“Jóvenes queridos, ustedes ¡No tienen precio! ¡No son piezas de subasta! Por favor no se dejen comprar, no se dejen seducir, no se dejen esclavizar por las colonizaciones ideológicas que nos meten ideas en la cabeza y al final nos volvemos esclavos, dependientes, fracasados en la vida… deben repetirlo siempre. ¡Soy libre, soy libre! Enamórense de esta libertad, que es la que ofrece Jesús”. (Papa Francisco)
Desde los orígenes de la Iglesia, la fuerza del Evangelio ha hecho posible la encarnación constante de la Palabra en las diferentes culturas en las que ha resonado la Buena Noticia de Jesucristo. La Encarnación del Hijo de Dios es la primera inculturación de la Palabra: Jesús, Verbo encarnado, nace judío entre judíos, en un pueblo de hondas tradiciones y con una cultura marcada por la experiencia religiosa de sus antepasados; en unas coordenadas histórico- temporales concretas; habla la lengua de su pueblo y se desarrolla como hombre en los parámetros culturales de su tiempo. Su mensaje liberador encuentra resonancia en los hombres y mujeres de su tierra en un horizonte simbólico bien concreto.
Pero el Evangelio sobrepasa los límites del tiempo y el espacio. La salvación de Dios se hace universal rompiendo nacionalismos ideológicos y en Jesucristo se propone como gracia y amor para todos, más allá de los estrechos márgenes de la identidad nacional, la ley excluyente o los signos que marca la tradición.
Este esfuerzo de inculturación fue lo que permitió la rápida expansión del cristianismo en el mundo conocido. El Evangelio podía ser anunciado desde las razones que fundaban la esperanza de los creyentes y no desde el fanatismo o la imposición. La nueva fe era experiencial y tocaba la vida de las personas, transformándolas desde dentro y dando sentido a la vida y a la historia. El Evangelio de Jesucristo se hacía cultura y, desde dentro de ella, propiciaba un cambio que se operaba en las personas y en la misma realidad social contribuyendo al bien común. La experiencia del amor de Dios propiciado en el encuentro con Jesús el Cristo, el Viviente, daba plenitud al corazón. Solo así se puede entender que muchos decidieran perder la vida deforma cruenta a manos de los poderosos antes que renunciar a la propia fe.
El Evangelio debe hoy continuar proponiéndose en las diferentes culturas en la que la Iglesia anuncia y media la propuesta cristiana. Hoy como ayer, como siempre, la fuerza de la Salvación de Dios supera los diques de contención de un cristianismo que corra el riesgo de quedarse anquilosado y cerrado sobre sí mismo. La continua llamada del papa Francisco a propiciar una “Iglesia en salida” reclama el esfuerzo de los creyentes por encarnar el mensaje en la cultura haciéndolo comprensible; por anunciar la Buena Noticia desde el tiempo que vivimos, sin parapetos ni nostalgias; por abrir prisiones injustas y partir el pan con quien no lo tiene en nombre de Jesucristo el Señor.
Hoy, la situación de pluralismo cultural y de cambio de paradigma en el pensamiento y en la sociedad contemporánea plantea un escenario diferente para la evangelización. En esta nueva situación, la comunidad cristiana deberá afrontar las dificultades que provoca la fractura entre la realidad social y la Iglesia y superar los obstáculos para una comunicación más acertada que pueda hacer llegar de forma nítida la buena noticia de Jesucristo a los hombres y mujeres de hoy.
Esto supone, naturalmente, no perder de vista al destinatario del anuncio y las condiciones en las que éste pueda acoger la propuesta del encuentro liberador con el Resucitado de forma que provoque la respuesta de adhesión al Dios de la vida que en Cristo se nos ha revelado. Habremos de tener en cuenta que en el proceso evangelizador está en juego, pues, el quién
–esto es–, la Iglesia y las personas; el qué, el Misterio del Amor de Dios revelado en Jesucristo por la fuerza del Espíritu, y el cómo, es decir, la metodología adecuada para que –en la era de la comunicación– el modo de comunicar no ofusque la experiencia de la fe.
La cultura que habitan los jóvenes de nuestro tiempo nos interpela a todos. Hemos de afrontar nuevos desafíos para que resuene el Evangelio, de forma significativa, en medio de tanto ruido. La evangelización es una mediación a través de la cual la Iglesia quiere hacer llegar el mensaje liberador de Jesús a la vida de muchos jóvenes que esperan, a veces sin saberlo, la Buena Noticia que dé sentido a sus días. Y, a través de los jóvenes que la Buena Noticia se siga extendiendo por los rincones del mundo.
Ellos están llamados a ser agentes evangelizadores, tanto en su propio ambiente como más alá de su cultura y de toda frontera.