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Todavía estábamos tratando de asumir el duro golpe, cuando de repente entra en el Otro día más en el que ocurren cosas fuera de lo normal”, me dice la doctora Paula con voz cansada. “Bueno, más bien querrás decir que hoy hemos tenido un día excepcionalmente fuera de lo normal teniendo en cuenta que aquí ya ningún día es normal”, le respondo. “En Don Bosco cada día que pasa es un día, cuando menos, fuera de lo normal”, reflexiono en voz alta.

Normal dentro de lo excepcional. Ya nos hemos acostumbrado a esperar lo inesperado. Y sin embargo, el día de hoy ha sido un día duro incluso para nuestros estándares de excepcionalidad. Empezó mal, ya que la primera noticia que recibimos por la mañana fue que Mbetimale, el bebé prematuro de apenas unas horas, que había sido extraído del vientre de su madre recién fallecida a causa del VIH, no había logrado salir adelante. “Ha muerto esta noche”, me dijeron mis compañeros. Primer mazazo del día.

 

Todavía estábamos tratando de asumir el duro golpe, cuando de repente entra en el hospital una mujer embarazada y que viene transportada en camilla por sus familiares, todos ellos visiblemente desesperados. Horas antes había empezado a sangrar abundantemente, lo cual hizo que tomaran la decisión de acudir a otra clínica cercana. De ahí la trasladaron a un hospital en Bangui y, no se sabe muy bien por qué, ahora nos la remitían a nosotros. Esta decisión no podría haber sido más errónea, ya que aquella mujer lo único que necesitaba era que alguien le hiciera urgentemente una cesárea. Y aquí, sin quirófano ni cirujano, lo único que podíamos hacer nosotros era remitirla, a su vez, a otro lugar. A estas alturas, después de deambular toda la noche por centros médicos, la pobre mujer estaba ya en estado deshock y sin pulso, con la mirada perdida en un punto fijo y los ojos muy abiertos. Tratamos de estabilizarla, pero ya era demasiado tarde para ella. Diez minutos después, certificamos su muerte.

Me pregunto a mí misma qué habría pasado si la hubieran llevado directamente al hospital de Bangui y le hubieran hecho la cesárea a tiempo. ¿Se habría salvado? Pues probablemente sí, pero lo cierto es que nunca lo sabremos. Lo que sí me queda claro cada vez afronto una situación como esta es lo dura que es la vida aquí para las mujeres, especialmente durante el embarazo. En Europa ni se nos pasa ya por la cabeza que una mujer pueda morir durante el parto; aquí, en la República Centroafricana, el porcentaje de mortalidad materna viene representado por un número tan alto que prefiero ni mencionarlo.

Desde que comenzó el conflicto, el acceso a los servicios de salud se ha convertido en algo cada vez más difícil, por no decir imposible. El índice de embarazos que no llegan a buen término ha aumentado drásticamente y muchas mujeres sufren ataques por parte de bandas de criminales que ejercen la violencia sexual como arma de guerra. Fruto de esas violaciones, muchas se quedan embarazadas. Por si fuera poco, en este clima de estrés constante los nacimientos prematuros son habituales, y la mortalidad entre los recién nacidos también aumenta. Me quedo con que al menos en Don Bosco, dentro de nuestras posibilidades, estamos haciendo un buen trabajo: “Ocho partos sin complicaciones en las últimas 24 horas, seis de ellos a lo largo de la noche”, explica Vittoria, nuestra matrona italiana, que está muerta de calor y completamente desaliñada tras una larga noche de guardia. Además, otro motivo para el optimismo es el poder ver los bancos de la clínica prenatal llenos cada mañana de mujeres que saben de la importancia de venir a las consultas previas al parto.

Pero bueno, volvamos a nuestro todavía recién iniciado “día excepcionalmente fuera de lo normal dentro de lo que es un día normal en la RCA”. Después de varios casos de niños con malaria severa a los que logramos iniciar el tratamiento de manera satisfactoria, y tras referir unos cuantos casos de niños con malaria agravada por anemia a otros centros donde les pudieran hacer una transfusión sanguínea, la siguiente urgencia complicada fue la llegada de dos niños gemelos que acababan de nacer en su casa. Ambos eran diminutos, pero uno de ellos sufría además una insuficiencia respiratoria aguda. Su cuerpo se había puesto azul por la falta de oxígeno. Les conectamos rápidamente a los dos a la máquina de oxígeno concentrado, pero pronto vimos claro que el niño que peor estaba no saldría adelante. En apenas unos minutos su pequeño cuerpecito estaba ya flácido y sin vida.

Con la estación lluviosa, llega también el momento del año en el que más casos de malaria se producen. Día tras día, las camas de nuestra pequeña área de urgencias se llenan de niños de muy corta edad envueltos en ropa húmeda con la que tratan de bajarles la temperatura. Todos llevan puesto el catéter intravenoso a través del que se les administra el tratamiento y a mí se me cae el alma a los pies al verles tan débiles. Sin embargo, estamos esperanzados ante el nuevo enfoque que tenemos previsto poner en marcha para luchar contra esta epidemia que se lleva la vida de 600.000 personas al año: el de la prevención. Ya lo hemos probado en lugares como Níger y Chad y los resultados no pueden ser más esperanzadores: hasta un 70% menos de casos con respecto al año anterior. Y eso sólo con darles tres días consecutivos al mes, durante cuatro meses seguidos, una combinación de medicamentos que les protegerá de contraer la enfermedad. Y para mí está claro que mientras llega y no llega la vacuna, esta nueva estrategia supone un grandísimo avance.

Al tiempo que todo esto ocurre en el departamento de urgencias, la visión actual de la sala de espera cuenta por sí misma otra historia distinta: por ejemplo, la de aquellas personas que dejaron sin tratar sus heridas hasta que estas se habían gangrenado casi por completo. Cuando hablas con ellos, te das cuenta de que la mayoría de los heridos no había acudido antes al hospital por el miedo a dejar sus casas y sufrir un nuevo ataque. Mi compañera Paula, que está en su primera misión, me comenta que está impactada por lo que está viendo desde que llegó. Para mí, que tengo casi 65 años y después de muchas experiencias de trabajo en África, este tipo de cosas ya se han convertido en ese algo que sí que podría ser definido como algo excepcional, pero que sin embargo ya sería, casi casi, en algo que tristemente está dentro de lo normal. Aun así, a veces ocurren cosas que resultarían prácticamente imposibles de asimilar hasta para la persona con más experiencia en este tipo de lides. Una de ellas ocurrió la semana pasada, cuando un hombre llegó hasta nuestro hospital con una úlcera abierta y supurante que le cubría la mitad de su antepierna izquierda. Había viajado cerca de 100 kilómetros para llegar hasta allí, desesperado al ver que una pequeña herida causada por un insignificante trozo de madera, se había convertido en algo sumamente aparatoso. De hecho, la herida ahora era tan grave que no nos quedó más remedio que amputarle la pierna.

El telón de fondo de nuestro trabajo en la clínica está marcado por la violencia que nos rodea. Hace pocos días, mientras llevaba las vacunas a uno de nuestros equipos, me los encontré hablando entre ellos de manera muy agitada, con una expresión de terror en sus caras que no olvidaré jamás. “Ha sido una de nuestras enfermeras”, me dice uno de nuestros trabajadores locales. “Seguro que te acuerdas de ella, trabajasteis juntas en Castor”. Castor es el primer hospital en el que trabajé cuando llegué a la RCA, hace ya algunos meses. Y la noticia que tanto les costaba digerir y que mis compañeros trataban de explicarme con enormes dificultades para articular siquiera una palabra, era que una de nuestras enfermeras, con la cual efectivamente yo había trabajado, había sido apaleada hasta la muerte, junto a su marido y a sus dos hijos, en el interior de su propia casa. Parece ser que un hombre había sido previamente asesinado y que su cuerpo había sido lanzado al interior de un pozo con la intención de que se fuera pudriendo poco a poco y que acabara por contaminar el suministro de agua. Ese hecho produjo que decenas de hombres armados entraran en cólera y se dirigieran de casa en casa buscando venganza. Mi compañera y su familia fueron sólo unas víctimas más entre tantas otras. Víctimas de la sinrazón de la violencia.

Aquí todos los días escuchamos el repiqueteo de las armas de fuego, y algunas veces suenan tan cerca que instintivamente y de forma muy nerviosa tratamos de alejarnos de los muros que sirven para delimitar el perímetro de protección del hospital. Por las mañanas, en nuestras reuniones de equipo, nos cuentan los últimos detalles en cuanto a la situación de seguridad y nos explican quiénes fueron los autores de los disparos. A veces, nos explican incluso por qué los hicieron.

Y aún así, a pesar de todos estos sobresaltos, según salimos en nuestro convoy de vehículos hacia la clínica de los Salesianos en Don Bosco, donde continuaremos la jornada, vemos cómo la vida ahí fuera continúa con aparentemente normalidad. Hasta hace un par de años, los vehículos cargados de hombres armados hasta las cejas, bien de la Unión Africana o bien del ejército francés, no eran una estampa habitual en Bangui. Pero ahora todo el mundo parece haberse acostumbrado a que estén ahí.

Los enormes camiones de transporte, repletos de personas apiñadas que intentan llegar a Camerún, algunos de ellos con la intención de vender o de comprar esos productos que ya no llegan a los mercados de la RCA, son muchos más de los habituales. Pero, aparte de eso, todas las demás cosas que ocurren entran dentro de la normalidad: largas filas de taxis intentando comprar gasolina en las estaciones de servicio, decenas de personas intentando comprar las camisetas que venden a las espaldas de uno de los camiones, hombres que venden pan recién hecho, otros que transportan unas imposibles pirámides de huevos sobre sus cabezas, etc….

Para mí todos ellos son gente fuerte y resistente y gozan de un espíritu de supervivencia que es digno de admiración. Yo por mi parte sólo trato de llevar lo mejor que puedo todos estos días excepcionalmente fuera de lo normales dentro de lo que aquí significa normalidad. Y ahí seguiremos.

 

 

 

Los cuerpos de otros 13 inmigrantes empobrecidos subsaharianos que fallecieron de sed han sido hallados en el desierto del sur de Argelia. Todo parece indicar que habrá en verano, un incremento de muertos en el mar y en el desierto, ante la indiferencia de Europa.

Los cadáveres de al menos 40 inmigrantes han sido encontrados por el Ejército libio frente a las costas de la localidad de Al Garbuli, situada a 50 kilómetros al este de Trípoli. El portavoz del Ministerio de Interior, Rami Kal, informó de que que todavía hay unas 14 personas desaparecidas, mientras que una fuente de la Marina libia indicó que las víctimas, de cuya nacionalidad no se ha informado por el momento, viajaban con otras 56 personas en una embarcación que volcó como consecuencia del mal estado de la mar y de la precaria construcción de la nave.

En marzo, la Marina italiana rescató a 4.000 inmigrantes en botes en solo cuatro días frente a las costas del sur de Sicilia, ¿cuántos habrán fallecido?...

Por otro lado, al menos 13 emigrantes murieron de sed en el sur de Argelia, donde otros 30 permanecen desaparecidos, informaron este domingo medios locales.

Fuerzas del Ejército argelino han encontrado hasta el momento 13 cadáveres y buscan al resto de las personas que intentaban llegar a la ciudad de Tamanraset, en el desierto argelino, provenientes de Níger, según el diario Al Nahar, que cita una fuente de seguridad.

Las víctimas, según el diario, fueron halladas en un vehículo con el que al parecer pretendían cubrir los cientos de kilómetros de desierto que separan Níger de Tamanraset, a través de las rutas que habitualmente utilizan los traficantes de armas y de drogas.

Otro medio argelino, Shuruq, que cita fuentes locales, asegura que el número de inmigrantes fallecidos, entre los que viajaban mujeres y niños, asciende a 50.

Hasta el momento, no ha habido ninguna declaración oficial por parte de las autoridades argelinas sobre lo sucedido. Según Al Nahar, los cadáveres fueron descubiertos durante una operación rutinaria de vigilancia aérea llevada a cabo por aviones del Ejército argelino.

El pasado octubre, las fuerzas de seguridad nigerina hallaron los cadáveres de 92 emigrantes de esa nacionalidad, 52 de ellos niños, que presumiblemente murieron de sed en el desierto después de que se estropearan los vehículos en los que pretendían llegar a territorio argelino.

En la pantalla, empotrada en una esquina de uno de los hangares del Village des Arts de Dakar, el siempre perturbador Samson Kambalu (Malawi, 1975) camina marcha atrás en un París que parece sacada de principios de siglo pasado y esgrime un látigo que hace arabescos en su mano derecha para asombro de los transeúntes. A varios cientos de metros de allí, una pequeña galería acoge una muestra colectiva que rinde valiente homenaje a los homosexuales africanos en un continente donde el amor puede conducir a la cárcel. Al mismo tiempo, el histórico barrio de Medina se viste de colores con los grafittis más atrevidos de artistas senegaleses, españoles y franceses mientras el centro cultural Ker Thiossane se empecina en seguir mostrando que el arte es, en realidad, el arte de vivir y de hacerlo, sobre todo, en comunidad, con sus jardines de resistencia y su proyecto Afropixel, que alcanza ya la cuarta edición.

La Bienal de Arte pretende unir la estética y la política, el arte con la gestión de lo colectivo

Durante todo este mes, desde el pasado 9 de mayo y hasta el próximo 8 de junio, la ciudad de Dakar se convierte en la capital del arte africano contemporáneo con decenas de exposiciones, performances, mesas redondas y homenajes salpicados aquí y allá por toda su geografía urbana, desde la sala de reuniones de un despacho de arquitectura hasta la Galería Nacional, desde cualquier restaurante o sede de una organización humanitaria hasta la plaza del Souvenir. Los hoteles se llenan de visitantes, en los cafés y bares, ya de por sí animados, se habla de pintura o de videocreación y los espacios culturales de siempre florecen con la presencia de artistas venidos de todo el continente. Es la Bienal de Arte Africano Contemporáneo, Dak’Art 2014, que en esta edición pretende unir la estética y la política, el arte con la gestión de lo colectivo.

Producir lo común. Este es el lema escogido. La francocamerunesa Elise Atangana, el argelino Abdelkader Damani y el nigeriano Smooth Ugochukwu Nzewi, comisarios de la muestra, han seleccionado a un total de 61 artistas para la exposición internacional, auténtico corazón de la Bienal, en la que ninguno de ellos había participado con anterioridad. La idea, según han expresado Atangana, Damani y Nzewi, es “unir la estética y la política, nos interesan las nuevas formas de creación usadas por los artistas contemporáneos (de África y de más allá) para desarrollar un pensamiento crítico sobre el arte y sobre el proceso de creación artística como una vocación pública y de espíritu colectivo”. Además, Dak’Art 2014 ha querido rendir homenaje a tres grandes creadores senegaleses. Se trata del pintor Mamadou Diakhaté, el escultor Moustapha Dimé y el polifacético Mbaye Diop, recientemente fallecido.

 

 

Documental sobre el Dak'Art (en francés con subtítulos en inglés). 

Antes, en una ceremonia celebrada en el Teatro Sorano, cayeron los galardones. El premio Léopold Sedar Senghor, el más importante, fue a parar a manos del pintor y arquitecto argelino Driss Ouadahi y del artista multimedia, diseñador de muebles, escultor y muralista nigeriano Olu Amoda. En buena medida, ambos representan esa África que ya no necesita justificarse a sí misma y que rompe todos los estereotipos, que está en el mundo no como una excepción exótica o desconectada, sino como parte de él de pleno derecho. El resto de galardonados fueron la camerunesa Justine Gaga, el senegalés Sidy Diallo, la tunecina Faten Rouissi, el zambiano Milumbe Haimbe, los también senegaleses Amary Sobel Diop y Gibril André Diop, la sudafricana Nomusa Makhubu y la tunecina Houda Ghorbel.

También bajo el paraguas de la Bienal, Dakar acoge estos días numerosos seminarios, encuentros y mesas redondas en los que se abordará, entre otros asuntos, los “oficios del arte”, así como el Salón de la Escultura Africana y, por primera vez, el proyecto Art-Vert. En el Jardín Botánico de la Facultad de Medicina de la Universidad Cheikh Anta Diop, el congolés Barthelemy Toguo ha diseñado un mapa de África con plantas junto a esculturas antropomórficas talladas en madera. Arte con material reciclado, naturaleza mezclada con creación. Y, como cada año, hay un hueco especial para la diáspora, así como para artistas invitados que proceden de otros continentes

Pero la cara más distendida y popular de la Bienal, la más callejera, se muestra una vez más en el denominado Dak’Art Off, más de 600 artistas y 270 espacios repartidos por toda la ciudad, e incluso más allá hasta la turística e histórica Saint Louis, que acogen todo tipo de experiencias artísticas. Imposible pasear por la ciudad y no tropezarse con las banderolas celestes que anuncian una exposición o un evento, descartado escapar a este frenesí que pretende mostrar que África está viva y crea. Sin complejos y sin miramientos. Con sus diferencias y peculiaridades, pero, al mismo tiempo, conectada y con propuestas. Si perderse por Dakar es siempre una buena idea, quizás ahora lo sea más que nunca.

Las víctimas del bochornoso espectáculo que contemplamos a diario en el perímetro aislante (¡oh, cuán higiénico!) de Ceuta y Melilla ignoran las leyes inicuas que rigen el mundo desde la caída de los regímenes seudocomunistas y del desmantelamiento paulatino del modelo socialdemócrata del Estado providencia: la desregulación caótica de los mercados financieros del casino global y el desequilibrio comercial que favorece a los países de tecnología avanzada a expensas de los que no pueden exportar más que materias primas y mano de obra barata.

 

Huyen de la miseria, de los tiranuelos heredados del antiguo poder colonial, de las guerras étnicas o tribales con su secuela de matanzas y éxodos. Han atravesado miles de kilómetros a través del desierto, sufrido el abuso de las mafias, soportado el rigor y las trampas del clima en una huida adelante de meses o años en busca de un refugio para afrontar al fin el último obstáculo: una doble verja de seis metros de altura con alambres de espino y cuchillas “no agresivas sino disuasorias” en palabras de nuestro ministro del Interior.

Agrupados a las puertas del soñado El Dorado europeo aguardan la ocasión favorable para trepar por las alambradas sin otra arma que su tenaz instinto de vida. Los vemos escalando las vallas de acero y concertina, encaramados en su cima o izados como una bandera en lo alto de un poste. Las fuerzas del orden les aguardan al pie con sus porras, escudos y cascos para la llamada “devolución en caliente” y no obstante eso se dejan caer en racimos para abrirse paso entre ellas y correr si lo logran en un iluso maratón victorioso camino de los inhóspitos y abarrotados centros de acogida en donde se arracimarán semanas o meses a la espera de una siempre aleatoria resolución del destino.

¿Puede una persona ser ilegal, me pregunto, por nacer donde ha nacido?

La indiferencia a cuanto ocurre en las avanzadillas de la Casa Común Europea por parte de unas sociedades adormecidas o anestesiadas por el credo neoliberal del sacrificarse hoy mediante severos ajustes y recortes sociales que conducirán, proclama, a la futura recuperación y abundancia (¡siempre la misma canción!) no es fruto del desconocimiento como lo era aún hace un par de décadas: ahora todo se ve en directo y nadie puede alegar ignorancia. El silencio es complicidad.

La indignación me sobrecoge: es la de la impotencia ante estas imágenes reiteradas que abruman la conciencia de un ciudadano recluido entre papeles y libros. Hace 20 o 30 años podía acudir a testimoniar de los dramas que me acuciaban en Sarajevo, Palestina, Chechenia o Argelia. Ahora la vejez me lo impide y contemplo lo que discurre en la pantalla con un amargo reproche al mundo y a mí mismo. Los candidatos a inmigrantes subsaharianos desfilan ante mis ojos revestidos de una agreste belleza moral. ¿Puede una persona ser ilegal, me pregunto, por nacer donde ha nacido? Los que trabajan clandestinamente en España lo hacen en condiciones de precariedad porque hay empresas que se valen de su desamparo para enriquecerse al margen de la legalidad. La próspera economía sumergida vive de esa vulnerabilidad.

La naturaleza tiene horror al vacío y el trabajo que rehúsan los ciudadanos de Schengen será ocupado por quienes arriesgan su vida para subsistir y ayudar a sus familias. Al acecho del gran salto en los bosques vecinos de la verja o aupados en ella encarnan el derecho elemental a la vida, el pan y la libertad.

¿Qué puede a escritura frente al hambre? Los rostros de los subsaharianos (hay también en los promiscuos centros de acogida mujeres con niños) me interpelan con fuerza muda. Y una vez más, en mi desaliento, recurro como en otros momentos de mi vida a las palabras de Antonin Artaud: “Lo más urgente no me parece tanto defender una cultura cuya existencia no ha salvado nunca al hombre de su aspiración a una vida mejor y del apremio del hambre, como extraer de la llamada cultura unas ideas cuya fuerza sea idéntica a la del hambre”.

 

Nigeria y sus cuatro países vecinos han acordado este sábado declarar la guerra al grupo terrorista Boko Haram, para lo que contarán con el respaldo de Francia, Estados Unidos y Reino Unido, que también les ayudarán a rescatar a las más de 200 niñas secuestradas por esta organización.

Esa ha sido la principal conclusión de la cumbre convocada en París por el presidente francés, François Hollande, con sus cinco homólogos de Nigeria, Níger, Chad, Togo y Benin, además del ministro británico de Exteriores, William Hague; el presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, y la subsecretaria adjunta de Asuntos Políticos de Estados Unidos, Wendy Sherman.

La minicumbre fue convocada tras la emoción causada en el mundo por el secuestro de las 200 niñas, pero las iniciativas adoptadas tienen un alcance más a medio y largo plazo, según sus responsables. Se trata de coordinar estrategias conjuntas, intercambiar informaciones y coordinar acciones para luchar contra este grupo terrorista.

El secuestro de las más de 200 niñas y las mediáticas intervenciones del líder de Boko Haram han sacado a la luz a un grupo que los participantes en el encuentro coincidieron en calificar de "amenaza global" para el continente y, por extensión, para todo el mundo.

El presidente de Nigeria, Goodluck Jonathan, hasta ahora reacio a internacionalizar el asunto, no ha dudado este sábado en considerar a Boko Haram como la franquicia de Al Qaeda en el África occidental, una mutación que, ha dicho, comenzó a producirse en 2009.

El presidente francés ha ido más allá al confirmar los vínculos de Boko Haram con todas las organizaciones terroristas del continente y su peligro de contagio a otras zonas. Hollande ha señalado que el grupo maneja un armamento muy sofisticado, procedente del derrumbe del régimen libio, y que sus integrantes fueron entrenados en el norte de Malí cuando esa región estaba bajo el dominio de grupos terroristas.

Pero el presidente ha reconocido que por el momento no se ha podido identificar de dónde proceden los importantes medios financieros que manejan los extremistas.

Para ilustrar que Boko Haram no es ya un grupo exclusivamente nigeriano, el presidente camerunés, Paul Biya, ha recordado que un soldado de su país falleció la noche de este viernes como víctima de una acción terrorista de este grupo contra una instalación petrolera china.

"Vamos a intensificar la lucha contra este grupo", ha afirmado Biya, que hasta ahora se obstinaba en considerar a Boko Haram como un problema nigeriano y limitaba su cooperación ante las desavenencias fronterizas que tienen ambos países. El presidente camerunés ha asegurado que la acción del grupo terrorista aleja a inversores y frena la cooperación internacional y el desarrollo económico de la región.

En este sentido, el presidente de Níger, Mahamadu Isufu, ha indicado que el principal aliado del terrorismo "es la pobreza", por lo que ha pedido que las acciones militares y policiales contra ese grupo vengan acompañadas de ayuda al desarrollo.

Su homólogo de Benin, Thomas Boni Yayi, ha pedido que se aproveche la repercusión del secuestro de las niñas para sensibilizar a la comunidad internacional ante el peligro que supone Boko Haram. Y ha agregado una advertencia sobre la dimensión religiosa de este grupo y ha solicitado que se le combata para "hacer triunfar el laicismo" en esa región del mundo.

El presidente de Chad, Idriss Déby, afectado por el sur por el grupo Boko Haram y por el norte por AQMI (Al Qaeda del Magreb Islámico), ha afirmado que, si no se le frena a tiempo, "el terrorismo amenaza con gangrenar la región" y "desestabilizar a todo el continente". "Si les dejamos que triunfen se impondrá el oscurantismo. Tenemos que combatirles con una perfecta coordinación", ha subrayado.

En ese sentido va la declaración conjunta adoptada en París, que establece la creación de patrullas coordinadas para luchar contra Boko Haram, información compartida y vigilancia conjunta de fronteras. Con frecuencia, los activistas de este grupo actúan en un país y huyen a otro vecino burlando a las autoridades locales.

Más profundamente, los cinco países se comprometieron a compartir datos de espionaje y a establecer un equipo conjunto para combatir a Boko Haram.

Esas acciones contarán con la experiencia y los medios técnicos de Francia, Estados Unidos y Reino Unido, que ya cooperan con técnicos en la búsqueda de las más de 200 niñas secuestradas.

Además, los participantes se comprometieron a que Boko Haram pueda ser objeto de sanciones internacionales al mismo nivel que lo es en la actualidad Al Qaeda.

 

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