mantas harapientas y botellas de agua de plástico vacías.
Hace unos dos años y medio, Yassin Sinno, de 26 años, emprendió una tarea similar – sacar a sus seres queridos de forma segura de Siria. Consiguió de algún modo escapar de Malula y llegar a Londres a través de Turquía. Las autoridades británicas le concedieron su solicitud de asilo. Se gana la vida como camarero e una cafetería en Yorkshire, y es libre para viajar por toda la Unión Europea. Había venido a la isla de Kos para recoger a sus hermanos Mahmmoud y Hussein, que habían navegado hasta aquí en el mismo barco que Amir Obada.
“¡No puedo describir la alegría de volver a verlos! No había palabras para describirlo. Fue la voluntad de Dios que nos volviéramos a ver, y todos lloramos,’’ Yassin sonrió y continuó con la descripción de cómo había organizado el viaje completo de sus dos hermanos desde Siria a Grecia. El objetivo ahora es llegar a Atenas y buscar a uno de los ‘contactos’ más competentes que los pueda llevar hacia delante en su viaje. Las rutas oficiales hacia Reino Unido están descartadas. En este momento, la única forma remotamente razonable de salir de Grecia hacia Europa occidental es el extremadamente arduo y peligroso camino a pie a través de Macedonia, Serbia y Hungría.
Muhammad Issa consiguió llegar a Grecia en su segundo intento. La primera vez fue detenido por la policía turca. Lo enviaron a prisión por dos días y luego lo dejaron en libertad. En Bodrum y en todas las ciudades turcas costeras cercanas, donde el negocio del tráfico de personas está en auge, esto es más o menos parte de la rutina. “Éramos 44 en la zodiac. Fue muy peligroso. Salimos alrededor de la medianoche. El viaje solamente duró dos horas y media. Sabíamos hacia donde nos dirigíamos, o al menos sabíamos la dirección aproximada. Yo estaba muy asustado porque no sé nadar. Cuando llegamos a Kos, nos acogieron con decencia y amabilidad. Lo que pasa es que aquí, donde estamos ahora, la situación es bastante insoportable. Pero esta noche seguimos el viaje.” Muhammad continuó su relato en el hotel en ruinas.
* * *
Amir Obada no tenía un destino (geográfico) claro en sus planes. Estaba más que dispuesto a ir a cualquier lugar en el que pudiera continuar con sus estudios de química. Su país de elección sería Suecia, pero sabía demasiado bien que la elección, para él, era un lujo fuera de su alcance. Él estaba preparado, decía, para empezar de cero. Para poder llegar a Grecia había tenido que gastar una parte importante de sus ahorros. Por este motivo cuando llegó a Kos, igual que la mayoría de sus amigos y compañeros, se instaló en las sucias y destrozadas ruinas en las afueras de la ciudad de Hipócrates.
Resolución
Frente al edificio principal, algunos adolescentes afganos estaban dando patadas a un desinflado balón de fútbol. En una pradera cercana, un par de vacas estaban pastando al sol, mientras que un grupo de hombres paquistaníes estaban tumbados a la sombra.
Sobre una plataforma en lo que queda del hotel, las autoridades locales han montado un sistema de tuberías para proveer de agua potable a los residentes. Éste era el lugar en el que los refugiados podían también lavar y afeitarse. Mientras yo paseaba, algunos de ellos estaban lavando sus ropas y arreglando los destartalados zapatos que aún necesitaban para que les llevaran a lo largo de la larga caminata hasta Europa central.
“Yo no estoy acostumbrado a vivir así,” Amir me dijo frunciendo el ceño: “Ni siquiera algo parecido. Hasta que estalló la guerra, vivíamos muy bien en Siria. He de reconocer que la gente nos ha acogido amablemente, pero no hay recursos suficientes para repartirlos entre todos los refugiados. Aquellos a los que les quedaba algún dinero se han ido a hoteles o a habitaciones privadas, especialmente porque saben que sólo van a estar aquí unos días. Yo decidí por mi parte que iba a gastar lo mínimo posible aquí. Necesitaré cada moneda que tengo para continuar hacia delante en Europa. He decidido que voy a caminar. Mi plan es cruzar Macedonia y Serbia para llegar a Hungría. Una vez allí, probablemente cogeré un tren que atraviese Austria para llegar hasta Alemania. Para ser honesto, tampoco tengo muchas opciones… ”
Cuando me iba contando sus planes, los compañeros de Amir estaban asintiendo con un silencioso acuerdo. Ninguno de ellos era capaz de presentar un plan bien definido. Ellos esperaban que alguno de los países europeos que tenían como objetivo les concediera el asilo. Pese a que hasta ese momento, nadie les había informado de cómo tenían que solicitarlo ni de los derechos básicos que habían sido acordados para ellos. En general, la presencia de grupos de ayuda humanitaria internacional en la isla de Kos era más que escasa para satisfacer las necesidades, tan escasa que incomodaba. Las infraestructuras necesarios para ayudar a los migrantes y refugiados eran virtualmente inexistentes. Para casi todo, estas almas entristecidas dependían de la ayuda de los buenos samaritanos locales. Para los servicios médicos más básicos, un pequeño equipo itinerante de Médicos sin fronteras (MSF) estaba a cargo de proporcionar asistencia.
“La isla no estaba absolutamente preparada para una crisis como esta. El número de personas que llega es impresionante. Y sólo se puede esperar que vaya en aumento. Las rutas de los traficantes han cambiado. Ahora, las islas del este del Egeo son el destino más popular. Kos, Lesbos, Leros, Samos… Las autoridades griegas están intentando ayudar, pero ellos mismos ya están atravesando sus propias dificultades. Aquí no hay infraestructuras para asistirnos a ayudar a esta pobre gente. Así que tenemos que improvisar.Hemos conseguido reclutar la ayuda de la comunidad local, algunas ONGs y varios voluntarios locales. Sorprendentemente muchos de ellos han estado a la altura de las circunstancias, pero la situación sigue siendo dura, muy dura… ” Estas fueron las palabras de Aggelos Kallinis, el representante local de ACNUR, hablando conmigo frente a la comisaría de policía en la pequeña ciudad de Kos, donde cientos de personas esperan a diario para obtener los permisos que les permiten.
La solidaridad de Kos
Cada día, el grupo voluntario Solidaridad de Kos viene al ‘hotel’ Captain Elias para distribuir comida, ropa, zapatos y productos de higiene básica. Cuando estos Samaritanos del lugar – Sofia (maestra de educación primaria), Elena (médico), Alexander (maestro de educación primaria) y Jorgos (empresario) – llegan para traer a los refugiados su comida diaria, un enorme jaleo puede oírse desde la lejanía. Los niños, algunos de los cuales no llegan siquiera a los diez años, se agarran fuertemente a los trabajadores humanitarios que apenas pueden controlar el arrebato de la hambrienta multitud. Bajo el fuerte sol, los locales reparten la comida preparada especialmente para los migrantes en las cocinas de algunos de los hoteles cercanos.
Hay bastante comida, suficiente para que dure todo el día. Se puede sentir la enorme gratitud que emana de la multitud, pero también un gran sentimiento de vergüenza. En sus hogares, estas personas no habían estado acostumbradas a sobrevivir gracias a la pena que provocan en otros seres humanos. De hecho todo lo contrario. Los sirios y los afganos vienen de los que se pueden decir son dos de los países más hospitalarios del mundo. Mis muchos años como reportero de guerra me han enseñado que la hospitalidad de un país normalmente alberga una correlación directa con el tamaño de las tragedias que ha atravesado la población de ese país.
Un hombre cansado, en su cuarentena, rodeado por seis de sus hijos, observaba la distribución de alimentos a cierta distancia. Visiblemente preocupado, quería obviamente acercarse y coger la parte que le correspondía pero su orgullo no le dejaba hacerlo. “Vengo de los Altos del Golán, justo al lado de la frontera israelí. Un tiempo antes de la guerra me mudé a las afueras de Damasco, donde comencé un pequeño negocio. ¡Me estaba yendo muy bien! ¡Me construí yo mismo una casa grande y me casé! ¡Todo estaba bien! ¡Tenía una buena vida! Me informó Bilal, bastante enfadado. Durante los dos primeros años de la guerra no hubo muchos problemas en su barrio, pero su negoció fue lentamente hundiéndose. Hace como un año, su casa fue arrasada durante las batallas. “El Ejército Sirio Libre y las fuerzas del gobierno estaban luchando por el control de nuestramahala. Una bomba fue lanzada directamente sobre mi casa. No sé quien lanzó esa bomba y francamente no me importa. Mi mujer, mis seis hijos y yo salimos de allí tan rápido como pudimos” En este punto de la conversación, había un patente temblor en la voz de Bilal. Había llegado a Kos el viernes anterior. Apiñado en el hotel junto a su familia, estaba esperando para seguir hacia Atenas, y luego…¿Y luego? “No lo sé. No tengo un plan. Mi único objetivo es que estemos seguros y libres. Para llegar a donde estamos ahora hemos tenido que gastar mucho dinero. El viaje duró veintidós días. Desde Siria, nos fuimos a Líbano, entonces volamos hasta Turquía. Tuvimos que sobornar a muchísima gente. Tú sabes que para llegar simplemente desde Turquía hasta Grecia en barco tienes que pagar mil euros por persona. Quiero decir que, por supuesto, ¡queremos continuar avanzando! Quizá hasta Alemania o incluso hasta Escandinavia. Pero sé que va a ser muy complicado. Quiero encontrar un trabajo. Tengo muchas habilidades y experiencia.”
Mientras que hablaba con Bilal, su mujer y sus dos hijos menores se quedaron en la fría habitación del hotel abandonado. La señora no se encontraba muy bien. Hace algún tiempo se sometió a una complicada y peligrosa operación. El cáncer de mamá se había cobrado un precio muy alto, pero aún así ella había conseguido superar el arriesgado y fatigoso viaje hacia la libertad. “Estoy deseando que mi señora se ponga bien, para que todos podamos relajarnos y empezar a vivir de nuevo,” Bilal dijo en voz baja: “¡Inshallah, si Dios quiere!” Seguía haciendo un gran esfuerzo para no unirse a la cola formada por los demás refugiados que esperaban los alimentos.
Incertidumbre absoluta
En la calurosa mitad de la tarde del Egeo, un par de pequeñas niñas sirias estaban apoyadas al mismo tiempo sobre una pared y entre ellas. Habían estado haciendo todo los posible para no quedarse dormidas, pero su agotamiento las había derrotado finalmente. Durmiendo, respiraban al unísono, con sus bocas abiertas, unidas a la altura de la cadera como si fueran hermanas siamesas.
Pero el trauma de todo por lo que habían pasado estas dos pequeñas niñas estaba grabado profundamente en sus jóvenes caras durmientes.
Sólo unas pocas horas antes, al amanecer, llegaron a Kos en una zodiac junto a sus padres y otros refugiados sirios. “¡Eh!, ¿necesitas una habitación? ¿un hotel? Barato – ¡muy barato!” una lugareña de avanzada edad abordó a la familia mientras sus miembros hacían cola frente a la comisaría de policía. Los padres de las dos niñas dormidas dudaron por un momento. Respecto a su futuro inmediato, tenían muy poca información de utilidad con la que continuar, pese a que llevaban esperando, junto a la multitud, desde temprano.
“¿Sólo por una noche? ¿Solamente para descansar un poco? Queremos continuar con el viaje tan pronto como podamos, señora,” contestó el padre y despertó amablemente a sus hijas. Tan pronto dejaron de apoyarse la una en la otra, casi se desplomaron del agotamiento. Su madre les dio un cálido abrazo.
Cargaron en sus brazos sus escasas pertenencias y siguieron a la mujer griega que les guiaba.
Habrán conseguido escapar de uno de los conflictos más sangrientos de nuestro tiempo, y puede que acaben de conseguir el principal reto de haber llegado con éxito a la UE. Pero sus futuros son aún descorazonadamente inciertos.
Miles de personas refugiadas, solicitantes de asilo y migrantes —menores incluidos— que realizan travesías peligrosas por los Balcanes sufren abusos violentos y extorsión a manos de las autoridades y de bandas criminales; lamentablemente, la UE, con su deficiente sistema de asilo y migración, las deja atrapadas y sin protección en Serbia y Macedonia, afirma Amnistía Internacional en un nuevo informe.
Según Europe’s borderlands: Violations against migrants and refugees in Macedonia, Serbia and Hungary, un número cada vez mayor de personas vulnerables está atrapada en un limbo legal en los Balcanes. La situación se ve exacerbada por devoluciones “en caliente” o expulsiones en cada frontera, el acceso limitado al asilo durante la travesía y la inexistencia de rutas seguras y legales para entrar en la UE.
“Las personas refugiadas que huyen de la guerra y la persecución emprenden este viaje por los Balcanes con la esperanza de encontrar seguridad en Europa y se convierten en cambio en víctimas de abusos y de explotación, a merced de unos sistemas de asilo deficientes”, dijo Gauri van Gulik, directora adjunta del Programa Regional para Europa y Asia Central de Amnistía Internacional.
“Serbia y Macedonia se han convertido en el vertedero donde va a parar el exceso de refugiados y migrantes que nadie de la UE parece dispuesto a recibir.”
El informe se basa en las visitas de investigación que realizamos entre julio de 2014 y marzo de 2015 a Serbia, Hungría, Grecia y Macedonia, así como en entrevistas con más de 100 personas refugiadas y migrantes. Sus testimonios revelan las terribles condiciones que afrontan quienes recorren la ruta de los Balcanes occidentales, que ha superado a la del Mediterráneo para convertirse en el punto de entrada irregular en la UE más transitado. Solamente el número de personas aprehendidas cuando cruzaban la frontera entre Serbia y Hungría ha aumentado más del 2.500 por ciento desde 2010 (de 2.370 a 60.602).
La ruta que lleva a refugiados y migrantes por mar desde Turquía hasta Grecia y luego por tierra a través de Macedonia hasta Serbia para entrar en Hungría es menos mortal que la travesía marítima desde Libia, pero sigue estando llena de peligros y obstáculos. Desde enero de 2014, 123 personas refugiadas, solicitantes de asilo y migrantes han perdido la vida en el mar tratando de cruzar el Mediterráneo para llegar a Grecia y 24 murieron en líneas férreas.
“Vamos de muerte en muerte”
Las personas que llegan a las islas griegas —menores incluidos— afrontan unas condiciones de recepción terribles y la mayoría viaja a Atenas antes de tratar de entrar en Macedonia para dirigirse desde allí a otros países de la UE.
En la frontera de Macedonia con Grecia, y en la frontera de Serbia con Macedonia, refugiados y migrantes son habitualmente objeto de devoluciones “en caliente” ilegales y de malos tratos a manos de la policía de fronteras. Muchos se ven obligados a pagar sobornos. Un testigo dijo a Amnistía Internacional que cerca de la frontera con Hungría, la policía de fronteras serbia amenazó con devolver a su grupo a Serbia si no pagaban 100 euros cada uno.
Un refugiado afgano contó a Amnistía Internacional que formaba parte de un grupo al que la policía macedonia devolvió “en caliente” a Grecia. “Vi a hombres brutalmente golpeados. Pegaron a mi hijo de 13 años. También me pegaron a mí”, dijo.
Algunas de las personas entrevistadas por Amnistía Internacional habían sufrido más de 10 devoluciones “en caliente” en operaciones que a menudo se llevan a cabo en el interior de Macedonia, lejos de la frontera.
Migrantes, refugiados y solicitantes de asilo denunciaron que la policía serbia les dio empujones, bofetadas, patadas y golpes cerca de la frontera con Hungría. Un refugiado serbio dijo a Amnistía Internacional que “pegaron a una mujer embarazada de cinco meses”.
Los refugiados y migrantes son también vulnerables a la explotación económica a manos de contrabandistas y a los ataques de grupos criminales. Dos nigerianos contaron a Amnistía Internacional cómo los detuvieron en Macedonia: “Nos atacaron nueve hombres con cuchillos. Fuimos a la policía para pedir ayuda… pero nos detuvieron.”
“Si morís aquí no vendrá nadie a preguntar por vosotros”
Las autoridades detienen arbitrariamente a muchos refugiados y migrantes. Cientos de personas —familias, mujeres embarazadas y menores no acompañados incluidos— permanecen detenidas durante periodos prolongados en el Centro de Recepción para Extranjeros de Macedonia —conocido como Gazi Baba— sin ninguna salvaguardia legal ni oportunidad de pedir asilo. Muchas están meses recluidas ilegítimamente en condiciones inhumanas y degradantes para que puedan declarar como testigos de la fiscalía macedonia en actuaciones penales contra contrabandistas.
“En Gazi Baba había unas 400 o 450 personas cuando entramos… Había gente durmiendo incluso en las escaleras, el hacinamiento era terrible. Había colchones en el suelo y en el pasillo”, contó un refugiado sirio a Amnistía Internacional.
Algunos ex detenidos dijeron a Amnistía Internacional que los había golpeado la policía o que habían presenciado palizas de la policía en Gazi Baba, y uno contó que cuando un grupo de sirios amenazó con hacer una huelga de hambre, un policía les dijo: “Si morís aquí no vendrá nadie a preguntar por vosotros. Nos desharemos de vuestros cadáveres.”
Sistemas de asilo fallidos
Las personas que tratan de pedir asilo en Serbia o Macedonia afrontan graves obstáculos. En 2014 sólo 10 solicitantes de asilo obtuvieron el estatuto de refugiado en Macedonia y sólo una recibió asilo en Serbia. Desalentados por la lentitud de la tramitación de las solicitudes, la mayoría de los solicitantes continúa viaje hasta Hungría, donde sufren más violaciones de sus derechos.
Quienes son detectados entrando irregularmente en Hungría suelen ser detenidos, a menudo en condiciones de hacinamiento y degradantes, o sometidos a malos tratos a manos de la policía. En 2014 Hungría concedió asilo a 240 personas, una pequeña minoría del número total de solicitudes.
Aunque la mayoría de los solicitantes de asilo detenidos son posteriormente puestos en libertad y llevados a centros de recepción abiertos, si se considera que están en situación de riesgo de fuga permanecen en los centros de detención. Las personas que no desean solicitar asilo en Hungría, muchas de las cuales esperan pedirlo en otros países de la UE, suelen ser expulsadas a Serbia y, en algunos casos, a Macedonia, donde carecen de condición legal, protección y apoyo, y son vulnerables a nuevas violaciones de derechos humanos.
Políticas migratorias de la UE deficientes
El número cada vez mayor de personas migrantes y refugiadas que emprenden la ruta de los Balcanes es consecuencia del fracaso en general de la política de migración y asilo de la UE, sobre la que Serbia y Macedonia no tienen ningún control. Hacer recaer la responsabilidad principal de tramitar las solicitudes de asilo en el primer país de entrada de la UE y limitar las vías de entrada seguras y legales han impuesto una presión insostenible en los márgenes externos de la Unión y en los Estados vecinos.
En lugar de dar prioridad a la mejora de los sistemas de asilo de los países de la ruta de los Balcanes, la UE ha invertido gran parte de sus esfuerzos en reforzar sus sistemas de “gestión de fronteras”.
“Serbia y Macedonia tienen que adoptar muchas más medidas para respetar los derechos de las personas migrantes y refugiadas. Pero es imposible separar las violaciones de derechos humanos que se cometen allí de las presiones generales del flujo de migrantes y refugiados que entran en la UE y la atraviesan, y de un sistema de migración de la UE fallido” , concluyó Gauri van Gulik.
“A medida que aumenta el número de refugiados, solicitantes de asilo y migrantes vulnerables atrapados en una tierra de nadie en los Balcanes, crecen las presiones sobre Serbia y Macedonia. Estas tensiones, como las que sufren Italia y Grecia, sólo pueden resolverse con un replanteamiento mucho más amplio de las políticas de migración y asilo de la UE.”
Miles de inmigrantes y refugiados rohingya y bangladeshíes continúan a la deriva en el sureste asiático tras la campaña contra el tráfico humano lanzada por las autoridades tailandesas, pese a que unos 3.500 han sido rescatados
Tras expulsar a los barcos que se aproximaban a sus costas, Indonesia y Malasia han rectificado su postura: aceptarán a los desventurados por un año, hasta que la comunidad internacional les facilite el reasentamiento.
Ni Birmania, responsable del éxodo, ni Tailandia, donde actúan las mafias de trata humana que secuestran a las víctimas, participan del compromiso
Aquel barco de niños aterrados y hambrientos, de adultos demacrados que lloraban a cámara pidiendo agua y comida, se convirtió en la pelota de ping pong de la crueldad regional. Tras dos meses navegando y abandonados por la tripulación que les conducía a Malasia, sus 350 pasajeros parecían condenados a morir en su ataúd flotante. Pidieron auxilio a cada costa a la que arribaban, pero de todas les expulsaban: contaba un superviviente que la Fuerza Naval tailandesa llegó a amenazar con dispararles si volvían a Tailandia. Los pasajeros bebieron su propia orina ante la ausencia de agua potable, pelearon por la escasa comida y lanzaron por la borda los cadáveres de aquellos que no superaron el viaje (10 muertos) durante una travesía apocalíptica que sólo terminó cuando pescadores de la isla de Sumatra, apiadándose de los desventurados pasajeros, les llevaron a tierra firme en sus embarcaciones contraviniendo las órdenes de la Fuerza Naval indonesia, que había prohibido expresamente conducirles a puerto. Ocurrió el miércoles 20 de mayo, el mismo día en que Malasia, Indonesia y Tailandia celebraban una cumbre para estudiar cómo encarar una crisis de refugiados e inmigrantes perdidos en las aguas del Golfo de Bengala y el Estrecho de Malacca desde que el 1 de mayo Tailandia actuase contra las redes de tráfico humano instaladas con total impunidad en su territorio: secuestran a los pasajeros en su travesía hacia Malasia (destino final elegido) para encerrarles en campos de la muerte donde son extorsionados. Si no pagan el equivalente a unos 2.000 dólares, quedan indefinidamente en los emplazamientos criminales sometidos a todo tipo de violencia. Muchos mueren por inanición, deshidratación o enfermedad.
Imagen del campo de secuestrados de Padang Besar, con siete jaulas de bambú y capacidad para un millar de personas. Fueron halladas 30 tumbas. (Mónica G. Prieto)
La aparición de uno de esos campos, con capacidad para un millar de personas, en Padang Besar, en la frontera entre Malasia y Tailandia, desató la actual crisis: en un cementerio improvisado fueron encontradas 30 tumbas. Sólo un joven, en estado de desnutrición extrema, fue hallado con vida junto a dos cadáveres sin sepultar: sus captores pensaron que no aguantaría la huída y le abandonaron. El escándalo fue mayúsculo y la Junta militar que rige el país con mano de hierro ordenó la desarticulación de los campos: se calcula que cuatro similares al de Padang Besar y una veintena de instalaciones más pequeñas han sido halladas, pero como puede comprobarse en la anterior imagen, no han sido destruidas. Temerosos de ser detenidos, las mafias se vieron obligadas a cambiar su método de actuación: en lugar de atravesar Tailandia por tierra rumbo a Malasia, se quedaron en alta mar. A medida que pasaban las semanas sin que se dieran condiciones seguras para desembarcar, las tripulaciones les fueron abandonando y miles (entre 6.000 y 10.000) quedaron abandonados entre las olas, sin comida, agua ni esperanza. Ataúdes flotantes, les llamaron las ONG, cargados con cientos de personas en riesgo de morir de hambre y sed o, simplemente, de ahogarse después de que las autoridades de Malasia, Tailandia e Indonesia anunciasen que rechazarían toda embarcación que se acercara a sus costas. Y así lo hicieron durante una semana. “Francamente, tienen pocas posibilidades de sobrevivir sin agua ni alimentos”, evaluaba entonces a Periodismo Humano John Lowry, portavoz de la Organización Internacional de Migraciones. “Las condiciones a bordo deben ser horribles”. Lo eran: batallas campales a bordo por comida, muertos lanzados por la borda y la desesperación más extrema marcaron la travesía. Finalmente, las imágenes de los desesperados pasajeros implorando ayuda y la presión de Estados Unidos (que se ha ofrecido a acoger rohingya) y de la ONU movió conciencias o cambió los cálculos políticos. En la citada cumbre, Indonesia y Malasia cambiaron su postura y se ofrecieron a acoger a quienes atracaran en sus costas por un plazo máximo de un año, siempre que fueran reasentados por la comunidad internacional en ese tiempo, y advirtiendo inicialmente que no lanzarían operaciones de rescate en alta mar. Finalmente Malasia ordenó a su Fuerza Naval que fuera en auxilio de los refugiados y días después lo hacía indonesia. Según el ministro de Exteriores indonesio, Anifah Aman, unas 7.000 personas podrían seguir en el mar, vagando en barcos de mafias, una cifra que Naciones Unidas reduce a 4.000. Imposible saber de cuántos seres humanos se trata, dado que es una actividad clandestina. Según UNCHR, agencia de Naciones Unidas para los Refugiados,un millar de personas ha muerto desde marzo en esta huida desesperada por el mar. Sólo en 2014, se estima que casi 55.000 birmanos rohingya o bangaldeshíes tomaron estos barcos como último recurso para escapar de la persecución o de la miseria, una cifra rebasada con creces este año: sólo en los tres primeros meses, 25.000 rohingya pagaron una fortunapara escapar.
Es un problema antiguo con un responsable máximo: Birmania, otra nación que, como Tailandia, se niega a participar en la solución. En este país, la minoría rohingya musulmana (800.000 habitantantes) no tiene derechos porque las autoridades les consideran inmigrantes ilegales. Ni siquiera es llamada por su nombre. “Llevan sufriendo desde hace muchos años abusos y persecución estatal. Hay unas 150.000 personas en situación de apartheid y eso les lleva a embarcarse”, explica el director ejecutivo de Fortify Rights, Matthew Smith, desde Bangkok. Los rohingya viven confinados en poblados rodeados por el Ejército, sometidos a violencia religiosa, sin posibilidad de trabajar y por tanto sin futuro: una situación tan desesperada que todo aquel que puede reunir el dinero necesario lo paga a una mafia de inmigración para que le ayude a escapar a Malasia, Estado musulmán vecino donde siempre hay un familiar o amigo que, confía, le ayude a empezar una nueva vida, o a cualquier otro destino donde no sean perseguidos. Unos 140.000 rohingya ya han seguido ese caminodesde que en 2012 la violencia religiosa se cobrara 280 muertos. En cuanto a los bangladeshíes, la pobreza les lleva a buscar oportunidades a cualquier precio. Se trata de un negocio que mueve 250 millones de dólares al año, valoran en Tailandia, y una oportunidad de oro para las mafias sin escrúpulos que han desarrollado una industria intermedia, la del secuestro: tras pagar sumas astronómicas por un pasaje en una barcaza ilegal, sin apenas agua ni alimentos, que a veces tarda meses en consumarse –dependiendo de si se llena o no la barcaza y de los controles marítimos- muchos traficantes les obligan a parar en la costa tailandesa. Allí les hacen andar a pie por la jungla con la promesa de hacerles cruzar la frontera con Malasia a pie, pero antes deben parar en campamentos provisionales erigidos por la jungla donde son confinados, a veces encadenados, por guardianes armados. Allí son extorsionados; en el caso de no pagar –mediante un intermediario en su país de origen- a las mafias, hay variantes: pueden ser golpeados hasta la muerte o vendidos como esclavos a barcos pesqueros, en el caso de los varones, o como esclavas sexuales en el caso de las mujeres.
El relato de Mohammed Tasin, un joven rohingya de 18 años de Sittwe, en el Estado de Rakhine (Arakan) resume bien esa realidad. El joven abandonó Birmania en 2012 en un barco que llevaba a un centenar de mujeres, hombres y niños. “Nos arrestaron las autoridades tailandesas en el mar”, explicaba a la ONG Fortify Rights. “Nos dieron agua potable y cortaron el ancla remolcando el barco al oeste por un día y una noche. Después, nos dejaron marchar”. El barco terminó encallando en una isla tailandesa, donde volvieron a ser detenidos. Durante 11 meses, el grupo permaneció arrestado en un centro de inmigrantes ilegales de Ranong. Después, los oficiales tailandeses les entregaron a traficantes de personas que se llevaron a Mohammad y al resto a un campo situado en lo más remoto de la jungla. Entre torturas, les exigían 60.000 bath (unos 2.000 dólares) por persona. El joven describió cómo asistió al asesinato de varios secuestrados: los traficantes les obligaron a cavar fosas comunes donde enterrar sus cadáveres. “En las últimas semanas, 17 personas murieron. Los enterramos al amanecer. A veces, cuando regresábamos al campo, encontrábamos que otro había muerto”. El negocio del secuestro de refugiados e inmigrantes era un secreto a voces en Tailandia, como ya contamos en Periodismo Humano, pero las autoridades negaban su existencia hasta que lasimágenes de las fosas y de los famélicos supervivientes hallados al borde de la muerte fueron publicadas en la prensa. En un momento, además, sensible para las autoridades ya que el próximo mes Estados Unidos revisará su Informe de Tráfico de Personas (Tailandia, que ocupa el último escalón, intenta mejorar su graduación para así evitar sanciones) y la UE acaba de sacar ‘tarjeta amarilla’ amenazando con prohibir las importaciones de pescado a Tailandia si Bangkok no se compromete con el final de la pesca ilegal y de la esclavitud en los barcos pesqueros. La maquinaria tailandesa de las relaciones públicas se inició con una campaña por todo lo alto, con batidas en la jungla e investigaciones en las localidades próximas a los campos hallados. Unos 80 funcionarios, cifra que incluye alcaldes y responsables municipales de toda índole, han sido detenidos o están en busca y captura y 67 policías han sido apartados de su cargo. Las autoridades aseguran que el líder de la principal red de trata de blancos es Patchuban Angchotipan, más conocido como Ko Tong (Gran Hermano), antiguo responsable municipal y propietario de varios complejos hoteleros en la provincia de Satun, incluida una isla privada cerca de Malasia desde donde se sospecha que dirigía su red de tráfico humano. Ko Tong, inicialmente huido de la Justicia, terminó entregándose en Bangkok. “Hemos acabado con el problema al 50%”, se ufanaba un alto cargo tailandés ante el escepticismo de las ONG, que consideran la campaña una mera estrategia propagandísticapara mejorar la imagen de la dictadura.
Para algunos, la campaña tailandesa para acabar con los campos de tráfico humano sin hacerse cargo de las víctimas condena a los inmigrantes y refugiados a morir en el mar, “lo cual es casi peor que los campos”, evalúa Chris Lewa, responsable de Proyecto Arakan, dedicado al seguimiento de las violaciones de Derechos Humanos de la comunidad rohingya. “No podemos dejar a esa gente morir en medio del mar”, continúa en conversación con Periodismo Humano. “Todo es un maquillaje político. Nos pretenden hacer creer que combaten contra la corrupción y contra el tráfico de personas y usan para ello a los rohingya, pero no creo que sea una política destinada a salvar vidas. De hecho, más gente va a morir si no se les permite desembarcar. No tienen a dónde ir, ningún país les quiere, no pueden regresar a Birmania porque no tienen documentos, porque el Gobierno birmano les niega su documentación. Siempre salen perdiendo”. El representante especial de la Organización de Cooperación Islámica para los Rohingya, Tan Sri Syed Hamid Albar, fue una de las primeras voces en pedir a la ASEAN (Asociación de Naciones del Sureste Asiático) una acción conjunta y urgente. “Si este problema no es afrontado por Tailandia, Indonesia, Malasia y Birmania, se convertirá en una tragedia humana de dimensiones catastróficas”, evaluaba. Syed Hamid pide al régimen birmano que revalide las ‘tarjetas blancas’ –tarjetas de identidad temporales emitidas a la comunidad rohingya y retiradas el pasado 31 de marzo por órdenes del presidente Thein Sein, dejando a los rohingya del Estado de Arakan sin papeles- para evitar que crezca el éxodo. Muy lejos de ello, Birmania se negó a participar en la reunión ministerial del miércoles y supedita su presencia en la reunión del próximo viernes a que no se llame a los rohingya por su nombre. “Si la mayoría de la gente opta por marcharse, podemos ver una repetición de la crisis de las gentes del barco vietnamita”, estimaba Sri Syed Hamid Albar, en referencia a los cientos de miles de personas que abandonaron la represión de Vietnam tras la guerra, a finales de los 70 y los años 80, a bordo de precarias embarcaciones con rumbo a Malasia provocando una crisis de refugiados que terminó afectando a todo el sureste asiático: unos 800.000 sobrevivieron (llevó dos décadas reasentarles en todo el mundo) pero incontables personas murieron en alta mar. Tras el acuerdo alcanzado entre Malasia e Indonesia hace unos días, Tailandia ha convocado otra cumbre regional el próximo día 29 a la que han sido invitados Indonesia, Bangladesh, Malasia, Birmania, Vietnam, Laos, Camboya, Australia y Estados Unidos además de instituciones como la OIM o UNCHR. “Tailandia sólo es un país de tránsito”, ha señalado el general Prayuth, a cargo de la Junta militar tailandesa. “Se trata de un movimiento criminal trans nacional y sólo nos afecta como país de tránsito, así que tenemos que resolver el problema con la cooperación de otros países”. ONG como Fortify Rights han pedido a las autoridades de Tailandia, Indonesia y Malasia que “abran sus fronteras a los refugiados, garanticen su acceso a los procedimientos de asilo y les protejan de detenciones y regresos forzados, garantizando su libertad de movimientos”. Matthew Smith califica la situación de “grave crisis humanitaria que requiere una respuesta inmediata, porque hay vidas en juego”.