Este año es una oportunidad para replantearnos nuestros criterios, pero no desde nosotros, sino desde los otros. Ya que Dios suele tener una forma de pensar distinta a la nuestra, para comprenderlo debemos acercarnos, escuchar y aprender de otras formas de ver la vida. Hace unos días hablaba con dos personas inmigrantes y les preguntaba quiénes eran para ellos las personas que tenían “valor”. De entrada, algo quedó claro: no se trata de ser “buenos” o “malos”, todos tenemos nuestra parte bondad y de maldad. Y salvo casos muy extremos no es criterio válido.
De ahí pasamos al tema de la sinceridad. Una persona vale en la medida en que es sincera. Ser sinceros no significa tener la verdad, nadie en dueño de la verdad, Uno puede estar totalmente equivocado y, aunque tengas que cambiar de opinión, si no dices lo que realmente piensas para quedar bien, perdiste toda credibilidad y valor como persona. Te convertiste en un chantajista ideológico. Pero parecía que los argumentos se nos iban quedando cortos y entramos en otro nivel.
Capaz que lo que marca el valor de cada persona es su forma de relacionarse con los demás. Y fueron saliendo un montón de palabras que usamos con mucha frecuencia, pero sin ser conscientes de lo que realmente significan. Por ejemplo: solidaridad, que significa estar en el mismo “suelo” de aquellos a los que han mandado al fondo de la sociedad. Compasión, que significa compartir el dolor con aquellos que más padecen y sufren en nuestro mundo. Empatía, o lo que es lo mismo hacer nuestros los sentimientos del otro. Y podría seguir con muchas palabras más. Pero la conclusión era clara: una persona vale no por lo alto que es capaz de llegar, sino por hasta dónde es capaz de “abajarse” para estar cerca de quienes sufren y que son, a fin de cuentas, quienes serán capaces de hacerlo “humano” en el sentido más amplio de la palabra.
El Dios a quien todas las religiones habían considerado el “todopoderoso” decide hacerse presente entre nosotros y mostrarnos su verdadero rostro. Y entonces aparece como el “todo-débil”. La debilidad de Dios, manifestada en Jesús, es lo que nos abre el camino de la salvación. Nuestra debilidad, cuando es fruto de ser cercanos a los demás es lo que nos hace valiosos como personas.
Curioso que la iglesia haya buscado tantas veces el poder, el prestigio, el dinero… Era la forma de alejarse del Dios de Jesús. Y ahora pagamos las consecuencias. Ojalá que este año nos ayude a descubrir el verdadero rostro de Dios, el verdadero valor de las personas. Nos vendría bien a todos. Sería la forma de recuperar la esperanza y eso es algo central en la misión evangelizadora.
P. BERNARDO BALDEÓN
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