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Volver al corazón del anuncio

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img564De los cuatro evangelios, el primero que se escribió fue el de Marcos. Y la primera frase que pone en labios de Jesús es: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio” (1,14). Un poco antes, el primer versículo de este capítulo es el título que Marcos pone a todo su escrito: “Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”.

            El anuncio del Evangelio es la misión que Jesús ha dejado a sus seguidores de todas las épocas. Es una invitación que de vez en cuando tenemos que volver a recordar, como hizo el Papa Francisco en 2013 en su exhortación Evangelii gaudium: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años” (EG 1).

Mirando el pasado reciente

            En 1975, a los 10 años de la conclusión del Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI escribió una exhortación al final de un sínodo, la Evangelii nuntiandi, que ha ganado valor con los años. En ella decía que “el esfuerzo orientado al anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, exaltados por la esperanza pero a la vez perturbados con frecuencia por el temor y la angustia, es sin duda alguna un servicio que se presenta a la comunidad cristiana e incluso a toda la humanidad” (EN 1).

            Es una misión decisiva porque “como núcleo y centro de la Buena Nueva, Jesús anuncia la salvación, ese gran don de Dios que es liberación de todo lo que oprime al hombre” (EN 9). Así pues, “evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” (EN 14).

            Más tarde llegaría la llamada a la “nueva evangelización” de Juan Pablo II (que realiza por primera vez en 1983) y la creación del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización por parte de Benedicto XVI en 2011 y el sínodo que él mismo convocó para estudiar ese tema, celebrado en octubre de 2012.

            Parafraseando el nº 14 de la Evangelii Nuntiandi, podemos decir que para la pastoral juvenil “evangelizar a los jóvenes constituye su dicha, vocación e identidad más profunda”. Ahora bien, ¿cómo? ¿Con qué medios? Creemos que el anuncio del evangelio a los jóvenes no puede prescindir de una metodología educativa y de una gradualidad pedagógica. Esto se expresa en el conocido lema: “Educar evangelizando y evangelizar educando”.

            Precisamente en Evangelii Gaudium el Papa Francisco ha recordado la importancia de esta metodología. “La centralidad del kerigma demanda ciertas características del anuncio que hoy son necesarias en todas partes: que se exprese el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa, que no imponga la verdad y que apele a la libertad, que posea unas notas de alegría, estímulo, vitalidad, y una integridad armoniosa que no reduzca la predicación a unas pocas doctrinas a veces más filosóficas que evangélicas. Esto exige al evangelizador ciertas actitudes que ayudan a acoger mejor el anuncio: cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena” (EG 165).

El evangelio como anuncio

            En medio de una sociedad como la judía del siglo I, sometida por los romanos, con muchos pobres viviendo por debajo del umbral de subsistencia, como esclavos, víctimas de la violencia, mujeres despreciadas… el anuncio del evangelio, la proclamación de Jesús, condenado a muerte por los invasores romanos, y aparentemente abandonado por Dios, pero resucitado por el amor de Dios, era una auténtica revolución de valores.

            La muerte en cruz de Jesús era un signo de que el reconocimiento a los ojos de Dios funciona de un modo muy diferente al de los hombres: prácticamente a la inversa. Y, si esto era cierto, aquellos desheredados del Imperio Romano, las víctimas que habían sufrido su violencia, su desprecio, su injusticia, ahora se podían sentir reconocidos, acogidos y queridos por el mismo Dios que lo había hecho con Jesús, precisamente por llegar al lugar más bajo al que puede llegar una persona: ajusticiado en una cruz fuera la ciudad santa.

            A esta buena noticia, paradójica y apasionante, la llamaron “el anuncio”, kerigma en griego. Lo más importante no era el mensaje o la idea, era la experiencia de saberse y sentirse acogidos, amados, aún siendo despreciados por los demás como lo había sido el Crucificado.

            Anunciar ese kerigma es la tarea de todo cristiano, anunciar esa buena noticia es la misión evangelizadora de la Iglesia en todos los rincones de la tierra.

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