Vocación, según una definición de diccionario y por su raíz latina, significa llamado. Comienza a manifestarse en cada persona desde temprana edad, en aquello que llama la atención, atrae, gusta, con-voca, pro-voca, entretiene. La vocación puede llegar a identificarse con la profesión y es, entonces, lo mejor que le puede suceder a una persona: sentirse llamado a ser, a hacerse, vivir y hacer algo que lo llena, que lo hace feliz, aunque le cueste esfuerzo, sacrificio, donación, o precisamente por eso mismo.
La vida como vocación
El aparecer en la comunidad de la vida, como sujeto vivo, no es el resultado de una decisión o elección personal, ni siquiera es la respuesta a un llamado. Es, en realidad, un regalo, acompañado de una responsabilidad: existir. Todos los seres vivos recibimos el don de la vida, pero no todos lo disfrutamos. Solo los humanos existimos, tenemos conciencia de estar vivos y de la responsabilidad que tenemos de generar, cuidar, promover, darle cualidad, sentido y dirección a la vida.
Somos con-vocados a hacernos persona, a reconocer en los demás su identidad personal, respetarla, valorarla y promoverla. Es así como vamos siendo, en un proceso continuo y gradual de identidad e identificación. Somos seres humanos, imágenes del creador, llamados al encuentro con los otros humanos y con todos los seres creados, para vivir y convivir en plenitud y felicidad.
Esta es nuestra vocación a la vida y a la existencia. Es una vocación personal y al mismo tiempo colectiva, que incluye la misión de hacernos personas con dignidad, derechos y deberes. Ya, en el presente de cada uno, somos lo que somos, pero aún no lo somos plenamente. Tenemos la posibilidad de crecer, de hacernos más y mejores. Se trata de un proceso que dura toda la vida: Cuanto más santos, más humanos y cuanto más humanos, más santos.
Vocación a ser cristiano
Si la vocación a la santidad, o mejor, a la plena humanidad, es para todos los seres humanos, no todos tiene el privilegio de contar con un Maestro de vida, un Hermano de convivencia, un Compañero de camino, humano y divino, como el Emmanuel (Dios con nosotros), Jesús de Nazaret.
Todos los bautizados somos llamados por Jesús a la santidad de vida, mediante la práctica de la misericordia. Cada uno responde en diferentes formas, estados o estilos de vida, como casados, solteros, profesionales o no y con diversos ministerios, todos al servicio del prójimo y de ese Reino de Dios que instauró el mismo Jesús, en el ejercicio de su misión.
Vocación a la vida misionera
Cualquier persona (hombre o mujer) que viva su discipulado misionero en la Iglesia, puede descubrir, a través de muchos signos, o escuchar, a través de muchas voces, el llamado a la misión en comunidad, en la Vida Consagrada, mediante los Votos Evangélicos de Obediencia, Castidad y pobreza e, inclusive, como Ordenado para el Ministerio Sacerdotal. El Galileo llama a los que él quiere, llamó ayer y sigue llamando hoy, para que “estén con él”, formarlos y enviarlos a continuar su misión: facilitar el reinado de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, o sea trabajar por el Reino de Dios, ese “otro mundo posible”, organizado sobre el AMOR, la FRATERNIDAD y la PAZ, con JUSTICIA social y ECOLOGIA integral.
Una de las tantas formas o estilos de esta vocación misionera es la de servir a la “misión ad-gentes”, o sea “ad = hacia” las gentes, los pueblos con sus culturas diferentes.
Salvador Medina