He cumplido 71 años, acabo de volver de Etiopía y me estoy adaptando a la vida de hoy en España. No sé ni cómo empezar porque deseo que mis palabras puedan serviros de algo, especialmente si sois jóvenes.
En mi niñez aprendí geografía al acompañar a los misioneros y exploradores en sus viajes. Todos aquellos personajes me llevaban a encontrarme con personas y costumbres distintas. Todos eran empujados por diferentes ideales o deseos. Unos llegaban a la gloria, otros a conquistar poder o riquezas y había un grupo de tipos extraños que me llamaba la atención porque ganaban felicidad en el encuentro con otros, en el intercambio de conocimientos, en experiencias con culturas diferentes. Esas personas extrañas me atraían más que los demás. Yo no soñé de niño con marcar goles, ganar millones o ser un crac de videojuegos en realidad virtual. Mis superhéroes eran aquellos que se sacrificaban por algo difícil de explicar…Y quise ser como ellos.
Tenía miedo de no estar a la altura en muchos aspectos. Dudaba un poco de mi físico (1,62 cm de altura, 44 kg de peso, y algún cólico renal previo) para afrontar situaciones difíciles por no decir algo extremas; los que nunca han viajado siempre te meten miedo de que los mosquitos te van a chupar la sangre, de que el calor o la humedad te van a derretir y otros muchos tópicos.
La base de la vocación
Lo que sí quiero decir claro es que toda vocación tiene etapas de dudas y sacrificio. La vocación misionera tiene una base radical: Jesús me llama y me envía a predicar el Evangelio con hechos y palabras.
Hay que seguir a Jesús, una persona cercana, pero para seguirle tienes que reforzar la Fe, tienes que conocerle bien. Tienes que estar dispuesto a batallar por otros menos favorecidos, por el entendimiento de las culturas entre si, por que la humanidad crezca en todos los aspectos. Te será necesario también luchar contra los prejuicios, injusticias, abusos, y todo lo malo del mundo, en definitiva, vivir tu vida como un Quijote.
Para conocer a Jesús hay que establecer con él una relación de amistad, esto se consigue rezando y exponiéndole nuestro modo de ser en esa oración, al mismo tiempo que nos vamos probando en nuestras relaciones con lo que nos ofrece el mundo. Es necesario también un estudio sistemático y de reflexión sobre la humanidad, sus anhelos, etc.
Una vez te consideras preparado pueden enviarte a otro continente a dar el callo para mostrar al mundo que todo hombre es hijo de Dios, que todos somos iguales con iguales derechos, aunque para muchos sea aún discutible a juzgar por cómo nos tratamos los humanos. En definitiva, la vocación misionera puede colmar tu vida sin que te aburras.
Superar prejuicios
He vivido y he aprendido alguna cosilla que os puede ayudar a pensar:
En los países muy desarrollados nos creemos estar un peldaño más arriba, existen prejuicios sobre otras culturas, pero yo he aprendido a admirarlas. No las miremos a bulto, sino cada individuo de esa cultura y así me di cuenta de que éramos exactamente iguales, con los mismos miedos, amores, simpatías, antipatías, fiestas, celebraciones, llanto, muerte, ideales, búsqueda de Dios….
La expresión de todo ello puede variar, pero el motivo y el sentido es igual. ¿A qué viene entonces tanta tontería de supremacía?
Un aprendizaje continuo
Aprendí que el hambre no lo produce tanto la falta de productos cuanto las guerras, el colonialismo actual que sutilmente se lleva todo e incluso hace que les den las gracias. Depender siempre de las ayudas no es la solución. Yo no me explico para qué sirve la ONU si no es capaz de plantear un programa de desarrollo para los países más pobres.
Aprendí a relacionarme como ellos, con paciencia y dejando hablar a los otros en las reuniones sin necesidad de gritar. Por eso ahora estoy sorprendido de cómo se las gastan nuestros representantes. También me parecen exageradas muchas cosas en las redes que llevan a la incomunicación poco a poco, sin que te des cuenta. La tecnología no es toda para hacer crecer buenos sentimientos, a veces puede llevarnos al lado oscuro de la fuerza.
Aprendí a ser feliz en el día a día con las personas a mi alrededor, unas veces enseñando y otras aprendiendo, unas veces riendo y otras llorando. He vivido una vida sencilla sintiendo siempre la presencia de Dios.