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MARÍA: MODELO DE LA ACTIVIDAD MISIONERA DE LA IGLESIA

Las imágenes y la figura tradicional que se nos ha transmitido de María, han dado lugar, dentro de la Iglesia, a varios modelos de mujer creyente. Sobresale el de la mujer sumisa y humilde, de mirada perdida en un horizonte difícil de describir, recogida en el lugar que le corresponde: la casa y sus quehaceres; un tanto aislada de mundo que la rodea, la mujer ensimismada en Dios y solo desde Él abierta a los demás. 

Hemos de reconocer que en el pasado, el “silencio de María” ha silenciado su palabra firme y comprometida, capaz de pronunciar su “hágase” sin vacilaciones, allí donde Dios le descubre una tarea por realizar en favor de los demás, del mundo. Su porte recogido ha dejado en un lugar casi inexistente su manera de actuar con decisión y absoluta libertad, y su pronto caminar hacia las alturas para compartir con otros su profunda y personal sabiduría acerca del Dios que la eligió para ser la Portadora de su Hijo. Con los cambios sociales, cada vez más vertiginosos, hemos ido reconociendo el modelo de la Mujer fuerte y libre, de la mujer Profeta del reino de Dios y hemos escuchado su palabra, descubriendo con ella que Dios hace grandes cosas en la gente humilde y pequeña a los ojos del mundo; que el Poderoso levanta a los pobres y humillados mientras despide vacíos a los ricos y soberbios; que cumple sus promesas y es compasivo eternamente. Contemplando a María del Evangelio hemos conocido el rostro misericordioso de Dios y hemos descubierto el papel imprescindible de la mujer, en medio de unas sociedades que pretenden ocultar la riqueza inmensa de su singularidad.

 

La forma de entender el papel de la mujer

Los modelos marianos han tenido mucho que ver en los modelos de mujer que conocemos en las sociedades cristianizadas, sobre todo en el ámbito de los pueblos mediterráneos. En la nueva evangelización predomina el reconocimiento de María no solo como la Madre de la Iglesia, sino también como la Mujer miembro de la Iglesia, comprometida con la proclamación del Reino, desde su condición de Compañera de camino, junto a esas otras mujeres que acompañaron a Jesús desde Galilea hasta Jerusalén.

En María de Nazaret, en su condición de esposa y de madre, hemos descubierto el modelo de mujer llena de coraje ante las adversidades. La tarea evangelizadora nos ha ayudado a comprender que ella está especialmente cercana a las mujeres que viven la maternidad como el rol primordial de su existencia, en los pueblos de América Latina, de África, de Asia, que la contemplan como la mujer fuerte, que conjuga en su actuar el poder y la misericordia, la fortaleza y la ternura. La primera imagen de María que penetra en el corazón de los pueblos misionados es, sin duda, la de la maternidad. Y con ella, la imagen de la mujer capaz de asumir la dureza de los acontecimientos y de afrontar con entereza las situaciones de pobreza, hambre, marginalidad, persecución…, a las que se ven abocadas ellas y los hijos nacidos de sus entrañas. En los pueblos de misión hemos conocido una verdad que se escapa allí donde parece reinar la abundancia: que teniendo como modelo de fe a la Madre del Cristo crucificado, se sacan fuerzas de flaqueza para superar la cruz de cada día y transformarla en esperanza de superación y de vida. 

 

María y el amor a la vida

María, sosteniendo en su regazo tanto a la criatura nacida de su vientre, como al hombre muerto en el patíbulo de la cruz, acerca al pueblo el poder biófilo de Dios. Los hombres y las mujeres hundidos en la marginación y en la miseria, descubren a través de ella la diferencia abismal que hay entre el poder que ama la vida (biófilo) y el poder de los tiranos que la quitan sin compasión. Por eso, evangelizar hoy, teniendo en el corazón la figura de María de Nazaret, implica un gran conocimiento de la obra salvadora de Dios, del empoderamiento que se le concede a la mujer como miembro de la Historia de la salvación y de la sociedad humana, capaz de albergar y transmitir la vida, de superar situaciones de dolor y de muerte, remitiendo siempre al Dios de la Vida, que es Hijo de Dios y nuestro Hermano: Jesucristo.

El modelo de María, mujer sumisa y silenciosa ha dado paso al modelo de María, mujer fuerte y comprometida con la vida, con la justicia y la paz, es decir, con el reino de Dios que todos esperamos compartir un día, en familia, como hermanos.

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