Y cuando hablo de cosas superficiales no me refiero tanto a cosas materiales, sino a realidades tan profundamente humanas como la palabra.
La palabra que está llamada a ser la forma de expresar mi interioridad, de entrar en contacto con los demás… pero ¡cuánta palabra hueca!
Para muchos de los que siguen manteniendo un sentimiento religioso, la Navidad se identifica con un niño, nacido el Belén, hace muchos años y en un pesebre…
Pero si vamos más allá de lo puramente externo y folklórico, Navidad tiene un sentido mucho más profundo.
Los expresa Juan en su evangelio: “La Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios… En ella estaba la vida… Y la Palabra se hizo carne…”.
En medio de tanta palabra vacía, que es mero sonido, Dios aparece como Palabra creadora que da vida. Y da vida porque la Palabra de hace carne. Algo que se puede tocar. Algo que entra en contacto con las personas. Algo que es capaz de transformar a las personas y al mundo.
Nos cuesta explicarlo. Pero todos intuimos la diferencia entre una palabra que no pasa de ser aire y una palabra que nos permite entrar en comunión con los demás y nos compromete a cambiar la realidad.
Celebrar la Navidad es aceptar la invitación de Dios a transformar nuestra vida en “palabra que se hace carne”. Carne que se alegra con la alegría del otro. Carne que sufre con el sufrimiento del otro. Carne dispuesta a generar vida en un mundo marcado por la muerte.
“Ésta es mi carne que se entrega por vosotros”, dirá Jesús en la última cena.
Su muerte en la cruz es la plenitud de la Navidad.
Como Iglesia estamos llamados a ser Palabra/Carne que se entrega para que el mundo, la humanidad entera tenga Vida y una Vida Plena.
¡Cuántas palabras descarnadas en nuestras comunidades cristianas!
La Iglesia misionera quiere ser esa Palabra Viva, dispuesta a llegar a la muerte para que la Buena Noticia del Reino se haga presente en todos los rincones de la tierra.
Como misioneros nos preguntamos permanentemente si somos fieles a esa tarea recibida. Con dolor reconocemos nuestros límites y pecados. Con esperanza seguimos buscando nuevos caminos en la construcción de un mundo nuevo, más justo y humano.
P. BERNARDO BALDEÓN