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El país, con 132 positivos y cuatro muertos por Covid-19, intenta poner cerco al virus en un contexto de escasez, hacinamiento de población y pocos recursos sanitarios. Un ejemplo de la situación africana

 

El señor Dahko, de 72 años, pelo canoso y piel curtida, da las últimas puntadas a un par de zapatos que arregla sentado en una silla de plástico, frente a un pequeño puesto callejero que es su lugar de trabajo desde hace casi cinco décadas. “Toda mi vida he sido zapatero. Haciendo esto gano entre 80 y 100 cehdis a la semana (alrededor de 15 euros), aunque a veces, cuando vienen muchos clientes, puedo conseguir un poco más”, afirma. Dahko vive en Accra, la capital de Ghana, un país de algo más de 28 millones de habitantes situado en el golfo de Guinea, en el África Occidental. “No sé… Creo que el coronavirus es peligroso porque se propaga rápido. Eso es lo que dicen en la televisión. Pero pienso que no va a ser un problema grande aquí, en Ghana”, dice.

 

Pero Ghana, como otros países de África, mira con recelo y preocupación la crisis del coronavirus que asola Europa estos días y deja a su paso miles de muertos. Este país africano ya ha reportado cuatro fallecidos y 132 casos positivos, la mayoría de viajeros procedentes de zonas donde la pandemia golpea con más fuerza, aunque no solo. Al menos tres pacientes enfermos de Covid-19 afirmaron no haber ido recientemente al extranjero ni haber mantenido contacto alguno con personas que sí lo hubieran hecho.

 

Durante las últimas semanas, el presidente ha ido anunciado paulatinamente nuevas medidas para intentar contener la epidemia. El pasado lunes 16 de marzo, el presidente ghanés, Nana Akufo-Addo, anunció la prohibición de reuniones de más de 25 personas en conferencias, festivales, funerales, espectáculos deportivos o iglesias. Después, mandó el cierre de colegios y universidades y también ha restringido la entrada de todos los visitantes, a excepción de ciudadanos ghaneses procedentes de países con más de 200 casos confirmados, y decretó 14 días de cuarentena para todos aquellos que quieran acceder al país. Por último, ordenó el cierre de fronteras hasta nuevo aviso.

La mayoría de los ghaneses, como hace Dahko en su pequeño taller a pie de calle, contempla estas medidas desde la distancia y con cierto escepticismo, si bien el país no se encuentra demasiado preparado para soportar una crisis sanitaria como la que se vive estos días en Europa. El sistema de salud público de Ghana, igual que el de otros países africanos, dista mucho de disponer de medios suficientes para una pandemia grave. Los hospitales públicos, situados por lo general en las grandes ciudades, disponen de menos de una cama por cada 1.000 habitantes (España tiene tres, y es de los países con peor cifra de la Unión Europea, como indica un estudio de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico, OCDE). En el caso de Ghana, además, este hecho resulta particularmente sangrante, ya que, según estadísticas recientes de Unicef, mientras que la mitad de los médicos que se gradúan en el país emigran en el plazo de cuatro años y medio después de finalizar sus estudios, y hasta el 75% lo hace en el plazo de una década, el país registra un doctor por cada 10.000 personas.

Afrontar el virus desde la pobreza

Hannah, 52 años, regenta un pequeño puesto en una calle muy cerca de la estación de autobuses Neoplan, un auténtico centro neurálgico y social de la ciudad, un nudo de comunicaciones que conecta Accra, de más de tres millones de habitantes, con la mayoría de zonas de la región e incluso de todo el país. Hannah, que no habla inglés con demasiada fluidez, afirma que se informa de todas las nuevas noticias concernientes al nuevo virus a través de la radio. Lo hace mientras vende botellas de agua y refrescos, galletas, cacahuetes y otros comestibles similares. “Han dicho que ya tenemos 19 casos en el país [el pasado viernes 20 de marzo], pero no tenemos miedo. Dicen que la mayoría son gente de fuera”, explica, y reconoce también que no sabe demasiado bien cómo se propaga la enfermedad, pero que ha escuchado que para combatirla que hay lavarse bien las manos.

“A la semana, puedo tener unos beneficios de unos 100 cehdis, unos 16 euros. Con eso compro comida para mí y los míos”, prosigue Hannah, que vive con otras cinco personas, todas ellas familiares, en una vivienda muy humilde justo detrás de su puesto de comestibles. Sus empleos son parecidos y obtienen ingresos igual de similares: uno trabaja en un mercado, otro como obrero en una fábrica… Todos, en definitiva, viven al día. Dependen del salario que consiguen en un día para comer, para vivir. Si no venden nada, si no salen a trabajar a la calle, no ganan nada. Y la situación de pobreza en Ghana es mucho peor para otra gran parte de la población. Según los datos de Unicef, casi el 24% de la población vivía bajo el umbral de la pobreza en 2017, aunque en zonas rurales esta cifra se dispara hasta el 39,5%. En el total del país, la pobreza extrema alcanza al 8% de la población.

Hannah prefiere no plantearse qué haría se si viera obligada a cerrar su negocio. Esa medida, afirma, la ve como algo lejano. De hecho, la Asociación de Comerciantes de Ghana (GUTA por sus siglas en inglés) afirmó recientemente en un comunicado que los miembros que no se hayan visto afectados por tareas de desinfección (el Ministerio Local y de Desarrollo Rural había anunciado con anterioridad que fumigarían algunos mercados de los distritos del país que congregan más negocios) podrían proseguir su actividad con normalidad. “El objetivo es permitir a los comerciantes llegar a fin de mes mientras se toman las medidas de precaución necesarias para combatir la pandemia. Se puede seguir haciendo negocio mientras nos adherimos a las decisiones que anuncia nuestro presidente”, remataba la nota.

Un confinamiento total de la población supondría un verdadero golpe a la línea de flotación de la economía de cualquier país africano, también de Ghana, que podría ver cómo se frena un crecimiento económico que apuntaba a ser uno de los más altos del mundo en años venideros. Aun así, es una medida que ya ha adoptado Ruanda, el primer país subsahariano que lo ha hecho, y que podría ser algo recurrente para otras naciones con similares problemas de escasez y pobreza, que debería ayudar a salvar muchas vidas pese a que ello podría suponer también condenar a millones de personas a pasar hambre.

 

Prepararse para lo peor

Naciones como Ghana y todos los países del África subsahariana deben contemplar el peor de los escenarios posibles. Lo dijo Tedros AdhanomGhebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud, cuando el virus comenzó a hacer estragos en Europa. “El mejor consejo para África es que se preparen para lo peor, y que se preparen para ello hoy”, afirmó la pasada semana en una comparecencia pública. Mientras, 44 de los 55 países africanos ya habían reportado al menos un caso positivo de coronavirus el pasado miércoles 25 de marzo, el número de contagios alcanza los 1.800 en todo el continente y el de fallecimientos supera la cincuentena. Y, como en otras partes del mundo, estas cifras quedan anticuadas con una regularidad diaria.

 También advirtió la OMS de que África puede sufrir con especial virulencia esta infección ya que, a los sistemas de salud precarios y la pobreza, deben sumarse las condiciones de hacinamiento en las que viven gran parte de las poblaciones. Bien es verdad que la edad media del continente africano, como recordaban Bill y Melinda Gates en una carta el pasado 2018, apenas llega a los 18 años (por los más de 40 de Europa). Por poner un ejemplo, en España, donde la pandemia, como en la mayoría de países que ofrecen datos transparentes, afecta, sobre todo, a mayores de 60 años, este sector de edad congregaba al 33,5% de la población total en 2015, con una tendencia claramente alcista, mientras que en Ghana no llegaba al 6%, según el informe World Population Ageing de las Naciones Unidas. Otros factores, como la falta de acceso a pozos en muchas zonas del África subsahariana, la escasez de electricidad o el analfabetismo, no invitan al optimismo a la hora de luchar contra la pandemia.

 

La asociación marroquí ‘Pateras de la Vida’ ha denunciado que Marruecos ha efectuado en 2019 casi 12.000 desplazamientos forzosos de inmigrantes que habitaban en campamentos del norte del país, llevados hasta el sur para disuadirlos de intentar tentativas con el fin de cruzar las vallas de Ceuta o Melilla.

 

Además, ha cifrado en “casi 3.000” las deportaciones que ha efectuado el reino alauita el pasado año a distintos países de origen de los inmigrantes, como puedan ser Guinea Conakry, Malí, Senegal o Camerún.

 “Y Marruecos ha podido hacerlo por la ayuda de la Unión Europea”, ha criticado Balga Mohamed, miembro de la asociación.
 La intervención, que ha durado unos 15 minutos, ha repasado la situación que se presenta en el norte del país vecino en cuanto a inmigración. Lo ha hecho en el marco de los actos que se han organizado por la VII Marcha por la Dignidad.
 
“Actualmente, ni en Tánger ni en Nador se encuentra la imagen que sí había hace tiempo de gente paseando que está esperando en los bosques para cruzar”, asegura el miembro de ‘Pateras de la Vida’, cuyo trabajo aunque se desarrolla a lo largo del norte de Marruecos, está radicado en la ciudad de Larache.

Mohamed ha dedicado unas palabras también a la situación de los Menores Extranjeros No Acompañados (MENA), de quienes ha dicho que están “siendo atacados”, en España “por el partido de ultraderecha Vox”, pero también en otros países de Europa.

Una de las denuncias que hace este colectivo, junto con otros que componen la Marcha por la Dignidad que recorre este sábado Ceuta hasta la frontera del Tarajal, es la situación en los campamentos de refugiados en Moria, donde varios activistas han sido detenidos, entre ellos dos marroquíes. “Pido la liberación de Hamza y Mohamed”, ha reclamado el activista.

Por otra parte, tampoco se ha olvidado de poner en relieve que la situación respecto a los derechos de las “personas migrantes siguen empeorando, también en la frontera entre Estados Unidos y México”.

Con 30 países afectados, el continente con los sistemas públicos de salud más débiles del mundo comienza a cerrar sus fronteras

 

El coronavirus comienza a extenderse por África. Aunque, con 372 casos declarados, las cifras están aún muy lejos de China o Europa, lo cierto es que cada vez son más los países afectados, 30 de un total de 55 hasta este lunes. El temor es claro: pese a los esfuerzos realizados, la mayoría de estas naciones tienen los sistemas públicos de salud más débiles del mundo y no cuentan con los recursos humanos y materiales para hacer frente a un aumento explosivo de pacientes. Por ello, en las últimas 48 horas, prácticamente todos los Gobiernos están adoptando drásticas medidas, como la prohibición de vuelos internacionales, el cierre de fronteras, las cuarentenas a viajeros y la suspensión de actividades.

África ha sido el último gran continente del mundo al que ha llegado la pandemia pero, mientras la atención mundial recae sobre Estados Unidos y Europa, el coronavirus se ha ido colando y ya no quedan regiones sin casos. La respuesta no se ha hecho esperar. Egipto, el país más afectado con 126 contagiados, ha decidido cerrar su espacio aéreo a partir de este martes y durante dos semanas en lo que supondrá un durísimo golpe para una de sus principales actividades económicas, el turismo. En Sudáfrica, con 62 casos, están prohibidos los vuelos desde países de riesgo, mientras que Argelia y Marruecos, con 48 y 29 enfermos respectivamente, han cerrado todas las conexiones aéreas y marítimas con Europa.

 

La alerta es máxima. Senegal ha decidido suspender este lunes todos los vuelos procedentes de Francia, España, Italia, Bélgica, Túnez y Argelia durante un mes, una medida que entrará en vigor el miércoles. Mauritania echa el candado a su espacio aéreo y Libia y Yibuti, que no han registrado casos todavía, han cerrado todos sus puertos y aeropuertos. Kenia también prohíbe los vuelos desde países donde haya contagios, mientras que Ghana hace lo propio con aquellos Estados que hayan tenido más de 200 casos en las últimas dos semanas. Marruecos ha cerrado incluso sus mezquitas.

La firmeza de estas decisiones cuando aún se está muy lejos de las cifras de contagio que han alcanzado países europeos como Italia, España o Francia podría suponer una ventaja para el continente. Es lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) llama una “ventana de oportunidad” que apenas se está empezando a cerrar. “Cada país puede aún cambiar la evolución de la pandemia elevando su nivel de respuesta”, aseguraba hace tan solo unos días el responsable regional de este organismo, Matshidiso Moeti.

Sin embargo, el principal problema es la falta de recursos, tanto materiales como humanos, en los sistemas sanitarios. La directora nacional de Salud Pública de Mozambique, Rosa Marlene, reconoce abiertamente que el país no tiene "la capacidad para abordar y diagnosticar el coronavirus. Tenemos otros problemas de salud en este momento". Con 0,075 médicos por cada 1.000 habitantes e infraestructuras inadecuadas para el aislamiento de enfermos, Mozambique se enfrenta a altos índices de sida, malaria y tuberculosis, informaAlejandra Agudo desde Maputo. La situación es similar en otros países de la región.

Ante el evidente riesgo, la OMS puso en marcha desde febrero un plan de choque destinado a preparar a los países africanos para hacer frente al virus. En coordinación con los Centros para el Control de Enfermedades (CDC) de África se distribuyeron 90.000 equipos de protección y se llevó a cabo la formación de 11.000 sanitarios. La experiencia en gestión de epidemias recurrentes como el ébola, el cólera, el sarampión, la malaria o la meningitis supone una ventaja y ha facilitado la inversión en sistemas de alerta y detección, pero aun así los sistemas de salud de la mayoría de países están a una gran distancia de los europeos.

Otra preocupación es la gran cantidad de personas desplazadas de sus hogares que soporta el continente africano. Solo la región subsahariana alberga a másdel 26% de la población refugiada del mundo, según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). El alto comisionado, Filippo Grandi, mostró su inquietud hace unos días. "Por el momento, y crucemos los dedos, no hemos sido testigos de ningún gran brote en ninguna situación grande con refugiados o personas desplazadas", afirmó. En Burkina Faso, con más de 750.000 desplazados internos debido al conflicto del Sahel, ya hay 15 casos confirmados.

La lista completa de países africanos afectados es la siguiente: Egipto (126 casos), Sudáfrica (62), Argelia (48), Marruecos (29), Senegal (26), Túnez (20), Burkina Faso (15), Ghana (6), Camerún (5), Etiopía (5), Costa de Marfil (4), República Democrática del Congo (3), Kenia (3), Nigeria (2), Namibia (2), Seychelles (2), Togo (1), Gabón (1), Guinea Ecuatorial (1), Guinea (1), Sudán (1), Mauritania (1), Ruanda (1), Suazilandia (1), Congo Brazaville (1), Tanzania (1), República Centroafricana (1), Liberia (1), Somalia (1) y Benín (1).

Dice un antiguo proverbio africano que cuando dos elefantes se pelean es la hierba la que sufre. En la actualidad, los gigantes y enfadados paquidermos del refranero africano han adoptado la forma de fenómenos meteorológicos extremos vinculados al cambio climático, como ciclones, devastadoras inundaciones, largos periodos de sequía, estaciones de lluvia infrecuentes e inusual subida de las temperaturas, para provocar una grave hambruna que afecta a 14,4 millones de personas en el sur de África.

Dice un antiguo proverbio africano que cuando dos elefantes se pelean es la hierba la que sufre. En la actualidad, los gigantes y enfadados paquidermos del refranero africano han adoptado la forma de fenómenos meteorológicos extremos vinculados al cambio climático, como ciclones, devastadoras inundaciones, largos periodos de sequía, estaciones de lluvia infrecuentes e inusual subida de las temperaturas, para provocar una grave hambruna que afecta a 14,4 millones de personas en el sur de África.

Una consecuencia de la falta de comida es que aumenta el número de chicas que se ven obligadas a casarse para el sostén de sus familias. “Hay un número creciente de adolescentes que están siendo obligadas a ello a cambio de comida", dijo Stuart Katwikirize, jefe Regional de Gestión de Riesgos de Desastres de Plan International. Asimismo, World Vision ha constatado que también crece el número de niñas que recurren al sexo para tener el dinero suficiente que les permita comer cada día. “Estamos preocupados por el impacto a largo plazo de este tipo de violencia hacia los jóvenes”, comentó Maxwell Sibhensana, director de Asuntos Humanitarios y Emergencia de esta organización en el sur de África.

La extraordinaria producción de maíz de 2017, que aumentó un 43% por encima de la media en la subregión según la FAO, pareció amortiguar la situación pero la alteración climática no ha permitido la recuperación esperada. Y es que la sequía ha venido acompañada de una inusual subida de las temperaturas. En África austral estos valores se están disparando el doble de rápido que la media mundial. Por ejemplo, según un estudio de los profesores Dube y Nhamo, la temperatura media en Victoria Falls, en la frontera entre Zambia y Zimbabue, ha subido 1,4 grados en los últimos 40 años, cifra que se eleva hasta 3,8 grados si se toman los registros solo del mes de octubre.

Este calentamiento provoca también una mayor evaporación del agua del mar y un incremento en la frecuencia e intensidad de tormentas tropicales, lo que agrava la fuerza del llamado Dipolo o El Niño del Índico, un fenómeno cíclico de oscilación irregular de las temperaturas superficiales marinas en esta parte del mundo. En marzo de 2019, el ciclón Idai arrasó amplias zonas de Zimbabue, Malaui y Mozambique, provocando más de mil muertos, millones de damnificados y enormes daños en infraestructuras y cosechas. No fue el único.

La española Lola Castro, jefa regional del Programa Mundial de Alimentos (PMA), ya lo advertía hace tres semanas: “Esta crisis de hambre está alcanzando proporciones nunca antes vistas". En Zambia, donde el 70% de los cultivos se perdió debido a la sequía, se calcula que hay unas 2,3 millones de personas afectadas; en Mozambique, unos dos millones, y 1,9 millones en Malaui. Fruto de la escasez, el precio del maíz se ha incrementado en toda la región desde 2019.

"El cambio climático está matando nuestros cultivos porque los que solíamos cultivar se están marchitando. La sequía también está haciendo desaparecer las tierras de pastoreo de las que se alimenta nuestro ganado", aseguró a Oxfam la agricultora Dolly Nleya, del sur de Zimbabue. Se calcula que los nueve países de la región necesitan unos 1.000 millones de euros para hacer frente a la crisis, pero hasta ahora tan solo han recibido la mitad de este dinero procedente de donantes internacionales que han respondido a un llamamiento humanitario de Naciones Unidas.

 

Desde Lodung’okue, en el norte de Kenia, el misionero colombiano Luis Carlos Fernández envía a Obras Misionales Pontificias (OMP) un vídeo, en plena crisis de la langosta.

Hace varias semanas pasó la primera oleada por la zona de la tribu de los Samburu y se quedó por allí solo un par de días. El destrozo fue leve en aquella ocasión, pero los insectos dejaron sus huevos.

Ahora una nueva generación de langostas está naciendo, lo que pone en jaque el futuro de la alimentación de los ganados, y por tanto de la población.

“Estoy en Kenia, en el condado Samburu”, explica el misionero en el vídeo. “Tenemos una situación de invasión de langostas. En este momento ellas se van arrastrando, todavía no pueden volar. Hace unos 15-20 días, cuando pasaron las langostas volando, dejaron sus huevos, se convirtieron en larvas, y ahora estas van avanzando de oriente a occidente.

Es una situación difícil para la gente, aunque todavía no alcanzan a percatarse de las consecuencias de la presencia de estos animales. Los samburu son gente pastora, ellos no son agricultores, y por eso no alcanzan a percibir el peligro que estos animales tienen para la subsistencia de sus animales y para su propia subsistencia.

En este momento la plaga de las langostas está cubriendo como parches -no es toda la zona, son como parches-, en una zona muy extensa. Me dijeron que en Tum, donde nosotros también tenemos una misión, allá también están las langostas, a 200km de aquí, de Lodung’okue. Espero que podamos superar esta crisis de las langostas”.

Luis Carlos Fernández es misionero en Kenia desde 1982, y ha pasado los últimos 6 años con la tribu de los samburu. Cercana a los masai, esta tribu semi nómada vive exclusivamente del ganado, y se alimenta de leche, sangre y carne. Miembro de los Misioneros de Yarumal, este misionero colombiano está en una tierra semi desértica aislada donde, en algunas comunidades, no hay presencia del Estado (ni siquiera una radio). Sin embargo, la Iglesia ha estado presente en la zona desde 1903.

Los misioneros acompañan a la gente en todas las circunstancias. Obras Misionales Pontificias, la institución de la Santa Sede que cuida de estos territorios de misión, apoya cada año a Maralal, la diócesis en la que está Lodung’okue. En concreto en 2019, se enviaron para sostener la misión allí 74.000$ de las colectas del Domund y de Infancia Misionera.

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