El encuentro es en la casa del otro, como María en casa de Isabel. Por eso somos nosotros los que debemos hacer el camino que nos conduce al otro. Y, como María, somos portadores de un misterio que nos sobrepasa y que debemos vivir en el silencio y en la contemplación… Cuando surge el encuentro con el otro surge la alegría, la comunión de lo que cada uno llevamos dentro.
El Espíritu es el artífice del encuentro, posibilitando la acción de gracias por los frutos recibidos, frutos que son siempre sorprendentes. Se vive así el apostolado del encuentro. Si el Espíritu, nos conduce, en nosotros brota la alegría cuando nuestros corazones se abren al misterio del otro.
Nuestra alegría será cada vez mayor, cuando la vida de nuestros hermanos crezca y se desarrolle siguiendo la obra del Espíritu que mora en ellos. Y el Espíritu, nos hace entrar en la gracia del servicio gratuito, en donde la relación es puro respeto, don sin prejuicio, compartiendo las alegrías y las penas. Acogiendo con respeto, el camino del otro. Y también nosotros estamos necesitados del otro. No venimos solamente a dar, sino también a recibir.
María e Isabel no podían ser madres. Una por anciana, otra por ser virgen. Pero a ambas Dios las hace fecundas. Lo hace de formas diversas, los niños serán distintos, la misión de cada uno será diferente. De momento las dos viven en la incertidumbre.
Cuando se encuentran y cada una cuenta su historia, las dos primas se escuchan y al escuchar a la otra cada una va comprendiendo su propia historia, el sentido del misterio que se encierra en las entrañas de cada una.
Todos nacemos sabiendo oír (salvo quien nazca sordo). Pero todos debemos hacer un largo aprendizaje para saber escuchar. La escucha implica entender al otro a partir de él mismo y permitir que las palabras del otro me permitan a mí entenderme a mí mismo. ¡Cuántas veces hablamos con otro y mientras el otro dice lo que piensa yo ya estoy pensando qué le voy a responder!
Nunca los hombres podemos pretender ser “dueños” de Dios. Cada uno tenemos nuestra propia experiencia. Cierto que no todas son iguales, que algunas se alejan demasiado del verdadero rostro del Dios-amor. Pero ninguno tenemos la exclusiva del conocimiento de Dios.
Por ello la misión se ha de fundamentar siempre y realizarse a través del diálogo. Igual que Dios se nos dio a conocer dialogando, a través de su Hijo que es Palabra. Palabra escuchada y compartida. La misión siempre ha sido y será diálogo que nos acerque a la verdad sobre nosotros mismos y sobre Dios.
P. BERNARDO BALDEÓN
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