Las palabras pertenecen al salmo 21. Los judíos lo rezaban con frecuencia. Expresa la angustia del hombre al sentir la ausencia de Dios en los momentos decisivos de su vida.
No es casualidad que el evangelista lo ponga en labios de Jesús cuando está clavado en la cruz, cuando experimenta la debilidad y la soledad más absoluta como hombre.
Porque era plenamente hombre.
Es ahí cuando, como dice el credo, “descendió a los infiernos”, experimentó el vacío más profundo.
Allí se encontró al mismo nivel con los hombres más “desechados”. Y fue justamente allí donde, en medio de la angustia, se reencontró con Dios, su Padre.
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