Un diálogo que no parte del hablar o predicar, sino que parte de escuchar al otro para comprenderlo y crecer juntos. Pero no toda forma de escuchar es base de un diálogo sincero.
Hace ya algún tiempo asistía a una charla donde el ponente decía algo más o menos así: Hay formas de “escucha” que no son auténticas disposiciones para la búsqueda en común. Por ejemplo, hay una escucha blindada: la del que dice “yo te conozco bien y pongo mis barreras”.
También está la escucha dialéctica: escucho tus argumentos para rebatirlos; no has terminado de hablar y ya se me han ocurrido treinta respuestas. Igual que hay una escucha en la que en el fondo nos oímos a nosotros en el otro, de lo que me dice selecciono aquello que confirma mi postura o mi punto de vista.
Escuchar implica disposición a recibir, paciencia para admitir el ritmo del otro, capacidad para asimilar lo inesperado y sorprendente, delicadeza para valorar algo que puede haber dicho de forma torpe.
En todo caso la escucha que necesitamos ha de ser una escucha vulnerable: debo estar dispuesto a que lo que escuche cambie mis opiniones y mis prejuicios. Una actitud que reconozca en todos la capacidad de conocer la verdad, de ser mediaciones que nos transmitan la voluntad de Dios. Y cuando decimos todos, entendemos todos los que participan; y no hacemos una clasificación previa de los componentes que valoramos según las capacidades intelectuales, la experiencia, la preparación… o el grado de antipatía o simpatía que tiene con mi modo de ver la realidad.
Una vez que he escuchado, se trata de exponer la propia palabra y la propia postura con humildad. Eso sí, sin pretender “llevarnos el gato al agua” pensando que yo tengo la razón. Si acaso la tengo no necesito escuchar a nadie, simplemente puedo hablar con un espejo.
No hay que olvidar tampoco la oportunidad en el decir y en el momento de decir las cosas. Y actuar siempre con honestidad. No se trata de sorprender al otro para meterle un gol sin que tenga tiempo a reaccionar. El valor principal en el diálogo es la persona que tengo enfrente.
Nos convencieron de que íbamos hacia una sociedad globalizada, con un pensamiento globalizado. Pero cada día vemos más las diferencias y la necesidad del diálogo.
En la acción misionera de la Iglesia pasa lo mismo. El diálogo respetuoso es la base de una acción que nos ayude a todos a crecer como personas y como creyentes.
P. BERNARDO BALDEÓN