Jesús dijo claramente que “Dios es un Dios de vivos, no de muertos”, lo decía frente
aquellos que negaban la resurrección.
Esa vida que Dios quiere para todos sus hijos e hijas comienza ya aquí. Por eso llama a
Moisés para que saque a su pueblo de la esclavitud de Egipto y lo conduzca a la libertad.
El “signo” más espectacular de Jesús fue resucitar a muertos, como el caso de Lázaro,
encerrado en la oscuridad de una tumba y atado con vendas.
Es un grito a quienes vivimos “encerrados” o “atados” por sistemas políticos o económicos,
por ideologías religiosas, por pecados sociales como el hambre, la pobreza, la discriminación,
el racismo.
Frente a toda forma de marginación, Dios quiere que vivamos en plenitud ahora y aquí.
Una plenitud de vida que adquirirá su confirmación después de la muerte.
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