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Tiene escuelas atacadas por los islamistas en Nigeria, ébola en Guinea Conakri, guerra tribal el Sudán del Sur, pero en un continente tan grande como tres veces China, también se multiplican las noticias positivas, como en buen gobierno de Cabo Verde, el éxito de las elecciones multirraciales en Sud África, el crecimiento económico angoleño o la erradicación de la malaria en Suazilandia. Todo ello ayuda al crecimiento económico. El año pasado se invirtieron en el continente negro 56 mil millones de dólares. Este año la tasa de crecimiento del continente africano, en conjunto, debería superara el 6 por ciento.
A comienzos de abril de este año, la Unión Europea celebró en Bruselas una cumbre conjunta con África. Y en este mes de agosto será Estados Unidos quien promoverá en Washington una reunión similar entre el presidente Obama y los líderes africanos (están invitados 47 de ellos). El año pasado, poco tiempo después de ser elegido como número uno del gobierno chino, Xi Jinping eligió la República Democrática del Congo, Tanzania y Sud África como destino de uno de sus primeros viajes internacionales.
Es evidente que los tres grandes bloques político-económicos del mundo ven hoy a África como una prioridad y, al contrario que en épocas pasadas, no es una forma de hacer juegos geopolíticos, recurrir a guerras civiles o hambrunas, si no más bien para responder a las necesidades de inversión de un continente en el que se prevé del 6,1 por ciento en 2014 y una tasa parecida el año siguiente.
Son tasas de crecimiento que superan en mucho a las previsiones de Europa (algo más del 2 por ciento) y norteamericana (del 2 al 3 por ciento), acercándose más a la china (7 a 8 por ciento). Aun así algunos países africanos irán mejor.
En las primeras páginas de los grandes diarios internacionales continúan siendo más frecuentes las noticias relativas a las tragedias africanas, como el terrorismo islamista en Malí, el ébola en Guinea Conakri, la guerra entre cristianos y musulmanes en la República Centroafricana, el rapto de niñas en Nigeria o el conflicto tribal de Sudán del Sur.
Pero en las páginas interiores es posible encontrar historias positivas, como que en Suazilandia está cerca de conseguir la erradicación del paludismo, que Sud África ha realizado con éxito sus quintas elecciones multirraciales, Cabo Verde y Botswana aparecen como ejemplo de un buen gobierno, o que Angola está entre los países que más se desarrollaron en la última década.
Evitar generalizaciones
En cualquier caso es necesario evitar generalizar sobre un continente con cerca de 1.100 millones de personas y más de 50 países independientes. Las oportunidades de hacer negocio son para aquellos que antes se dan cuenta de que, por ejemplo un conflicto en el Cuerno de África, no afectarán sus inversiones en el sur africano.
Durante el año pasado, la inversión extranjera en el conjunto de los países africanos alcanzó los 56 mil millones de dólares, según Reuters. Sud África, motor económico del continente (a pesar de haber sido superado por la populosa Nigeria en Producto Interior Bruto), recibió la mayor parte de las inversiones. Mozambique consiguió entrar en el “pódium” al conseguir 7 mil millones en inversiones.
Fundamentalmente fueron grandes empresas brasileñas e italianas quienes apostaron por la antigua colonia portuguesa.
Desmontando mitos
Son varios los estereotipos que tenemos que desmontar respecto al desarrollo del continente africano.
Uno de los más extendidos es que las “industrias extractivas” (minería y petróleo) son las que llevan las inversiones externas a África. Con unos 300 millones de personas a las que se puede considerar “clase media africana” eso ya no es verdad.
Las empresas de telecomunicaciones, incluyendo la portuguesa TP, pueden dar buen testimonio de esta realidad. De hecho se calcula que funcionan en África más de 800 millones de teléfonos móviles (la fotografía ganadora del último World Press Foto me muestra el salvamento de un grupo de emigrantes de Djibuti, fue captada por un móvil de una compañía de telefonía somalí, con fama de ser de las más baratas del mundo).
Otro sector en franca expansión son los centros comerciales que los sudafricanos están construyendo en el continente. Así como las líneas ferroviarias financiadas por China, como la que ahora está avanzando por el interior de Kenia.
La guerra de los mercados
Solamente los países que demuestran una mayor estabilidad gubernamental, una legislación “adecuada” y ausencia de conflictos bélicos, son quienes están en mejores condiciones para competir entre los posibles inversores europeos, americanos o chinos (los capitales provenientes de India y de Japón están también llamando a las puertas de un gran mercado) a fin de conseguir su presencia en tierras africanas por las facilidades que ofrecen.
África se ha convertido en el objetivo de una competición internacional a fin de entrar en un continente que promete grandes ganancias.
“Esto no es juego con resultado cero. Esto no es una “guerra fría”. Vivimos inmersos en un mercado global y si los países emergentes ven a África como una gran oportunidad, eso puede, potencialmente, ayudar a los africanos”; afirmaba el año pasado Obama, hijo de una americana y de un keniata, durante una visita a Sud África.
Un prestigioso diario europeo recordaba hace poco que “África es un continente de personas pobres y países pobres con grandes riquezas escondidas debido a la falta de infraestructuras. Pero en el Norte tenemos países pobres (en cuanto a los recursos naturales) pero con personas ricas… Una realidad que ofrece ganancias abundantes a unos pocos”.
Queremos el desarrollo de África. Pero no queremos que sea una nueva etapa de expolio, donde los países poderosos se enriquezcan a costa de hacer a los pobres más pobres.
Vivimos una época de profundos cambios en todos los ámbitos de la vida. Cambios sociales, políticos, económicos, culturales y también cambios en el ámbito religioso. Es lógico que el cambio cree cierta sensación de inseguridad. Pero hay algo más fuerte que la inseguridad.
La esperanza es un elemento decisivo para cualquier intento de efectuar cambios que lleven a una vivacidad, consecuencia y razón mayores. Los cristianos estamos llamados a ser comunidad de esperanza, y por ello los desesperanzados tendrán que ser los privilegiados dentro de nuestras comunidades y en nuestro trabajo.
Alguien dijo, y no le faltaba razón, que la esperanza es inseparable del amor fraterno y solidario. Y el modelo y punto de referencia es la persona de Jesús que esperó con todos y por todos, llevando así a plenitud nuestra esperanza, al ponerse de forma absoluta al servicio de los demás. De ahí que la esperanza solo sea verdadera como co-esperanza, y que el sujeto auténtico de toda esperanza habrá de ser siempre un “nosotros”.
Estamos llamados a esperar junto con los otros, en ese espacio común donde cada uno es responsable de los demás y, en cierto sentido, rehén de su destino. Si nuestra esperanza está centrada en la persona de Jesús, no podemos ponerlo al margen o separado de nuestra relación cotidiana con los demás.
Benedicto XVI, en su exhortación sobre “El sacramento de la caridad”, escribía: “La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que Él se entrega. No puedo tener a Cristo solo para mí; únicamente puedo en unión con todos los que son suyos o lo serán”.
Para los cristianos, y más en momentos como los actuales, no puede haber “fondos reservados” u ocultos. La transparencia en una entrega total está en la base de nuestro ser y actuar.
El jesuita Vilarassau reflexionaba sobre el tema con palabras parecidas a éstas: El problema no es tanto lo que das (que puede ser mucho y buenísimo), como lo que te reservas (aunque sea poco e insignificante). Es ese “fondo reservado” el que, de golpe, te pasa factura.
Uno reconoce que ha vivido a fondo, que se ha entregado generosamente. Que ha dado mucho; pero, aun así, por poco honesto que sea consigo mismo, descubre como un resto de insatisfacción todavía no exorcizado, una insobornable sensación de que algo falta, de que esa carta que uno guarda disimuladamente bajo la manga tiene también que entrar en el juego, si no quiere que se le quede fijada en el rostro esa sonrisa que muestra solo la mitad del alma.
Y no me refiero a esas reservas legítimas y hasta necesarias (si uno no quiere fundirse más que darse); me refiero a esas reservas mezquinas, esa calderilla existencial que guardamos en una caja, no como acopio para darse mejor, sino como reserva para no darse tanto.
Me refiero a nuestro tiempo “sagrado”, a nuestro espacio inviolable, a nuestros pequeños vicios inconfesables, y también a las mentiras que decidimos creernos para “blindar” esos fondos de toda injerencia ajena y de toda conversión posible.
Desde esa autenticidad con nosotros mismos, desde el sentirnos parte de una familia donde nadie está excluido, desde ese saber esperar junto con los otros, especialmente los últimos, los cristianos tenemos una palabra que aportar en esta realidad de cambio.
Desde la convivencia con los más desposeídos de la tierra, la misión tiene una gran riqueza que ofrecer a una sociedad que se cree rica en todo, pero que es pobre en humanidad.
Continuamos entrenando nuestra inteligencia emocional en el ámbito de la relación de ayuda: en números anteriores hemos profundizado en las habilidades de escucha activa y empatía. Pasamos ahora a trabajar la “aceptación incondicional”, actitud que debe ser básica e imprescindible en toda persona que de verdad quiera ayudar al otro.
Puedes descargar el artículo completo en: https://www.dropbox.com/s/nbww8nzenshyn0q/Escuela%20JUNIO%20JULIO%202014.pdf?dl=0