Un buen amigo y sacerdote de la congregación de los Misioneros de la Consolata me pidió hace unas semanas que escribiera, nada más y nada menos, sobre el sentido de la vida en los jóvenes. Por la envergadura de la cuestión, considero que lo mínimo que puedo hacer al comenzar este humilde artículo es agradecerle la confianza que ha depositado en mí para tamaña reflexión.

 Supongo que al igual que os habrá ocurrido a todos los jóvenes cristianos «de cuna», como a mí me gusta llamar a los afortunados que hemos nacido con la fe impregnando nuestros hogares, para mí ha sido inevitable plantearme desde muy pequeña muchas preguntas con una cierta (o con mucha) trascendencia, como es el motivo de que yo esté viva mientras escribo estas líneas. Ahora tengo claro que una vida sin fe (me da igual la etapa vital en la que te encuentres) es una vida vacía y que no merece ser vivida, porque no se vive en plenitud, sino con angustia y miedo sobre un presente difícil y un futuro incierto.

            Existe una forma muy sencilla de comprobar esto último, y es muy probable que mis siguientes palabras te sean familiares, especialmente si estás viviendo esos años de búsqueda de identidad y sentido a tu vida, que suelen ir acompañados de una rebeldía jamás antes conocida que no te deja vivir en paz. Por suerte, yo ya pasé esos años en los que una no sabe si está perdiendo el tiempo yendo a misa y se avergüenza de decir que reza habitualmente, así que solo me queda decirte que la duda escéptica sobre la existencia de Dios también se cura.

            Decía que una vida sin fe carece de sentido, lo cual queda patente cada vez que nos alejamos de Cristo y de sus cosas: en esos momentos en que nos creemos los máximos poseedores de nuestra propia libertad (en realidad, una «pseudolibertad», en tanto que no está anclada en la voluntad de Dios, que siempre tiene el mejor plan individualmente pensado para ti y para mí) nos perdemos en la oscuridad y comenzamos a sentirnos poco a poco más tristes, más cansados, más agobiados…

            Sin embargo, al reconciliarnos con Él, al reencontrarnos cara a cara con el único amigo que nunca falla, especialmente a través de los sacramentos, pero también de la oración individual y de la dirección espiritual, volvemos a sentirnos en paz. «Paz». Ahora mismo tengo veintidós años. Quizá puedes estar pensando que soy demasiado joven para tener deseos urgentes de una tranquilidad profunda, pero te aseguro que una vez te enamoras plenamente de Cristo la única forma de ser feliz es descansando en Él y con Él.

            Solo cuando conoces cara a cara al Amor con mayúscula, sobre todo, si has tenido la gran suerte de haberte rebelado internamente contra el mismo Cielo (sí, has leído bien), encuentras el sentido de cada minuto, que consiste en considerar en todo momento qué haría Jesús en tu lugar aquí y ahora, es decir, viviendo constantemente la presencia de Dios en tu vida, esa coherencia cristiana que hace que, aquellos que están a tu alrededor, en especial los más alejados, se cuestionen por qué actúas como actúas.

            ¿Quién no quiere ser feliz? Y el mundo nos presenta tantos falsos caminos, tantas sendas que conducen a callejones sin salida, que cuando uno mismo los experimenta en sus propias carnes y, después, vuelve (o se dirige por primera vez) a su Padre celestial, comprende que el sentido, no de «la vida» en abstracto, sino de la mía y de la tuya en particular, consiste en vivir con los pies en el suelo y el corazón en el Cielo.

            «Sed extraordinarios en lo ordinario», rezaba muy acertadamente el beato José Allamano. Los jóvenes cristianos del siglo XXI no podemos dejar que pase ni un segundo de nuestras vidas sin que el Señor sea el que dirija nuestros pasos. El sentido de mi vida consiste en vivirla considerándola un regalo divino que me puede ser arrebatado en cualquier instante, idea que vivo con mucha paz; en vivirla día a día cara a Dios, haciendo de su Palabra mi libre elección diaria en mi ser yo misma. Si tu ambiente más cercano se pregunta desconcertado el porqué de tus formas, tienes una sed grande de trascendencia. Joven (post)rebelde, vas por el buen camino.