Conversamos con el Padre Nebyu Elias Gabriel, Misionero de la Consolata, quien nos comparte su apasionante trayectoria y experiencias en Venezuela. Desde su origen etíope hasta su labor actual como superior de la comunidad de los Misioneros de la Consolata en Venezuela, el Padre Nebyu nos ofrece una mirada profunda a su vida y su compromiso con la misión.

Lo primero que nos gustaría saber es un poco sobre tu trayectoria, ¿podrías hacernos un breve resumen de tu vida?

Claro! Soy el Padre Nebyu Elias Gabriel, Misionero de la Consolata. Vengo de Etiopía, del sur del país, de una familia católica. Realicé mis estudios primarios y secundarios en mi localidad natal. Luego, cursé filosofía en Addis Abeba, y mi noviciado lo hice en Kenia. Más tarde, completé mis estudios teológicos en Bogotá, Colombia. Llevo 14 años trabajando como misionero en Venezuela y actualmente soy el superior de la comunidad de los Misioneros de la Consolata en este país.

P. Nebyu, siendo etíope y viviendo en Venezuela desde hace años, ¿cuáles diferencias y similitudes destacarías entre ambas culturas?

En Venezuela y Etiopía, a pesar de sus diferencias culturales, comparten una fuerte conexión con la familia y la religión. Mientras que en Etiopía la religión ortodoxa es predominante, en Venezuela es el catolicismo. Sin embargo, en ambos países hay un profundo respeto por las celebraciones religiosas. Además, la hospitalidad extraordinaria de los venezolanos me ha hecho sentir parte de su comunidad, recordando la importancia del respeto hacia los mayores que valoramos en Etiopía.

¿Cuáles son los principales desafíos que enfrenta tu comunidad en Venezuela?

Uno de los desafíos más grandes que enfrentamos como misioneros en Venezuela es la obtención de documentos. Muchos misioneros han esperado durante años para entrar al país o renovar sus documentos una vez dentro. Esta situación dificulta nuestra labor, ya que algunos no logran ni ingresar. 

Además, nos enfrentamos a la escasez, lo cual nos lleva a vivir una vida sencilla y compartida con la comunidad. 

Recuerdo una anecdota cuando esperaba un dia en una cola durante tres horas para poder comprar algo de pan. Después de esperar durante tres horas, al llegar a la puerta, me informaron que se había agotado. Esta situación refleja las dificultades que enfrenta la gente, nosotros compartimos estas experiencias con la gente a pie de calle para brindar consuelo y cercanía. 

También me gustaría transmitiros la enorme generosidad que tiene el pueblo venezolano. Dentro de la precaria situación que se vive la gente nos ayuda con pequeñas contribuciones como la harina P.A.N (harina de maíz precocida para hacer la tradicional arepa venezolana) o con ayudas de algo de dinero. Estas ayudas nos han permitido mantener nuestros comedores para niños y llevar a cabo actividades como la Caravana Misionera, donde distribuimos alimentos a personas necesitadas por las calles. Todo esto es posible gracias al apoyo de la comunidad, quienes comparten con nosotros lo que tienen.

¿Cómo fomentáis el diálogo y la reconciliación en medio de la polarización política que se vive en Venezuela?

Nuestra presencia en la sociedad abarca a todos, sin importar su afiliación política.

Intentamos promover el diálogo y la reconciliación, especialmente a través de las Escuelas de Perdón y Reconciliación, colaborando con organizaciones como la Fundación para el Perdón y la Reconciliación de Colombia para poder construir espacios de paz y justicia en Venezuela.

¿Ha habido alguna experiencia en Venezuela que te haya marcado especialmente?

Recuerdo una vez que fui a comprar dos paquetes de pasta, dos de arroz y dos de harina P.A.N., teniendo que hacer cola nuevamente. Logré conseguirlos el mismo día, lo que nos dio un poco de alivio en casa. 

Al día siguiente, una señora llegó a la casa con dos bebés desnutridos, pidiendo algo de  ayuda mientras yo me preparaba para la misa. Recordé que lo único que teníamos eran los alimentos comprados el día anterior. Aunque me encontraba ante la disyuntiva de si debía darles algo.

Reflexioné sobre el hecho de que todo lo que recibimos no nos pertenece exclusivamente, sino que proviene de las donaciones y la generosidad de la gente. Decidí enviar a la señora que nos ayudaba en la cocina al almacén para que le diera los tres artículos de alimentos a la señora necesitada. 

A pesar de que nos quedábamos sin cena esa noche, consideré que era más importante ayudar a quienes lo necesitaban. 

Al regresar de la misa, encontré otro paquete de harina y uno de arroz, sin saber quién nos los había traído. 

Esta experiencia me enseñó que en la entrega se encuentra la presencia de Dios. 

¿Qué te apasiona de tu labor como misionero?

Mi mayor pasión son los jóvenes. Durante muchos años, incluso antes de asumir como superior, he trabajado con ellos. Son mi inspiración, me enseñan la verdadera alegría. Creo firmemente que al formar a los jóvenes, estamos moldeando tanto el presente como el futuro de nuestras sociedades. Trabajar con ellos es transformar la sociedad misma, ya que representan tanto el presente como el mañana. Por eso, mi dedicación como misionero se centra en trabajar con los jóvenes y compartir con ellos la alegría del evangelio y la buena nueva.

Para finalizar ¿Qué consejo darías a un joven que considera dedicar su vida a la misión?

Pienso que todas las personas tenemos la capacidad de contribuir juntos, como granitos de arena. Cada uno aportando su parte, podemos transformar las cosas.

Comencemos por nosotros mismos. ¿Qué puedo hacer para que el mundo cambie? ¿Cómo puedo contribuir? 

En lugar de estar todo el dia quejandonos, salgamos y hagamos algo. Tenemos habilidades y recursos que otros desearían tener, y es nuestra responsabilidad usarlos de manera consciente y generosa para hacer del mundo un lugar mejor. 

Cada talento, cada conocimiento que poseemos puede ser una herramienta poderosa para generar cambios positivos en nuestro entorno y en la vida de los demás, así que: ¡Coraje y ánimo!