En tiempos de Jesús la enfermedad era considerada un castigo de Dios por los pecados. De
una manera especial en los leprosos. Se unía un posible contagio físico a un contagio moral.
El leproso era expulsado de su familia, de su ciudad y de la comunidad religiosa. Debía vivir
en el desierto.
Quien lo tocara o dejase tocar por él, quien le hablara o lo escuchara, quien de alguna manera
se relacionara con un leproso quedaba tan “impuro” como él… no podía relacionarse ni con
los demás, ni siquiera con Dios.
La curación de leprosos por parte de Jesús es una forma de decirnos que Dios no excluye a
nadie y que, por tanto, no tenemos derecho a excluir a ninguna persona.
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