Cuando llegué a Massangulo, provincia de Niassa, al norte de Mozambique en octubre de 2017, quedé sorprendida por aquel lugar, al pie de la montaña, con aquella iglesia inmensa y todo dominado por el color rojizo de su tierra.
Me llevó allí la amistad unida a mi amor por África y en especial por Mozambique, país al que acudo desde hace 22 años por cortos periodos de tiempo, con intención de aportar algo de mi experiencia (médico jubilada, casada y abuela de 4 nietos) y la recompensa de volver completamente renovada y con fuerza para la vida en este otro lado del mundo.
Mi amistad con el padre João Nascimento, misionero portugués de la Consolata, con toda su vida dedicada a África, viene de largo. Hace 14 años en Maputo, cuando era formador de novicios me pidió que impartiese un cursillo de primeros auxilios a los novicios que en años sucesivos repetí acompañando clases de cocina y experiencias diversas, conviviendo y participando en las actividades diarias, incluidos los rezos y reflexiones del noviciado.
Es el momento de explicar que aunque creyente (a mi manera) educada en la religión católica, no soy practicante, no comparto con la iglesia, como suelo decir, más que el “Amor al prójimo”, por eso es muy fácil convivir en el ambiente misionero. Eso domina todo.
Después de 7 años de su salida de Mozambique, el padre João regresó, esta vez, como párroco de la Parroquia de Nuestra Señora de la Consolata en Massangulo. Yo no conocía aquella zona así que decidí dedicar ese año mi tiempo en esa misión.
Hacía tres meses que el padre había llegado allí, donde después de unos años de escasa presencia de los misioneros, el lugar estaba muy degradado y la actividad de la comunidad católica era muy pequeña. Teniendo en cuenta que el 85% de la población de la zona es musulmana, el trabajo allí se presentaba arduo.
Comenzó la tarea de rehabilitación, reestructuración y organización de la Misión, que era enorme, pues muchos edificios estaban prácticamente destruidos. La pobreza, la escasez de medios de aquel lugar era impresionante. No vendían de nada de lo que se necesitaba: ni lejía, huevos solo algunos días, a veces ni una lechuga o repollo, solo hojas de mandioca. El gran descubrimiento fueron los massukos, fruta que yo desconocía ya que solo se produce en aquella zona, muy sabrosos pero con poco que comer.
Los chiquiños, como llaman a los monos que nos visitaban todas las tardes arrasaban con todo, imposible tener huerta y frutales, además entraban en el gallinero y comían los huevos.
Para completar el panorama, estaban las “talacas”, enormes hormigas negras que salen cuando llueve un poco y que invaden atacando todo, gallinas, conejos y personas, ¡cómo muerden!
En fin, que cuando regresé de la misión, después de tres semanas de permanecer en aquel ambiente, estaba desconcertada, ¿cómo se podía sobrevivir solo y sacar aquello adelante? Ahora, al volver otra vez este año sé que la Fe mueve montañas.
El cambio en la misión ha sido enorme, no solo en las instalaciones sino en toda la comunidad parroquial que ahora tiene una actividad intensa, coincidí con un domingo de bautismos y primeras comuniones emocionante, encuentro de jóvenes de diferentes zonas a los que impartí un mini curso de primeros auxilios, eso sí, con traducción al Ayao, lengua local, ya que muchos no entienden bien el portugués y menos mi “portuñol”.
El trabajo inmenso que el padre ha hecho para favorecer la vida de aquellas personas parece imposible de realizar: cursos de informática impartidos por una voluntaria portuguesa con tres ordenadores que consiguieron de un proyecto, olimpiadas de cultura general que incluían conocimiento de las religiones católica y musulmana (cosa que agradecieron los alumnos) para los estudiantes de secundaria, con el fin de darles a conocer la biblioteca de la misión como un lugar donde poder estudiar y consultar libros. Teniendo en cuenta las condiciones en las que viven esto es un lujo.
La “Escolinha P. Luis Weberg”, anexa a la misión, ha sido otro de los grandes trabajos. Se ha contratado nuevo personal que trata con ilusión y cariño a los niños de 3 a 6 años, se han rehabilitado las instalaciones y una cocina que permite desayuno, comida y merienda a los niños, una oportunidad que muchos niños no tendrían, los padres deben pagar una pequeña cuota, y aquellos que no pueden trabajan unas cuantas horas más a la semana como la cocinera o el Sr. Boana (el que hace las chapuzas en la misión) que lleva dos hijos y dos nietos. Para otros se ha iniciado una campaña de apadrinamientos o apoyo a la escolinha.
Las personas estaban acostumbradas a ir a la misión a pedir pero el Padre les ha acostumbrado que cada cosa hay que conseguirla con esfuerzo y a todos les ofrece trabajo, la huerta, pintar, arreglar puertas, mil pequeñas cosas para hacer y que aprendan a valorar.
El proyecto “machamba solidaria”, ofrece terreno de la misión a familias que quieran cultivar una parte para mejorar la alimentación y la economía familiar, además de la creación de un espacio protegido con red metálica para impedir la entrada de los monos y poder cultivar diferentes plantas y árboles. La mejora del almacenamiento y distribución de agua a la población es otro de los proyectos a realizar
El formular ambos proyectos con el fin de poder presentarlos para su financiación ha sido una de mis tareas de este año, sin olvidar las clases de cocina a mama Susana y la preparación de un nuevo menú semanal para mejorar un poco la alimentación.
Mi admiración por este misionero y otros muchos que como él dedican su vida a los demás es cada día mayor, sobrevivir en soledad requiere una Fe inmensa que envidio sinceramente.
Creo que en esto consiste la auténtica Misión.