Su gran capacidad de acogida es una de las caracrterísticas del modo de actuar de Jesús que repetidamente recogen los evangelios. De hecho, la ocogida aparece como uno de los principales instrumentos mediante el cual se hace preesente el amor de Dios Padre a las personas, sin exclusión ni discriminación.
Esa acogida es compasiva, porque la misericordia y la compasión son modos de ser de Dios. Hunde sus raíces en la hospitalidad vivida por el pueblo de Israel como actitud humana abierta a la trascendencia. Se manifiesta en acciones concretas realizadas frecuentemente con las manos y acompañadas de acciones libreradoras.
Hospitalidad y acogida
Jesús formó parte de un pueblo que había hecho de la hospitalidad uno de sus rasgos más específicos. Aunque la hospitalidad era una necesidad en elmquehacer diario de los pueblos que habitaban en zonas desérticas, el antiguo pueblo de Israel supo hacer de ella una virtud.
Mediante esta actitud, ampliamente ejercida en las tierras bíblicas, el mundo hinóspito del desierto ser hace más humano, la realidad resulta menos agresiva, las pesonas encuentran protección y se reduce el sentimiento de inseguridad.
Quienes practican la hospitalidad viven una existencia fundamentaa en las relaciones personales: mantienen los ojos abiertos para detectar la necesidades de los demás, se hacen resdpetuosos al abrir sus manos y su hogar al que es diverso. La hospitalidad es el mejor antídoto frente a la indiferenvcia. En definitiva, hace a la persona más humana.
Una nueva profundidad
Jesús formó parte de un pueblo para el que la hospitalidad sobrepasaba las dimensiones humanas, llegando a aquirir dimensión trascendente. No es de extrañar que se prodigara e una acogida concreta y real hacia pobres y excluidos que peregrinaban por el desierto de una existencia maltrecha: personas carentes de seguridad, postergadas social y religiosamente, privadas de salud, convertidas en mendigoa, abrumadas por una ingente cantidad de preceptos religiosos que olvidaban la misericordia, la justicia y el derecho..
Todas ellas hallaron en Jesúsalivio para sus vidas doloridas y un esdpacio donde recuperar la digidad de saberse queridas y amadas por Dios.
Para quienes soportan una vida de sufrimiento, Jesús se convirtió en lugar de acogida. Para ello desdarrolló procesos que, pariendo de elemntos humanos, transcendían lo material y lo social. Recordemos tantos encuentros de Jesús que nos narran los evangelios: con la aúltera, con Zaqueo, con la prostituda en casa de Simón, con la samaritana, con ciegos, paralíticos, pecadores, la multitud hambrienta. Los relatos evangélicos están llenos de ellos.
La acogida de Jesús comienza con una atenta mirada de compasión hacia quienes sufren. Interioriza y hace suyaesa mirada. Se conmueve. Expresa esos sentimientos y emociones en gestos concretos de perdón, curación, esperanza… Abre siempre un camino de esperanza. Con frecuencia su acogida se canaliza a través de sus manos que, con gestos casi imperceptibles, transmiten un cúmulo de elementos humanos y religiosos positivos.
No lo hace desde ideas. Lo hace con las manos: toca el sufrimiento, la soledad, el rechazo que experimenta cada persona y les abre a un futuro nuevo.
La misión de la Iglesia
La acción misionera de la Iglesia, que debe volver a su origen: a la persona de Jesús, tiene aquí marcado el camino.
El misionero ha de ser aquel capaz de tocar el sufrimiento humano con una mano, y con la otra tocar el corazón amoroso de Dios. Su tarea no es otra que la de hacer de puente entre ambas realidades. Acoger al dierente, al que sufre, con el cariño entrañable de Dios.