En su Evangelio, Juan lo dice claramente: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Dios no solo habló, sino que se hizo presente, se acercó a nosotros de manera tangible y cercana.
Además, en un mundo donde las palabras parecen perder su valor, estamos llamados a recordar lo esencial. No se trata de cumplir con las formalidades navideñas, de enviar el mensaje correcto o de adornar nuestras palabras para que suenen bien. Se trata de algo mucho más profundo: convertir nuestras palabras en acciones que generen amor, solidaridad y un cambio real. ¿Te has dado cuenta de que nuestras palabras pueden hacer más que sonar bonito? Pueden convertirse en herramientas poderosas para construir puentes entre personas, para curar heridas, para iluminar las vidas de aquellos que viven en la oscuridad de la soledad o la desesperanza. Nuestras palabras tienen el poder de levantar al caído, de dar consuelo al que sufre, y de ofrecer esperanza al que ya la ha perdido. Pueden ser semillas de esperanza, de comprensión y de vida para quienes más lo necesitan, si las hacemos germinar con nuestras acciones. La Navidad nos invita a esto: a hacer de nuestras palabras algo que transforma, que da vida, que renueva.
Sin embargo, no podemos hacerlo solos. La Iglesia Misionera lo sabe bien. Estamos aquí para ser vida, para llevar el mensaje de Jesús a cada rincón del mundo, y para recordar que cada palabra puede cambiar una realidad, si va acompañada de compromiso y acción.
Tú, yo, todos formamos parte de esta misión. Si nuestras palabras se hacen carne, si realmente creemos en lo que decimos y lo ponemos en práctica, seremos capaces de transformar no solo nuestra Navidad, sino también la vida de quienes nos rodean.
Por lo tanto, en esta Navidad, no dejemos que nuestras palabras se queden en saludos de rutina. Hagamos que nuestras palabras sean gestos concretos de amor y servicio, que nuestras acciones reflejen el verdadero espíritu de la Navidad. Jesús nos mostró el camino. Ahora nos toca a nosotros seguirlo.
Que esta Navidad no se quede solo en palabras, sino que sea una oportunidad para hacer del mundo un lugar más justo, más humano y más fraterno. Porque cuando nuestras palabras se convierten en vida, podemos desearnos con todo el corazón una verdadera Feliz Navidad.
P. BERNARDO BALDEÓN