Al cumplir 5 años de sacerdocio este año, como misionero de la Consolata, creo que merece la pena hacerme esa pregunta. Y también, ya que hace pocas fechas, concretamente el 20 de junio, celebrábamos a la Virgen Consolata, nuestra patrona y protectora, como misioneros de la Consolata, se refuerza más esa interpelación: ¿Por qué me hice misionero de la Consolata?
El amor familiar y el ambiente juvenil
Obviamente, antes de conocer a los misioneros y sobre todo a las misioneras de la Consolata en mi ciudad, Mombasa en Kenia, la experiencia en el seno de mi familia preparó el terreno para esa inquietud de algo más. La experiencia de amor, de generosidad y gratuidad de mis padres, su amor hacia nosotros sus hijos, hacia los huérfanos y hacia otros….
Fue particularmente, cuando, junto con otros jóvenes, experimenté la cercanía, el amor y la consolación de los misioneros de la Consolata en mi vida, en nuestra vida como jóvenes, cómo se alimentó esa inquietud. El P. Davide Condotta, las hermanas de la Consolata Stefania y Angela Paola avivaron aquel fuego que sería después mi vocación misionera, que a los 5 años de sacerdocio misionero, con gran alegría y gratitud celebro. Como dice el refrán, “es de bien nacido ser agradecido”. Lo estoy. Lo estoy para con mis dos familias: la familia biológica y la familia misionera. Lo estoy, también para con todos aquellos que me ayudaron a realizarme como misionero de la Consolata. Estoy agradecido para con Dios por esas personas y por mi vocación.
En la familia de los misioneros de la Consolata
Con su granito de arena, las misioneras y los misioneros cambian el mundo. Cambian el mundo de las personas. Esta es la misión de los casi mil misioneros de la Consolata en África, América, Asia, Europa. Es la misión inspirada en el fundador, el Beato José Allamano que en el año 1901 y 1910 “engendró” a los misioneros y las misioneras de la Consolata respectivamente. El eje vertebrador de la congregación es su carisma misionero, que le debemos al fundador, que nos orienta en la dedicación a los más pobres, promoviendo el desarrollo integral de la persona.
Ya han pasado más de 20 años, pero la escuela y el dispensario médico que iniciaron las misioneras de la Consolata y en donde trabajaban las hermanas Angela Paula y Stefania siguen cambiando la vida de los niños, jóvenes y familias enteras en mi barrio, allí en Mombasa. Los recuerdos de sus visitas a las familias desfavorecidas del barrio, en los suburbios no se borran. Sí, eso entendí: que la misión de los misioneros de la Consolata es evangelización, también con la promoción humana.
Todo parte de Jesús, el enviado de Dios Padre. Los de la Consolata, como María, vivimos el ser consolados y el ser portadores del consuelo de Jesús a los demás. Somos discípulos y misioneros. Discípulos porque seguidores de Jesús en actitud, visión y en ser. Misioneros porque enviados para actuar como Jesús, promoviendo la vida, y la vida en abundancia, el don de Dios a todos. Nuestra congregación es una herramienta válida para acercarnos a Jesús. El espíritu de familia nos ayuda a perseguir nuestro objetivo de santidad personal y el de la misión.
Para mí, ser misionero de Jesús, antes de que pueda ser un estilo de vida, implica haber tomado una decisión. Una decisión de hacer un esfuerzo por seguir sus ideales, y hacer un doble esfuerzo por dar un buen testimonio de Jesús. Eso es lo que intento vivir en mis compromisos en la pastoral la parroquia Nuestra Señora de los Dolores en Zaragoza, en la animación misionera y en el trabajo con mis hermanos inmigrantes, jóvenes, enfermos, etc.
Perspectivas para el futuro
En este punto de nuestro caminar como congregación misionera, nos enfrentamos con la revitalización y la reestructuración de familia misionera para mejor ser seguidores de Jesús y misioneros de la Consolata de nuestro tiempo. Eso supone reconocer la crisis de relevancia que nos aferra, evitando caer en la crisis de identidad. ¿Lo lograremos? El camino de estos años de reflexión hacia la Continentalidad y el Capitulo General de este año nos orientan. Confiamos en la iluminación del Espíritu Santo que da los carismas y que los vivifica.
Hace poco un grupo de chicos de un colegio vinieron a entrevistarme en la parroquia, y la última pregunta que me hicieron fue: ¿Qué cambiarias? Así, tan sencilla pero significativa. Y les contesté que me gustaría que los jóvenes de Europa participaran más en la Iglesia, y que el mundo fuera más humano y comprometido con la paz y la justicia…
Al final de la conversación, les provoqué a los chicos preguntándoles a ellos qué quisieran que se cambiara en la Iglesia y en el mundo…
Bueno, y tú joven, ¿qué cambiarias? ¿No te interesaría colaborar en cambiarlo con tu granito de arena como misionero? Puedes cambiar el mundo de alguna persona, familia, algún niño… ¡No tengas miedo! Puedes compartir tus dones con el mundo que te necesita como misionero, enriqueciéndote de otras culturas, en la gran familia de Dios.