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Los jóvenes y el reto de hacer el bien

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Comprender el bien

¿En el mundo de hoy tan diversificado, global y avanzado, qué piensan los jóvenes sobre el hacer el bien? El tema es tanto religioso como filosófico, con implicación personal pero también social. Aunque en este argumento me inspira el Beato José Allamano, el fundador de los misioneros de la Consolata, mi congregación, claramente la cuestión va más allá de lo puramente religioso. Es bien conocida entre nosotros la célebre frase de Allamano, “hacer bien el bien y sin ruido”. Bueno, la frase tiene 3 partes, que son hacer el bien, hacerlo bien y sin ruido. Hoy intentamos limitarnos a la primera. 

El Diccionario de la Real Academia Española define “bien” como “todo aquello que es apto para satisfacer, directa o indirectamente, una necesidad humana”. O también, “en la teoría de los valores, la realidad que posee un valor positivo y por ello es estimable”. Pues el bien es objeto o fenómeno que satisface determinada necesidad humana, respondiendo a los intereses o anhelos de las personas, y posee, en general, un sentido positivo para la sociedad, para una clase, para el individuo. Si un objeto dado es un bien, entonces posee un valor positivo para el hombre. De esta manera, lo contrapuesto al bien es el mal, o sea, todo cuanto posee un sentido negativo. Todo esto se vive en el contexto cotidiano de la vida privada, en la familia, en el ámbito escolar y laboral, etc. 

Por qué hacerlo

Los clásicos asumen que la motivación básica y natural de los individuos es el interés propio. Por ejemplo, los productores producen no porque tienen la intención de hacer el bien, sino porque les conviene. Pero creo que no podemos vivir pensando solamente en nosotros mismos. Hace falta reconocer la interdependencia entre nosotros los humanos y también con otros seres. El valor de la complementariedad es innegable. Nos necesitamos mutuamente. 

Por eso no se equivocó José Ortega y Gasset, filoso español, en comentar “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”. De hecho, vivir es tratar con el mundo, dirigirse a él, actuar en él, ocuparse de él. En otros términos, la realidad circundante “forma la otra mitad de mi persona”.  Pues siendo así, preocuparse por lo que te rodea, es una forma de trabajar por el bien propio, haciendo posible las mejores circunstancias de la vida en las que vivir. Un ejemplo práctico es el tema de la ecología. Porque cuando tratamos bien el medioambiente nos cuidamos también a nosotros mismos. Ya que recuerdo una frase de un amigo, que “Dios perdona siempre, el hombre perdona a veces, pero la naturaleza nunca perdona”. La naturaleza nos “trata” tal y como la tratamos. El actual cambio global climático es fruto de esa experiencia. Con creciente deforestación, emisión incontrolable de gases contaminantes al ambiente, como en el aire, agua, etc., se perjudica la salud de todos.   

A muchos niños y jóvenes de los centros escolares que visito para testimonio misionero, lanzo la pregunta, “¿Cuál son las ventajas en ser misionero?”. Y a menudo me encuentro con la respuesta “estar feliz por haber hecho el bien”, refiriéndose a la labor de promoción humana que los misioneros hacen. Si, hacer el bien, te hace feliz a ti mismo. También el bien realizado a los demás repercute, de alguna manera, en uno mismo.

Trabas y dificultades en hacerlo

Desde luego, se comenta mucho sobre el impacto de la modernidad y sus características, como secularización en el mundo de hoy. A veces se le acusa a la juventud de hoy de egoísmo, relativismo, indiferencia, pereza, y el actuar al orden de la presión social (peer pressure), etc. La libertad o autonomía del individuo es un logro indiscutible de la modernidad. Sin embargo, creo que la mejor forma de emplear esa autonomía es pensar en el bien, también el bien común. Y le aplaudo a Juan Ramón Jiménez, poeta español y premio Nobel de literatura en 1956, por su observación interesante al respecto: “Mi libertad consiste en tomar de la vida lo que me parece mejor para mí y para todos; y en darlo con mi vida.” 

También es verdad, que ajetreados por muchas cosas del mundo de hoy, preocupados, legítimamente, por muchas inseguridades, los jóvenes pueden llegar a optar por hacer lo más fácil, lo más cercano, en favor solo de lo conocido. 

Parafraseando a la Madre Teresa de Calcuta, “a veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota”. ¿Si todos dejaran de hacer el bien, cómo sería “el mundo propio” y el de todos? ¿Pero si todos se esforzaran de hacer el bien según su capacidad? Cada uno puede ofrecer su granito de arena para mejorar el mundo propio y el de todos. El mal de los demás no nos desanime, el miedo no nos domine, lo negativo de la modernidad o postmodernidad no nos impida hacer el bien. Lo primordial para mejorar la inclinación hacia el bien es tratar los factores que tienen su origen en uno mismo, como por ejemplo la ignorancia, la pereza, la indiferencia, etc. 

Si que puede ser una preocupación, la de saber cuál es el bien en un momento determinado, pero no debe ser una obsesión. Creo que sería importante pensar en uno mismo y en el bien común y actuar en conciencia. Eso es tomando iniciativas, a veces con errores, pero avanzando. Nunca es tarde cuando el bien llega.

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