Juan Gabriel Acosta Cárdenas, Misionero de la Consolata colombiano, se encontraba hasta hace meses en África del Este. La itinerancia misionera, la misma que le permitió compartir su vida y su fe con el pueblo keniano, le ha traído ahora a tierras castellanas, actualmente vive en Salamanca para continuar sus estudios, con la única intención de aprender a gustar y comprender, más y mejor, la Palabra de Dios, que a fin de cuentas es lo que los misioneros y las misioneras buscamos anunciar y compartir en diálogo con los pueblos y culturas.
En el envío misionero de Jesús a sus discípulos, aquel mandato de ir por el mundo entero a anunciar el Evangelio, es evidente que la tarea a la que hemos sido convocados se articula en dos acciones. La primera es ir, implica ponerse en camino, favorecer el encuentro, salir a otros contextos, realidades, culturas. El segundo es anunciar, constituyéndose éste el cometido de tal movimiento. Los misioneros vamos para comunicar la buena noticia, siendo entonces la Palabra de Dios el corazón mismo de aquello que anunciamos: Jesús, Verbo de Dios, la verdadera consolación.
Ya nos los decía el Papa Francisco en Evangelii Gaudium (174): “Toda la evangelización está fundada sobre ella [la Palabra de Dios], escuchada, meditada, vivida, celebrada y testimoniada. Las Sagradas Escrituras son fuente de la evangelización. Por lo tanto, hace falta formarse continuamente en la escucha de la Palabra. La Iglesia no evangeliza si no se deja continuamente evangelizar. Es indispensable que la Palabra de Dios «sea cada vez más el corazón de toda actividad eclesial»”.
El pasado 10 de octubre, el Papa ha dado apertura al Sínodo sobre la sinodalidad, Por una iglesia sinodal: comunión, participación y misión, Sínodo 2021-2023, proceso eclesial que nos ha puesto en camino a todos los bautizados para que juntos descubramos donde, cómo, con quienes, a quienes nos envía el Señor. Anunciamos la buena noticia, Palabra de salvación siempre actual, pero que nos pide descubrir cómo contagiar, proponer y comunicar la alegría del Evangelio en cada época. Un camino que nos convierte en peregrinos para que, en el encuentro, la escucha y el discernimiento, juntos construyamos la Iglesia, comunidad de fe, que el Señor quiere.
El papa Francisco nos recuerda que “la sinodalidad representa el camino principal para la Iglesia, llamada a renovarse bajo la acción del Espíritu y gracias a la escucha de la Palabra”. Todos estamos llamados a nutrir nuestra vida con la Escritura, ella que es lámpara para nuestros pasos, guíe nuestros corazones y mentes, a fin de que animados por el Espíritu vivamos auténticamente nuestra vida cristiana.
Todo los bautizados, discípulos-misioneros de Jesús de Nazareth, necesitamos descubrir cómo Dios habla en la Escritura y aquello que dice, para entonces, y sólo después de ello, intuir cómo debemos anunciarlo.
La Palabra de Dios no es una realidad fosilizada, no es una pieza de museo, remota y ajena a nuestro contexto vital, en cambio es Palabra viva y eficaz, memoria comunitaria de la presencia y acción de Dios en la historia, Palabra que nos transforma, sí, porque cuando entramos en contacto con ella, cuando la leemos-escuchamos, meditamos y dejamos que nos interpele, nos cambia, nos consuela.
Nos ponemos todos en camino, abiertos a la acción del Espíritu, animados e interpelados por la Palabra y la vida de las comunidades, diversas en sus modos de expresión de fe y unidas en el vínculo de la comunión, queriendo que la Iglesia sea testimonio del amor y la consolación de Dios, fiel a su misión de ser sal y luz en medio de las gentes: construyendo puentes, tejiendo redes y abriendo caminos, al servicio de la justicia y la paz.