Éramos un grupo de 17 jóvenes a punto de terminar el curso teológico. Pedimos al Superior General que nos enviara a todos a algún lugar de Misión directa tras la ordenación sacerdotal. Cosa inédita en el Instituto, pero que fue aceptado. Partimos 16 y 1 se quedó para acompañar a su madre. Era huérfano de padre e hijo único.
A mí me tocó Mozambique, donde viví 14 años. Era el año 1972. Dos
años después, vino la independencia del país y, luego, tiempos muy recios: guerra, persecución de los cristianos, nacionalizaciones de las misiones, escuelas, iglesias, hospitales….y la cultura del ‘Dios no existe’ que la ideología marxista intentaba inculcar en la gente.
Éramos
Por más extraño que parezca, fue justamente en estos tiempos cuando tuve la oportunidad de vivir más intensamente la misión: sentirme impotente ante los problemas de la gente, pero vivirlos junto a ellos mirando al frente , inventar caminos nuevos de evangelización, crear lazos de comunión más fuertes entre los misioneros, aprender a vivir con el mínimo indispensable, aprender a estar, a escuchar a compartir con la gente lo mejor que uno puede tener como ‘la vida’, dejarse enriquecer por todo lo que los demás te puedan aportar, sentir lo maravilloso que es gastar tu vida sirviendo al prójimo. Yo sentía que estaba en otro mundo, donde todo era diferente, todo se cuestiona, un mundo que te muestra sus riquezas y que a la vez sentía que formaba parte de él. En estos años la misión ha sido para mí un gran regalo de Dios. Me ayudó a purificar mi fe en un Dios paciente, misericordioso y a vivir la alegría del evangelio...
¡Ofrecí algo de mí y recibí tanta riqueza! Lo más maravilloso del tiempo allí pasado son las personas que hacen más cercano y tangible el rostro de Dios. Vivir en medio de tantas dificultades, de tanta pobreza, y sorprendentemente ver a las personas rebosando felicidad, alegría, siempre con ganas de reír y de bailar, llenas de riqueza y profundidad humana, comprender porqué el Evangelio es "Buena Noticia", poder ser partícipe junto a otras personas de los valores que más felices las hacen: sencillez, espontaneidad, acogida, hospitalidad, bondad, ganas de compartir, la alegría de anunciar a Jesús, celebraciones litúrgicas siempre en actitud de fiesta, donde todos participan de forma activa, siempre con gran entusiasmo. La Eucaristía es una fiesta vibrante que fortalece su vivencia cristiana. Te hacen ver la confianza en Dios y te hacen entender otra manera de vivir. De verdad, sólo a través de los demás se puede experimentar la presencia de Dios. Es inspirador sentir cómo la gente vive la fe en todas las dimensiones de la vida, familia, trabajo, política, desarrollo… Tuve la oportunidad de vivir el paso de una Iglesia sacramental hacia una Iglesia ministerial. “También los cristianos tienen olfato para las cosas de Dios”.
Regreso a Portugal
Tras esta rica experiencia en África, volví a Portugal, donde durante 23 años desarrollé varias actividades: formación de nuevos misioneros, acompañamiento de jóvenes y laicos misioneros de la Consolata, animación misionera en la Iglesia local y por fin, misión ‘inter-gentes’ en un Barrio en la periferia de Lisboa. Un territorio multicultural, gentes de culturas, razas y religiones diferentes. Aquí me dejé orientar por el Jesús de San Marcos, un Jesús itinerante, siempre en camino, en medio de la gente: “Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos…; y recorrió toda Galilea, predicando...” (Mc 1, 38)
“Caminando un poco más adelante…” (Mc 1,28) “mientras iban a camino…”.
El camino exige una apertura original a la creatividad, espontaneidad, a la novedad urgente, al imprevisto de la gracia de Dios. Es un desafío para descubrir nuevos espacios, nuevas formas de anunciar a Jesús, a crear señales donde están las personas: la calle, jardines, bares, visitar familias, participar de sus momentos más significativos, alegres o tristes… Viví aquí una espiritualidad del camino o del éxodo, comprendí que era tiempo de despojarse de las estructuras, de la estabilidad, de apostar por el futuro. En todas las actividades intenté concretar, en la medida de lo posible, la rica experiencia adquirida en África. No fue una labor fácil, pero produjo muchos frutos. De hecho, en poco tiempo, nació una comunidad misionera muy activa y participativa.
Y luego España
Finalmente España. Sabiendo que la Iglesia es esencialmente misionera y una parroquia si no es misionera, tampoco se debe llamar cristiana y que la fe es un don que se nos ha dado para ser compartido. Teniendo en cuenta que la Iglesia en Europa ha perdido un poco su poder de atracción y credibilidad, hay que poner en el centro de la vida a Jesús y su Evangelio. Éste tiene poder de atracción. “El Evangelio es el mensaje más hermoso que tiene este mundo” (EG n. 277).
Por lo cual, no se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. El bautizado tiene que sentir alegría, gozo en compartir ese regalo de Dios que es la fe. Una Iglesia que no sea capaz de llevarnos a Jesús sería una Iglesia muerta.
Por todo ello, estoy colaborando con la Iglesia local en la animación misionera de las parroquias, procurando transmitir la pasión por la Misión, ayudando a animar y profundizar en la conciencia misionera de los bautizados, compartiendo el entusiasmo vivido en Mozambique y en Barrio Zambujal. Me encanta poder ofrecer mi granito de arena a la Iglesia que está en España, a fin de que pueda transformarse en una Iglesia aun más viva, dinámica y misionera.
“Cuando nos inunda el amor de Dios, la vida adquiere otro sabor”. (Papa Francisco).