Me llamo Andrés. Nací en Jaén hace casi 50 años. Tenía 18 años cuando decidí dedicar mi vida al servicio de los más pobres. Elegí como camino el ser Misionero de la Consolata y desde hace 14 años estoy trabajando en Bayenga, República Democrática del Congo en el corazón de África.
Aprovecho que estoy unos meses en España para compartir con vosotros algunas de las muchas cosas que he aprendido en mi trabajo misionero entre los pigmeos..
¡Mpa Adré. Vamos a clase! Me decían los niños golpeando suavemente las vetanas de mi habitación.
Las ganas enormes de encontrarnos, de aprender jugando, de descubrir, de soñar, de participar; el gozo de ver su esfuerzo apreciado, la necesidad de los más débiles de sentirse también valorados y descubrir que confías en ellos; el deseo de novedad, pero sobre todo el anhelo a menudo abiertamente confesado de sentirse queridos incondicionalmente… todo esto y mucho más convierte nuestro día a día en una escuela donde todos somos discípulos y maestros ala vez y donde el objetivo último de todo el programa es AMAR.
Como toda persona, como toda civilización, el pueblo pigmeo quiere aprender, quiere crecer, quiere ser feliz. Amar a los niños pigmeos de nuestra parroquia quiere decir amar su mundo, sus ritmos, su selva, sius juegos, sus familias, su modo de vida. Amar cada esfuerzo, cada éxito, cada fracaso, cada debilidad y cada fortaleza. Animar las iniciativas, estar atento para descubrirlas y luego sostenerlas.
Despertar en ellos la conciencia de su dignidad de seres humanos, ayudarles a descubrir su libertad y su responsabilidad. Ayudarles a sanar sus heridas creadas por el desprecio que a menudo tienden a reabrirse y encienden deseos deviolencia. Sanar para ofrecer valientemente la mano abierta a quienes les han herido.
No esperar recoger frutos: sembrar, cuidar, disfrutar, amar. Otros, otro recogerá.
Itinerancia: caminar de aldea en aldea, de campamento en campamento, de corazón en corazón, sin poner la tienda en ningún sitio. Curiosamente estos niños que hyen de la escuela oficial se amiontonan inquieton en torno a nosotros cuando llegamos al campamente con nuestra escuela itinerante dentro de una “mochila mágica”.
La dinámica nunca se vuellve rutina:
•al llegar al campamento saludamos a cada nilo, después a los jóvenes y a los padres,
•una canción qe recuerda la alegróa de ser todos hijos de Dios,
•un pedazo tela con un dibujo que evoca en la lengua pigmea un número, una letra,
•invitamos a los niños a contarnos lo que ven, jóvenes y adultos se convierten en maestros provisados, felicitando, explicando y añadiendo más cosas,
•rerpartimos una cuartlla con el mismo dibujo para colorear y con la letra o el número o la letra aprendido uniendo los puntos de la silueta,
•terminamos compartiendo unas galletas y con un breve viedeo relacionado con la lección,
•al saludar, después de unos juegos o una canción, nos preguntan ¿cuándo venís de nuevo? (nótoá bisi temá?).
Me encanta ver cómo todos ayudan a todos en esta escuela sin exámenes. El que antes termina ayuda a otro que va retrasado, le explica, le anima… Me cuestiona el interés de jóvenes y adultos que, con brillo en los ojos, vienen después de la clase a pedir más específico para ellos. Ocasióbn para empezar una alfabetización de adultos.
Sueño que através de esta escuela itinerante, el pueblo pigmeo y cada pigmeo pueda despertar su conciencia, su dignidad, para ser protagonista de su futuro. Me gustaría no dictar la partitura de la sinfonía de su historia, ni siquiera tatarearla, más bien suscitar el deseo en ellos de volverse compositores y cantautores de su propio futuro, de su histioria.
Todo ello con libertad, alegría, sin plazos, sin dictar compases, amando y animando cada paso, cada intento, como Dios hace con nosotros. El amor, la libertad, la vida, la verdad, el camino, el Evangelio se ofrecen no se imponen.
No se si veremos los frutos. Pero cada día estoy más convencido de que estamos llamados a amar, a dignificar a cada persona que encontramos y me encanta descubrir desde la misión nuestra vocación a la FELICIDAD, a la alegría, a la creatividad, a hacernos niños, que es un buen método para ser adultos en el Reino de nuestro Padre Bueno.