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Prueba del discípulo misionero

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Cuando los jóvenes en el ministerio pastoral sienten curiosidad por saber por qué elegí la vida sacerdotal como mi proyecto de vida, casi siempre me hacen las mismas preguntas como, por ejemplo, cómo me di cuenta de que ese "era mi camino", si estoy "seguro de esta elección”, cómo reconocer tu vocación vocacional o “si voy a la iglesia desde niño para ayudar en misa” y si por eso decidí ingresar al seminario…

Preguntas para las que, después de buscar muchas veces una buena respuesta que coincidiera con la verdad y explicara lo que pensaba, finalmente encontré una forma más directa de responderlas y así lo explico ahora: después de comprender la propuesta de Jesús y reconocer su Reino aquí en la tierra, no podía quedármelo sólo para mí, pero sentía la necesidad de compartirlo con otras personas para que les hiciera el mismo bien que a mí. E inmediatamente surgen más preguntas, como cuál es la propuesta de Jesús y cómo es el Reino de Dios, y así comienza una amena conversación de animación misionera en la que me descubro como un aprendiz “discípulo misionero”.

Soy Cristhian Alarcón, seminarista misionero de la Consolata colombiano, y me gustaría invitarte a hacerte varias preguntas para poder reconocer en qué punto de tu discipulado misionero te encuentras.

 

Primera etapa

Lo primero que caracteriza a un discípulo misionero es el hecho "lógico" de tener un Maestro y los cristianos católicos, por excelencia, reconocemos a Jesús como nuestro Maestro, y no es sólo porque es el Hijo de Dios, sino también porque sus enseñanzas son tan notables para nosotros que queremos aprenderlos y hacer como Él hizo: compartir el Pan con los más necesitados, dar esperanza a los marginados de la sociedad, mostrar a Dios como un Padre que guía y una Madre que protege, traer reunir a todas las personas en un solo credo y vivir juntos sin importar raza, idioma, riqueza o color y, sobre todo, recordarnos que el amor es el más importante de los mandamientos. Reconocer a Jesús como Maestro significa dejarse iluminar por su vida y seguir sus huellas. ¿Alguna vez has reconocido a Jesús como Maestro? Si lo reconoces, ya has pasado la primera etapa.

 

Segunda etapa

El segundo paso es conocerte como discípulo misionero. ¿Te reconoces como discípulo misionero de Jesús? Digo conócete a ti mismo porque es un ejercicio permanente que no se hace solo una vez en la vida, somos muchos los que creemos que ya somos “discípulos fieles” por nuestro bautismo, pero abandonamos nuestra gran tarea de dar testimonio de Jesús. Por eso debemos hacer el ejercicio de saber diariamente cuánto estamos aprendiendo del Maestro; es decir, tener repetidamente esta experiencia de preguntarnos si también estamos haciendo nuestro trabajo como discípulos. La palabra discípulo proviene del latín discipulus, derivado de discreto “aprender”, “conocer” y si cada día estás dispuesto a conocer un poco más de la persona de Jesús y aprender de sus enseñanzas has pasado al siguiente. etapa, el final de la etapa.

 

Tercera etapa

Éste es el último paso y podrías pensar, en este punto, que estoy haciendo que esta conversación sobre el discipulado misionero sea demasiado fácil, pero no lo es tanto porque éste es el paso más complicado, el último nivel.

El tercer paso implica responsabilidad porque nos recuerda nuestra vocación de discipulado, que es ser misioneros. ¿Cómo es tu trabajo misionero? Ser misionero es una oportunidad para todos los bautizados, pero no es una obligación y eso lo quiero dejar muy claro, porque lo pensamos como una “tarea” y en realidad es más una vocación, es decir, algo eso se hace con ganas, con amor. La misión es ese don que hace que los discípulos se sientan realizados porque los invita a compartir con los demás lo que saben y viven, a reconocer a Jesús como Maestro, a reconocerse como discípulos y a aprender de Él y también a compartir la labor de realizar sus propuestas en la vida cotidiana nos da alegría misionera.

En los Hechos de los Apóstoles (Hechos 4:20) la alegría de ser misionero se narra en pocas palabras: “No podemos dejar de hablar de lo que vimos y oímos” es lo que siente un discípulo y es lo que debes sentir si ya habéis superado las tres etapas de esta prueba y si todavía pensáis que no es suficiente, oremos juntos para que cada bautizado se comprometa con la Evangelización, disponible para la misión, a través de un testimonio de vida con sabor a Evangelio. 

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