Se trata de las consecuencias de la auténtica oración, de la conversión y de la caridad, que llevan a la alegría y la serenidad espiritual cuando se toca con la mano “la carne de Cristo” en sus pobres.
Si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres, como confirmación de la comunión recibida en la Eucaristía. El Cuerpo de Cristo, partido en la liturgia, se deja encontrar por la caridad compartida en los rostros y en las personas de los hermanos más débiles. Son siempre actuales las palabras del obispo Crisóstomo: “Si queréis honrar el cuerpo de Cristo, no lo despreciéis cuando está desnudo; no honréis al Cristo eucarístico con ornamentos de seda, mientras que fuera del templo descuidáis a ese otro Cristo que sufre por frío y desnudez”.
Estamos llamados, por lo tanto, a tender la mano a los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de soledad. Su mano extendida hacia nosotros es también una llamada a salir de nuestras certezas y comodidades, y a reconocer el valor que tiene la pobreza en sí misma.
Para los discípulos de Cristo, la pobreza es ante todo una llamada, esto es, una vocación para seguir a Jesús pobre. Es un caminar que lleva a la felicidad del reino de Dios. Significa un corazón humilde que sabe aceptar la propia condición de criatura limitada y pecadora para superar la tentación de omnipotencia, que nos engaña haciendo que nos creamos inmortales. La virtud de la pobreza es una actitud del corazón que nos impide considerar el dinero, la carrera, el lujo como objetivo de vida y condición para la felicidad.
Existen dos dimensiones: por un lado, la virtud cristiana de la pobreza como actitud de desprendimiento y buen uso de los bienes materiales. A la vez, “la opción fundamental” por los pobres, el amor efectivo a los más necesitados, que lleva a esforzarse por ayudarlos de muchas maneras: “Si deseamos ofrecer nuestra aportación efectiva al cambio de la historia, generando un desarrollo real, es necesario que escuchemos el grito de los pobres y nos comprometamos a sacarlos de su situación de marginación”. Es la llamada, fuerte y apremiante, que Francisco hace a los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad. que sienten en el corazón la urgencia de mejorar el mundo que hoy nos toca vivir, para entregarlo más humanizado a las generaciones futuras.
No podemos quedarnos inactivos o “resignados”, sino que debemos reaccionar y responder con una nueva visión de la vida y de la sociedad. No podemos poner “peros” ni “condiciones”. Y hay que reconocer que en muchos aspectos nos falta mucho por andar en este terreno.
P. BERNARDO BALDEÓN