Sin embargo, los misioneros nos encontramos con frecuencia con pueblos y grupos humanos que siguen luchando por su supervivencia, por crear nuevas esperanzas. Una experiencia que nos hace pensar que la solución solo puede llegar desde abajo.
Dentro de poco celebraremos la Semana Santa y luego la Pascua. Eso nos abre una ventana.
Jesús de Nazaret chocó con la realidad de un mundo injusto, contrario a la voluntad del Padre. Por eso, ensangrentado, como los últimos de la tierra, fue clavado en los maderos de una cruz, a las afueras de la ciudad, desnudo a la vista de todos.
Humanamente había perdido toda su dignidad, ya no tenía nada que defender, su imagen se convirtió en el hazmerreír de todos sus paisanos.
Solo quien pierde su dignidad y no tiene nada que defender puede llegar a la plena y total libertad. Allí donde la libertad alcanza su plenitud. Ahí está el hombre y ahí está Dios.
Esa libertad le permite superar la muerte. Resucita, sigue vivo y se convierte en motivo de esperanza para la humanidad crucificada.
Desde esta experiencia Pascual los misioneros seguimos predicando la esperanza, acompañamos a los pueblos y a las personas a crear esperanza. Porque el amor es más fuerte que la muerte.
La fe en la resurrección no es algo fácil. Pasa por el sufrimiento, la muerte, la pérdida de cualquier imagen que defender, de la dignidad... pasa por adquirir la libertad que nadie nos podrá quitar.
Pero ante tanto sufrimiento injusto no podemos esperar a la “otra vida”. La acción misionera está encaminada a que los hombres experimenten ya hoy la resurrección. El gozo de vivir. La felicidad de ser libres y dueños de su existencia.
P. BERNARDO BALDEÓN