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La Misión: una vocación en salida - septiembre 2023

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No existe ningún misionero sin el dinamismo de salida hacia otros. Ser misionero implica desplazarse hacia otros, bien sea dentro del entorno propio o lejos de él. Dicho de otro modo, ser misionero es salir al encuentro de otras personas y de otras culturas con el fin de dar a conocer a Jesucristo y su mensaje de salvación. En pocas palabras, los misioneros son heraldos ambulantes del Evangelio de Jesucristo.        

La misión y el dinamismo de salida siempre son realidades concomitantes. La misión en salida coincide con la vida y la vocación propia de la Iglesia. Todos los misioneros dispersos por todo el mundo son ejemplos de la misión en salida.

            Desde siempre el término “salida” ha sido una característica esencial de la vocación misionera

            El misionero es la persona enviada en nombre de la Iglesia para proclamar la Buena Nueva que es Jesucristo, único Salvador del mundo. Esa misión, sin lugar a duda, requiere una salida en todas las dimensiones de la vida. No se puede hablar de que uno es misionero sin el dinamismo de salida.

            Somos misioneros de Jesucristo en la medida en que tenemos la capacidad de salir para encontrarnos con nuestros hermanos y hermanas que tienen la sed de Dios, o que tal vez no hayan tenido la oportunidad de que se les comunique a Jesucristo. Por eso, el dinamismo de salida es una condición sine qua non para los discípulos misioneros de Jesucristo.

Salir de las costumbres

            El Señor nos llama a seguirle como misioneros desde nuestros ámbitos, desde el seno de nuestras culturas y costumbres. No nos llama desde la nada. Nos llama para que estemos con Él y para enviarnos a predicar (Mc, 3, 14). Sin embargo, el envío que Jesús da a todos los misioneros les obliga a salir de sus esquemas condicionados por la propia historia. Así que, nuestra vocación en salida requiere una salida de costumbres que heredamos desde nuestros ámbitos familiares, continentales y de nuestros países.

            Hay que aceptar que no es cosa fácil desarraigarnos de nuestras costumbres y tradiciones que hemos adquirido desde que nacimos. El arraigo de las costumbres en nuestro ser se percibe con esta frase comúnmente utilizada: “siempre se ha hecho así”. Esta frase sintetiza cuánto nos aferramos a las costumbres. Muestra también la mentalidad indispuesta a cambiar. La misma mentalidad ha hecho que haya dificultad en llevar a cabo la misión en salida, vocación propia de los misioneros de Jesucristo. Por eso, es importante hacer el esfuerzo de salir del encerramiento de la propia costumbre para poder dar el testimonio de Jesús y recibir el testimonio de los demás más allá de nuestras fronteras.

Salir de los prejuicios

            Los prejuicios son formas de juicios u opiniones preconcebidos que muestran el rechazo hacia un individuo, un grupo o una actitud social. Se trata de ideas preconcebidas que todos tenemos hacia los demás, que cada cultura tiene hacia otras culturas. Se nota, a menudo, la presencia de prejuicios con estas frases: “esas personas son así, esa cultura es así, tenían que ser ellos o ellas”.

            Los prejuicios normalmente son grandes barreras que afectan la interacción con otros, la apertura hacia otros, el encuentro con otros diferentes, y el aprecio de otros totalmente diferentes del propio ambiente. Para ello, la vocación misionera requiere cultivar una mentalidad que aprecie a los otros, diferentes con su bagaje cultural. Requiere tener cabida en la propia vida la mentalidad de que todos “somos iguales” porque tanto ellos como nosotros fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Esa igualdad de hijos e hijas de Dios es el punto de arranque para erradicar los prejuicios que hemos heredado de nuestros contextos donde provenimos.

Salir de la mentalidad de la superioridad de la propia cultura

            Es obvio que la cultura de uno parezca superior a las demás, pues la cultura es el conjunto de sentidos y significaciones que informan la vida de un pueblo. Asimismo, es el conjunto de significaciones persistentes y compartidas, adquiridas mediante la filiación a un grupo social concreto, que llevan a interpretar los estímulos del entorno según actividades, representaciones y comportamientos valorados por esa comunidad: significados que tienden a proyectarse en producciones y conductas coherentes con ellos. Para eso, cada cultura particular tiende a tener ese orgullo de querer ponerse por encima de las demás, y de dominarlas.

            La vocación misionera con su dinamismo de salida requiere relativizar la propia cultura. No se trata de relegar la propia cultura a la insignificancia, sino que versa sobre considerar la importancia de otras culturas a la misma trascendencia que tiene la propia. Ese esfuerzo cultiva el aprecio y la igualdad entre las culturas. Relativizar la cultura propia ayuda a contrarrestar la mentalidad de superioridad cultural que se tiene hacia otras culturas y hacia las personas provenientes de culturas diferentes.

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