Ghana: cómo prepararse para la pandemia desde la pobreza
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- Category: Noticias de África
- Written by JOSÉ IGNACIO MARTÍNEZ RODRÍGUEZ
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El país, con 132 positivos y cuatro muertos por Covid-19, intenta poner cerco al virus en un contexto de escasez, hacinamiento de población y pocos recursos sanitarios. Un ejemplo de la situación africana
El señor Dahko, de 72 años, pelo canoso y piel curtida, da las últimas puntadas a un par de zapatos que arregla sentado en una silla de plástico, frente a un pequeño puesto callejero que es su lugar de trabajo desde hace casi cinco décadas. “Toda mi vida he sido zapatero. Haciendo esto gano entre 80 y 100 cehdis a la semana (alrededor de 15 euros), aunque a veces, cuando vienen muchos clientes, puedo conseguir un poco más”, afirma. Dahko vive en Accra, la capital de Ghana, un país de algo más de 28 millones de habitantes situado en el golfo de Guinea, en el África Occidental. “No sé… Creo que el coronavirus es peligroso porque se propaga rápido. Eso es lo que dicen en la televisión. Pero pienso que no va a ser un problema grande aquí, en Ghana”, dice.
Pero Ghana, como otros países de África, mira con recelo y preocupación la crisis del coronavirus que asola Europa estos días y deja a su paso miles de muertos. Este país africano ya ha reportado cuatro fallecidos y 132 casos positivos, la mayoría de viajeros procedentes de zonas donde la pandemia golpea con más fuerza, aunque no solo. Al menos tres pacientes enfermos de Covid-19 afirmaron no haber ido recientemente al extranjero ni haber mantenido contacto alguno con personas que sí lo hubieran hecho.
Durante las últimas semanas, el presidente ha ido anunciado paulatinamente nuevas medidas para intentar contener la epidemia. El pasado lunes 16 de marzo, el presidente ghanés, Nana Akufo-Addo, anunció la prohibición de reuniones de más de 25 personas en conferencias, festivales, funerales, espectáculos deportivos o iglesias. Después, mandó el cierre de colegios y universidades y también ha restringido la entrada de todos los visitantes, a excepción de ciudadanos ghaneses procedentes de países con más de 200 casos confirmados, y decretó 14 días de cuarentena para todos aquellos que quieran acceder al país. Por último, ordenó el cierre de fronteras hasta nuevo aviso.
La mayoría de los ghaneses, como hace Dahko en su pequeño taller a pie de calle, contempla estas medidas desde la distancia y con cierto escepticismo, si bien el país no se encuentra demasiado preparado para soportar una crisis sanitaria como la que se vive estos días en Europa. El sistema de salud público de Ghana, igual que el de otros países africanos, dista mucho de disponer de medios suficientes para una pandemia grave. Los hospitales públicos, situados por lo general en las grandes ciudades, disponen de menos de una cama por cada 1.000 habitantes (España tiene tres, y es de los países con peor cifra de la Unión Europea, como indica un estudio de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico, OCDE). En el caso de Ghana, además, este hecho resulta particularmente sangrante, ya que, según estadísticas recientes de Unicef, mientras que la mitad de los médicos que se gradúan en el país emigran en el plazo de cuatro años y medio después de finalizar sus estudios, y hasta el 75% lo hace en el plazo de una década, el país registra un doctor por cada 10.000 personas.
Afrontar el virus desde la pobreza
Hannah, 52 años, regenta un pequeño puesto en una calle muy cerca de la estación de autobuses Neoplan, un auténtico centro neurálgico y social de la ciudad, un nudo de comunicaciones que conecta Accra, de más de tres millones de habitantes, con la mayoría de zonas de la región e incluso de todo el país. Hannah, que no habla inglés con demasiada fluidez, afirma que se informa de todas las nuevas noticias concernientes al nuevo virus a través de la radio. Lo hace mientras vende botellas de agua y refrescos, galletas, cacahuetes y otros comestibles similares. “Han dicho que ya tenemos 19 casos en el país [el pasado viernes 20 de marzo], pero no tenemos miedo. Dicen que la mayoría son gente de fuera”, explica, y reconoce también que no sabe demasiado bien cómo se propaga la enfermedad, pero que ha escuchado que para combatirla que hay lavarse bien las manos.
“A la semana, puedo tener unos beneficios de unos 100 cehdis, unos 16 euros. Con eso compro comida para mí y los míos”, prosigue Hannah, que vive con otras cinco personas, todas ellas familiares, en una vivienda muy humilde justo detrás de su puesto de comestibles. Sus empleos son parecidos y obtienen ingresos igual de similares: uno trabaja en un mercado, otro como obrero en una fábrica… Todos, en definitiva, viven al día. Dependen del salario que consiguen en un día para comer, para vivir. Si no venden nada, si no salen a trabajar a la calle, no ganan nada. Y la situación de pobreza en Ghana es mucho peor para otra gran parte de la población. Según los datos de Unicef, casi el 24% de la población vivía bajo el umbral de la pobreza en 2017, aunque en zonas rurales esta cifra se dispara hasta el 39,5%. En el total del país, la pobreza extrema alcanza al 8% de la población.
Hannah prefiere no plantearse qué haría se si viera obligada a cerrar su negocio. Esa medida, afirma, la ve como algo lejano. De hecho, la Asociación de Comerciantes de Ghana (GUTA por sus siglas en inglés) afirmó recientemente en un comunicado que los miembros que no se hayan visto afectados por tareas de desinfección (el Ministerio Local y de Desarrollo Rural había anunciado con anterioridad que fumigarían algunos mercados de los distritos del país que congregan más negocios) podrían proseguir su actividad con normalidad. “El objetivo es permitir a los comerciantes llegar a fin de mes mientras se toman las medidas de precaución necesarias para combatir la pandemia. Se puede seguir haciendo negocio mientras nos adherimos a las decisiones que anuncia nuestro presidente”, remataba la nota.
Un confinamiento total de la población supondría un verdadero golpe a la línea de flotación de la economía de cualquier país africano, también de Ghana, que podría ver cómo se frena un crecimiento económico que apuntaba a ser uno de los más altos del mundo en años venideros. Aun así, es una medida que ya ha adoptado Ruanda, el primer país subsahariano que lo ha hecho, y que podría ser algo recurrente para otras naciones con similares problemas de escasez y pobreza, que debería ayudar a salvar muchas vidas pese a que ello podría suponer también condenar a millones de personas a pasar hambre.
Prepararse para lo peor
Naciones como Ghana y todos los países del África subsahariana deben contemplar el peor de los escenarios posibles. Lo dijo Tedros AdhanomGhebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud, cuando el virus comenzó a hacer estragos en Europa. “El mejor consejo para África es que se preparen para lo peor, y que se preparen para ello hoy”, afirmó la pasada semana en una comparecencia pública. Mientras, 44 de los 55 países africanos ya habían reportado al menos un caso positivo de coronavirus el pasado miércoles 25 de marzo, el número de contagios alcanza los 1.800 en todo el continente y el de fallecimientos supera la cincuentena. Y, como en otras partes del mundo, estas cifras quedan anticuadas con una regularidad diaria.
También advirtió la OMS de que África puede sufrir con especial virulencia esta infección ya que, a los sistemas de salud precarios y la pobreza, deben sumarse las condiciones de hacinamiento en las que viven gran parte de las poblaciones. Bien es verdad que la edad media del continente africano, como recordaban Bill y Melinda Gates en una carta el pasado 2018, apenas llega a los 18 años (por los más de 40 de Europa). Por poner un ejemplo, en España, donde la pandemia, como en la mayoría de países que ofrecen datos transparentes, afecta, sobre todo, a mayores de 60 años, este sector de edad congregaba al 33,5% de la población total en 2015, con una tendencia claramente alcista, mientras que en Ghana no llegaba al 6%, según el informe World Population Ageing de las Naciones Unidas. Otros factores, como la falta de acceso a pozos en muchas zonas del África subsahariana, la escasez de electricidad o el analfabetismo, no invitan al optimismo a la hora de luchar contra la pandemia.