Durante este año, los Misioneros de la Consolata dedicamos una atención especial a nuestro fundador, el P. José Allamano, sacerdote de la diócesis italiana de Turín que vivió entre los años 1851 y 1926.
Durante este año vamos recogiendo algunas de sus frases que será necesario entender en la época en que fueron escritas.
Imagínese que usted es andaluz y, por esas cosas de la vida, hubiera nacido 200 kilómetros más al sur. Con casi total seguridad usted hoy en vez de ser católico, sería musulmán.
Es una forma simple de decir que el hecho de pertenecer a una determinada “religión” está condicionado y depende en gran parte de aspectos puramente culturales o simplemente geográficos.
La fe que cada uno profesa, es algo distinto. Entramos en lo íntimo de la persona, en las opciones que cada uno asume frente a la vida, frente a los demás o frente a la realidad de uno mismo. Estamos en el ámbito de una decisión donde cada uno entra y cada persona juega un papel fundamental.
No siempre hemos sabido distinguir entre “religión” y “fe”. Y eso ha dado lugar a no pocos problemas y con frecuencia complicados.
Identificar religión y fe, llevó a la Iglesia en determinados momentos de su historia, y especialmente en su actividad misionera, a no respetar las creencias, la cultura, los puntos de vista de pueblos que vivían otra tradición cultural con frecuencia ancestral.
De ahí nació en algunos ámbitos de que para transmitir la fe cristiana había que terminar con la cultura, las tradiciones, la forma de vivir de otros pueblos. El transmitir una fe implicaba “imponer” una cultura… la nuestra.
Por fortuna, desde hace unos años la Iglesia ha ido incorporando nuevos conceptos y nuevas forma de ver su acción evangelizadora. Términos como “inculturación”, “multiculturalidad”, “interculturalidad”…. van haciéndose más comunes y hacer madurar una reflexión sobre la misión y la evangelización.
A pesar de ello nos queda mucho camino por recorrer, sea en el ámbito de la reflexión como en el de la acción misionera.
Hace un siglo, José Allamano demostró una forma de valorar las culturas, poco común en su tiempo. Por eso encomendaba a sus misioneros la tarea de conocer “mejor” y valorar a las personas con las que trabajaban y especialmente las costumbres (la cultura) del lugar.
La evangelización nunca puede pretender terminar con una cultura. Al contrario, el evangelizador debe partir del principio de toda cultura está en capacidad de enriquecer el mensaje que va a transmitir. El misionero ha de escuchar y aprender antes de empezar a enseñar. Y todo ello desde un profundo respeto.